un poema de juan manuel roca en la apertura de la «cumbre mundial de arte y cultura por la paz de colombia»

PEQUEÑAS COSAS QUE TRAE LA PAZ

 

                 JUAN MANUEL ROCA

 

El grafitero del alba,

Un fantasma

Que escribe la palabra dignidad,

¿Será ayudado por los guardias

En vez de convertirlo

En bocado de nieblas?

 

El que llamamos el otro,

El desconocido al que vemos

Parado en una esquina

O el que tropezamos

En un callejón,

Serán, así lo espero, algo más

Que fronteras invisibles.

 

El pobre diablo de la escuela,

Que no es pobre porque sueña

Y no es diablo porque

Su camisa tenga el color

De un viejo bazar de pueblo,

Tendrá, así lo espero,

El talismán de su voz

Para espantar el miedo

Y la ronda de las burlas.

 

El usurpado,

Que vio su casa esfumarse

En otras manos

Y solo tiene

Un albergue de paso

En el andamio de sus huesos,

Volverá a respirar su paisaje,

Su río sin muertos,

Su casa con techo

Y el beso de la uva

En el vino y en los labios.

 

El desplazado

Que ve al atardecer

El cambio de fases

De un semáforo

Bajo la lluvia,

-Rojo verde y amarillo-,

Pedirá una luna de sandía,

Una menguante de hinojo

Y otra luna de naranjo.

 

Se habla de grandes

Sucesos cuando venga la paz.

 

La verdad,

Me bastaría verla

Apacentando pequeñas cosas,

Encontrando en la niebla

De un país que ya no existe

Un balón, un trompo

O el caballo blanco

Que se esconde

En paisajes prohibidos.

 

Me bastaría con saber

Que las mujeres lloran

Al momento del ritual

De las cebollas

Y no al de las viudeces.

 

Que el río

No es una parcela

De tumbas.

 

Me bastaría sentir

Que el aire se refleje

En las cosas sencillas:

En la lámpara encendida

Para leer en la noche

Y no para buscar

Al que salió de casa

Sin regreso.

 

Bastaría que el descolorido

Almanaque de la zapatería

No sea  para contar

Los pasos del ausente.

 

Y las cosas olvidadas.

 

Una pausa en la cantina,

Un sueño bajo el árbol,

Un hombre que elige

Su propio camino.

 

En las ciudades

Sería bello reducir

El tiempo

Calcáreo y alienado

Que pasamos

En el limbo de los autos,

Secuestrados

De un tiempo muerto.

 

Y volver a pescar

En la alta noche,

A recorrer sin temor

Sus espacios estivales.

 

La única guerra

Que anhelo,

Madre, es contra el tedio,

Una guerra sin cuartel

Contra la servidumbre

Para tener el brazo

Dispuesto al abrazo

Y salir a la calle cuando

Estallen la noche

Y el verano.

 

Bueno será

Que en la pantalla

De los sueños

La paz no sea un cuervo

Disfrazado de paloma

Ni el llamado sibilino

Del tartufo.

 

¿Sería mucho pedir

Que la patria no sea

Una pérfida madrastra,

Una tirana,

O tan solo una palabra

En labios de sus dueños?

 

¿Que los muertos

En las falsas batallas

No sean parias

Que disfrazan de enemigos

En un guiñol siniestro?

 

¿Que la palabra libertad

Deje de ser

Acariciada por gendarmes

Y el telón del respeto

Cobije también

La sombra erguida 

Del insumiso,

Del desobediente?

 

No habrá paz

Con hombres y mujeres

Durmiendo en los umbrales.

 

Ni paz

Con racimos de despojos

Y niños que envejecen

Un año cada día

Al pie de las ciudades.

 

No habrá paz con usura,
Esa lepra del alma.

 

No podemos seguir

Jugando al olvido,

Atrapados en el paraíso.

 

¿Qué clase de paraíso

Es un lugar

Donde reina la serpiente

Antes que el árbol,

Un imperio cainita

Del hierro entre hermanos?

 

¿Qué clase de paraíso

Anuncian en las vallas

Donde un ángel custodio

Llena sus extramuros

De cercas y miserias?

 

Y Perdóname, madre,

Amo el perdón,

Desconfío del olvido.

 

Cuentan

Que a un general español

De los tiempos

De Isabel la segunda,

Un obispo le demandó

Que pidiera perdón

A sus enemigos.

 

El perplejo militar

Respondió

Desde su voz pedregosa

Que no tenía enemigos:

A todos los había ejecutado.

 

Podremos ser ilusos,

¿Pero cómo no soñar

Con un país donde nadie

Esté en la lista de espera

De los grandes señores

De todas las orillas

De la guerra?

 

Y de los grandes señores

Que miran con desparpajo

Su impaciente necrómetro.

 

 

De los que siempre

Tienen la voz engatillada.

 

Esperemos

Que la paz nos sorprenda

De lado y lado,

En el bando

De los sobrevivientes.

 

Quizá, entonces,

Hayamos desminado

El campo de las palabras

Cargadas de odio

Y envidia, dos hermanos

Siameses que cobran

Tantas bajas en la verdad

Y en la belleza.

 

Que una guerra interior

Sea contra la modorra.

Que los campos minados

Sólo sean los de la necesaria

Duda. Las emboscadas

Podrían ser la manera

De tomarnos por sorpresa

En nuestra desnudez moral,

La movilidad tendría que ver

Con un desprecio a los dogmas.

 

Deberíamos

Apostar centinelas

Que nos alerten

Frente a nuestras propias

Traiciones y enfilar

Una lucha sin cuartel

Contra los grandes ejércitos

De la mediocridad,

Los grandes ejércitos de

La servideumbre.

 

Pero si la paz

No es también

Una cosecha de ocio,

Una vendimia de luz

Y una conquista de sueños,

Habrá que volver a tejer

Las 3 letras de su palabra,

Y ya es tarde, hermana,

Para volver a casa.

 

                                            Bogotá, abril 6 de 2015.