¿Por qué no interrogar a Kenneth Rexroth, para quien la noción de tragedia era tan importante?[1]
El tema de la tragedia: la derrota de lo ideal por parte de lo real, del ser por parte de la existencia. “La historia humana, al igual que la vida, no es optimista ni pesimista, sino trágica. Al final –o en alguna ocasión— todos los valores se gastan en el transcurrir del mundo de los hechos.”
“La muerte es absurda, y en contra de este absurdo, la afirmación inmediata de la carne lo es muy poco menos.” Y unas líneas más abajo, este recuento final de la vida humana: “El sol en el cielo, el cálido olor de una mujer, la hierba en la tierra, la carne humana junto a los huesos, la farsa de la muerte.”
A Rexroth le gustaba citar la carta que Horace Walpole envió a la condesa del Alto Ossory: “Este mundo es una comedia para los que piensan, pero una tragedia para los que sienten.”
Según el gran poeta estadounidense (muerto en 1982) “los textos clásicos más evidentes son trágicos debido a que la vida es trágica en su estructura misma. No existen clásicos optimistas que nos indiquen que todo lo que sucede es para bien en el mejor de los mundos posibles y, además, que todo se perfecciona a cada momento. No hay clásicos que sean falsos. Es verdad, empero, que muchos de ellos representan intensas afirmaciones de la vida. La especie humana perdura debido a que millones de personas han seguido afirmando su existencia de manera poco destacada, sin excluir aspectos que son demasiado trágicos para la literatura.”
Pero ¿qué perspectiva sociopolítica a partir de una concepción trágica de la existencia humana? “Sólo recientemente se ha puesto de moda considerar peyorativamente a Walt Whitman como tonto y anticuado, creyente en el mito del Progreso y predicador de un patriotismo absurdo. Hoy día sabemos que no hay otra opción: sólo la visión de Whitman. ‘La humanidad, el espíritu de la Tierra, la conciliación paradójica de la parte con el todo y de la unidad con la multiplicidad: a todo esto se le llama utópico, y sin embargo es biológicamente necesario. Para que esto encarne en el mundo, todo lo que necesitamos es imaginar que nuestro poder amoroso se desarrolla hasta abarcar la totalidad del ser humano y del planeta.’ Esto lo dijo Teilhard de Chardin; o como Whitman lo dice en los grandes poemas místicos del final de Hojas de hierba, la contemplación es forma más alta y la fuente última de toda actividad moral porque observa todas las cosas en su aspecto atemporal, a través de los ojos del amor.”
Y más sintéticamente, a partir de Tolstoi: “La sociedad organizada es un fraude letal, y los seres humanos deben aprender a vivir de la manera más sencilla y en paz, con respeto y amor, o el género humano no pasará de este siglo. Hoy en día esto resulta evidente para todos. ¿O no?”
[1] Sigo a Rexroth en Recordando a los clásicos (FCE, México 2001), p. 9, 215, 216, 233, 237 y 268.