Viajar en barco a Tenerife, en este otoño de 2016: no es porque eso sea sostenible, y el avión insostenible (el barco, estos barcos en el contexto socioeconómico presente, es sólo un poco menos insostenible que el avión). No es por envolverme en ninguna bandera de moralismo autosatisfecho. Es para marcar, para mí y ante los otros, que tendríamos que vivir de otra manera: si quisiéramos ser de verdad sustentables, un viaje así sólo podría realizarse un par de veces en la vida de una persona.
(Si uno navega en alta mar, consciente de su insignificancia –aunque esté embarcado en el carguero más grande del mundo- frente a la inmensidad del océano vivo que ocupa casi toda la superficie del tercer planeta del Sistema Solar, a uno le resulta difícil asumir que el minúsculo Homo sapiens esté desequilibrando esa inmensidad: los océanos, el clima, los ecosistemas, los grandes ciclos biogeoquímicos… Y sin embargo así es: el capitalismo fosilista está sobrecalentando esos océanos, acidificando esos mares, difundiendo gránulos de plástico a través de esas cadenas tróficas, esquilmando esas pesquerías… Por contraintuitivo que resulte, así es. Y no nos hacemos cargo del acontecimiento enorme –nuestro vivir en el Antropoceno…)