una modernidad alternativa

Erasmo en su Elogio de la locura, ese tratado humanista donde la ironía alcanza cotas difícilmente superables, reprueba a los “mortales que, en lugar de la felicidad, buscan la sabiduría. Son doblemente necios, puesto que nacidos hombres olvidan su condición de hombres y aspiran a vivir como inmortales, y a modo de los gigantes hacen la guerra contra la naturaleza con las armas de la ciencia”. Dejemos de lado la retranca con que está escrita toda la obra y preguntémonos en serio: asumir la finitud humana y renunciar a la dominación, una de cuyas variantes principales es la “guerra contra la naturaleza” peleada con las armas de la ciencia y de la técnica, ¿no es un camino luminoso? Tal sería el programa erasmista en los albores de la Modernidad, el programa de una casi nonata Modernidad alternativa que también rastreamos en los escritos de Bartolomé de las Casas[1], o de Michel de Montaigne… y que sigue siendo de completa actualidad en el siglo XXI.

 

Fijémonos en la Francia renacentista y barroca, uno de los centros de origen de la Modernidad. Del lado de René Descartes quedaría el énfasis en la dominación de la naturaleza: recordemos el famoso pasaje del Discurso del método VI donde nos insta a convertirnos en “amos y señores de la Naturaleza”. Del lado de Montaigne tendríamos un humanismo autolimitado potencialmente “ecosófico”. Tal sería la línea minoritaria en esta bifurcación: una Modernidad no prometeica, no fáustica, no titánica, amiga de la autocontención. Montaigne no sería mal santo patrón para esta segunda línea: es indudablemente moderno, pero esboza una modernidad alternativa…

 

Rechazar la finitud y perseguir la dominación: en esta fórmula podríamos resumir el extravío de la Modernidad euro-norteamericana a partir del siglo XVI… Soñamos –contrafácticamente— con un curso civilizatorio diferente, que hubiera buscado otras metas y fomentado otros valores: acoger al extraño, cuidar lo frágil, hacer las paces con la naturaleza, aceptarnos como los vulnerables seres mortales que somos.

 



[1] Véase Francisco Fernández Buey, introducción de a su edición de Bartolomé de las Casas: Cristianismo y defensa del indio americano, Los Libros de la Catarata, Madrid 1999, p. 18-23.