El mensaje básico de Galileo y Diderot es: los hechos importan (incluso en la Comunidad de Madrid gobernada por Esperanza Aguirre, escribía yo hace unos años).[1] La ciencia y la Ilustración nos instan a dialogar con la realidad, las realidades –y hemos de hacerlo respetándolas, no violentándolas.
[1] En una página de Fracasar mejor: “Los hechos son los hechos, incluso en Italia”, dice la gran periodista Milena Gabanelli. (Leonardo Sciascia definió en cierta ocasión a Italia como un país sin verdad.) Es una buena fórmula, ampliable: los hechos son los hechos, incluso en Galapagar, incluso en la Comunidad de Madrid –mal que le pese a Esperanza Aguirre.
Immanuel Wallerstein (en su libro Las incertidumbres del saber) cita a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación surafricana, creada en 1998. Ésta propuso cuatro tipos de verdad (sobre la base de cuatro categorías establecidas anteriormente por el juez Albie Sachs, del Tribunal Constitucional de ese país) que serían: primero, la verdad objetiva, que trata los hechos ocurridos. Segundo, la verdad lógica, que deducimos o inducimos desde los hechos probados. Tercero, la verdad de la experiencia, en función de cómo las personas involucradas vivieron los hechos. Y cuarto, la verdad dialógica, que surge en el debate y deliberación entre esas personas implicadas.
Desde lo alto de la pirámide social –las jerarquías de dominación— se sostiene: los hechos serán los hechos, pero lo cuenta son sus interpretaciones. Los de abajo son quienes tienen el mayor interés por defender el valor de la verdad: los de arriba pueden pasarse sin ella. Les basta con manejar los resortes del poder.
No hay que pensar si las ideas son de derechas o de izquierdas. Hay que tratar de discernir si son verdaderas o falsas. (O ni lo uno ni lo otro, a veces, sino todo lo contrario.)