Frank Schirrmacher
«El egoísmo es la nueva racionalidad»
Es una anomalía salvaje: periodista, conservador, burgués, anticapitalista. Frank Schirrmacher, uno de los más reconocidos informadores alemanes, coeditor del Frankfurter Allgemeine Zeitung, ha escrito su mensaje, lo ha introducido en una botella y lo ha echado al mar. Pero no es una botella: es un cóctel Molotov. ¿Su título? Ego (Ariel, 2014). ¿El mensaje? La sociedad ha sido envenenada por un discurso egoísta que no nos es connatural y que amenaza con llevarnos a la ruina. Pero hay más: matemáticos dementes, algoritmos todopoderosos, genes egoístas… Ego forja un alegato en favor de la colaboración humana
DANIEL ARJONA | 07/02/2014
Su libro El complot de Matusalén (2005) vendió más de medio millón de ejemplares con una original apología de la vejez. Ego, las trampas del juego capitalista, aparecido este año, suma ya 250.000 y llega hoy a España. Frank Schirrmacher (Wiesbaden, 1959) es un periodista y ensayista alemán, doctorado en filosofía y literatura. Y, según el Gottlieb Duttweiler Institute, de Suiza, uno de los diez pensadores más influyentes del planeta, una galería de mentes maravillosas que incluye las de Steven Pinker, Daniel Kahneman o Richard Florida. En Ego, el tono oracular, casi apocalíptico, la crítica anticapitalista tajante, la atención a las apariencias y a los significados ocultos, asemejan a Schirrmacher a una suerte de Guy Debord conservador. Porque esta vez, la denuncia sin contemplaciones del sistema no parte de la izquierda sino de un “burgués”. Y arranca con el egoísmo.
-La codicia ha sido la causa más citada para explicar la crisis actual pero usted argumenta que el culpable es, más bien, una ideología concreta: el egoísmo. -Yo no digo: “Escuchad, es triste, pero todos somos egoístas”. Sería una banalidad. Lo que digo es que nos hemos visto arrastrados al interior de un sistema de pensamiento y comportamiento que nos enseña que es razonable ser egoístas. Esto es lo nuevo. Hablamos de una nueva racionalidad de gran repercusión que ha sido codificada en las propias máquinas, desde los algoritmos bursátiles de la negociación de alta frecuencia hasta los modelos de riesgo de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional, el servicio de inteligencia de los EE.UU). No es tecnología, es política. Todo el mundo conoce los infiernos de la cadena de montaje y de la eficiencia de la época de Ford. Ahora extendemos esos criterios de eficiencia a lo social: pensar, escribir, caminar, correr, comunicar.
-¿Y cómo se extendieron esos criterios de eficiencia? -El truco consiste en vendernos la operación, no como una ideología, sino como parte integrante de la tecnología. ¿Por qué admiraban Federico el Grande de Prusia y toda su época a los “autómatas”, figuras humanas movidas por un mecanismo de relojería? Lo constató Foucault: la gente veía el mecanismo -había interés en ponerlo a la vista- y se decía: vaya, así es como funciona el ser humano. Poco después, Federico transformaría su ejército, su administración y sus escuelas en un mecanismo similar. Vivimos el triunfo del neoliberalismo autoprogramado en la técnica. La premisa decisiva dice: “Cada uno solo piensa en sí mismo”.
Faroles y contrafaroles
-La razón es egoísta. ¿Es la divisa de nuestro tiempo? -Lo racional es egoísta, eso es. Y es explosivo. Puede sonar teórico, pero fue exactamente esta idea la que desempeñó un papel crucial en la crisis del euro. El egoísmo racional no implica que uno desee el máximo sino que está dispuesto incluso a sacrificar sus propios intereses si mantiene la ventaja frente al otro. Y ya nadie cree a los demás. Merkel, Papandreu, Sarkozy
todo es un juego de faroles y contrafaroles, una forma civil de la psicosis de la Guerra Fría. Pero no me detengo ahí. ¿Por qué Google, Facebook, etc., quieren saber todo el rato qué pensamos realmente, qué planeamos, qué precio estamos dispuestos a pagar? Porque la ideología de la época afirma que nadie dice lo que desea en realidad. ¿Cómo extrañarnos de que se hayan desarrollado aplicaciones para Google Glass que descifran el lenguaje corporal y la sonrisa de las personas? “Aquí sonreímos de verdad, compruébelo”, reza la publicidad de una tienda californiana.
-Esa desconfianza anida en el corazón del dilema del prisionero, un problema matemático de la teoría de juegos ideado en la Guerra Fría que, según relata, sirve de columna vertebral a la idea egoísta. ¿Cómo triunfó? -Fue el economista estadounidense Philip Mirowski el primero en reconstruirlo, en su libro Machine Dreams. El nacimiento de este modo de pensar está asociado inseparablemente a la bomba atómica y la Guerra Fría. Había dos potencias mundiales que no hablaban entre ellas y únicamente se comunicaban mediante jugadas de póquer. Un rearme aquí, una maniobra allá, una declaración en el Pravda, y así sucesivamente, y todo a la sombra de un arma que potencialmente podía destruir a ambos jugadores. Se trataba siempre de fijar un precio que impidiera al otro utilizar el arma: no coincide con el interés egoísta del adversario volar por los aires el mundo entero. Esta idea del precio es la que tanto fascinó a los economistas, no en vano toda la teoría procedía de la economía. En el libro explico cómo los mismos físicos que trabajaban en los laboratorios armamentísticos se mudaron, al término de la Guerra Fría, a Wall Street.
-Nace entonces el doppelganger del hombre occidental, ese gemelo maligno y egoísta que llama Número 2. -Ese homo oeconomicus nunca fue sólo un modelo: el hombre egoísta que solo piensa en su ventaja en los mercados se ha convertido en norma. El tiempo de las teorías y los modelos ha quedado atrás: los modelos cobran vida como el Golem. Aconsejo la lectura del nuevo libro de Eric Schmidt, muchos años jefe de Google y hoy presidente de su consejo supervisor. El doble digital, es decir, esa copia de nosotros reducida a la matemática del egoísmo, sólo era una sombra. Entonces se emancipó, y ahora parece que es él -la suma de huellas digitales que dejamos- quien define quiénes somos realmente. La empresa Cataphora, que analiza correos electrónicos por encargo del Ministerio de Justicia de EE.UU., dice que conoce a la persona, después del análisis, mejor que ella misma. ¿Y qué hace la NSA? La suma de huellas digitales da lugar a un cálculo de riesgos que una persona real no puede rebatir. ¿Qué hacen las modernas empresas de evaluación crediticia? La suma de datos, entre los que se incluye la música que uno escucha y lo que escribe en Facebook, determina la credibilidad. Lo mismo se puede decir de los Estados. ¿Acaso nadie ve lo que está sucediendo?
-Las ideas de la Guerra Fría se volvieron poderosas en los 80 y 90 con la expansión de unos ordenadores con un sólo software preinstalado: el egoísmo. ¿Hubo alternativas? -Por supuesto que sí, y siguen existiendo. Las tecnologías son neutrales.Estamos en vísperas del big data, nuestras viviendas se conectan en red, el cepillo de dientes electrónico comunica con qué frecuencia e intensidad me lavo los dientes, los automóviles comunican mi forma de conducir y registran datos biométricos, etc. Todo esto es muy útil, y puede hacer avanzar a nuestra sociedad, pero debemos discutir las premisas. ¿Es la eficiencia la más importante? ¿Es correcto que la cooperación de millones de personas incremente las ganancias de los gigantes del Silicon Valley?
La fusión hombre / máquina
-Supongo que las ideas transhumanistas que vaticinan una fusión de hombre y máquina le parecen una pesadilla. -No, me parecen la realidad. La fusión de hombre y máquina está produciéndose ya. Hay 1.800 millones de teléfonos móviles en el mundo y prácticamente cada persona tiene durante todo el día un aparato de esos como mínimo a siete metros de distancia. En el mercado ya existen los primeros implantes digitales, y Google Glass, las gafas de datos, están al caer. Es absurdo decir: no lo hagáis. La pesadilla no está en las máquinas, sino en las personas que convierten esas máquinas en instrumentos de nuevas normativas sociales.
-También detesta ciertas derivaciones de la muy popular idea del “gen egoísta” de Dawkins. -Dawkins insiste mucho en que no quería decir eso. A mí me interesa otra cosa: la fusión de tecnología, economía y biología. Dawkins lo describe, en la línea de Darwin, sin duda, como un gran proceso de inversiones y desinversiones. La historia ha demostrado que la tesis del “gen egoísta” forma parte de la ideología a la que nos enfrentamos en este terreno. Dawkins no tiene la culpa de ello, pero el hecho de que, como cuento en el libro, el jefe de Enron regalara su libro al personal para que lo leyera, dice mucho.
-Los mercados financieros fueron secuestrados por potentes ordenadores que nunca fallarían, las crisis se habían acabado. Y, de pronto, en 2008, cae Lehman Brothers y “un monstruo devora Wall Street”…
-Soy consciente de que la crisis financiera tuvo muchas causas. Sin embargo,la pérdida de control global es fruto de modelos matemáticos que antes de la era del ordenador no habrían sido posibles. Durante la crisis, la negociación bursátil de alta frecuencia fue adquiriendo un peso aún mayor en virtud de las mejoras técnicas. La negociación de alta frecuencia es un mecanismo que hasta cierto punto expulsa a los seres humanos fuera del mercado: los algoritmos se convierten prácticamente en personas que dan órdenes. Lehman no fue más que un presagio. Si no hacemos nada, tendremos crashs sociales, como tuvimos crashs bursátiles. Un mundo en que unos ordenadores totalmente automáticos leen noticias que proceden de sistemas también automatizados y después toman decisiones que otros robots convierten en noticias y textos de prensa, y todo ello a una velocidad increíble, es fácil imaginar que no se limitará a las bolsas de valores. Y todas esas máquinas no son psicólogos particularmente buenos, en cierto modo siempre juegan un poco a la Guerra Fría.
-Por momentos, leyendo Ego, parece que el hombre se enfrentara a una conspiración. Pero las conspiraciones no existen, ¿o sí? -No existe ningún Dath Vader, por mucho que uno de los jefes de Lehman se hiciera llamar así. No creo en una conspiración, al contrario, lo que he descrito es algo muy distinto: que esta naciendo un mundo en el que el aparato económico y político sospecha que, detrás de todo, hay algo que es esconder: de ahí la desconfianza endémica. Cuando los Estados se disponen a vigilar a todo el mundo -y no sabemos nada de lo que hacen China y Rusia-, ¿qué otra cosa es sino una paranoia?
-Los últimos descubrimientos de las neurociencias han difundido que no somos racionales ni calculadores. Más bien somos un entramado de pasiones e instintos inconscientes. ¿No ataca en su libro a un enemigo que ya se está desvaneciendo? -Ojalá fuera así. Por supuesto que el ser humano no es puramente egoísta, y se compone de irracionalidades increíbles. Pero eso es justamente lo que defiendo. Este conocimiento no le servirá a usted de nada si aquél que decide sobre su destino, su credibilidad, sus posibilidades en la vida, cree que puede reducirlas a un concepto. Cuando Amazon, desarrolla un programa que hace paquetes y les pone la etiqueta de su domicilio antes de que usted mismo sepa ni siquiera que va a comprar el libro, puede que le parezca inofensivo o incluso fascinante. Pero ¿qué ocurre si su jefe de personal ya calcula su finiquito para el año 2020?
– Pero, ¿no le parece que ha escrito un libro apocalíptico? -Apocalíptica es la situación en que se haya Europa. Lo apocalíptico es que cada vez más desaprendemos que existen cosas que son válidas aunque el mercado las condene, aunque no se pulse el botón de “Me gusta”.Entre esas cosas está, por ejemplo, el Derecho, que ha sido quebrantado repetidas veces a lo largo de la crisis del euro. Yo me considero burgués. La esencia de la burguesía ha sido siempre el reconocimiento de un yo que no hace falta redefinir cada vez que se produce un sobresalto en la vida: la fe en el valor de los currículos. La burguesía ha criticado siempre los mercados desenfrenados.
Innovación o precarización
-¿Aventura un futuro de oscuridad y derrota a manos de nuestra némesis egoísta o aún queda mucho partido por jugar? -Nos hallamos en una situación en que buena parte de lo que llamamos innovación no significa más que precarización, que está penetrando en ámbitos -pensemos en las editoriales y en el trabajo intelectual- que hasta ahora se hallaban a resguardo. La democracia “acorde con el mercado” no es hoy ni siquiera un mercado tal como lo concebía Hayek. Cabría preguntarse si la economía de datos no conduce a formatos cada vez más potentes de una economía planificada de unos pocos agentes. El juego está lejos de haber acabado. Y yo incluso me siento optimista: los europeos tienen ahora la oportunidad de demostrar que la cooperación es posible. Incluso tienen una visión: transformar nuestros mundos de máquinas digitales de acuerdo a la idea de una sociedad justa y social. Tal podría ser el proyecto europeo: nada menos que un nicho de mercado entre las grandes potencias mundiales. Nuestros antepasados aprendieron con gran esfuerzo y padecimiento a humanizar la primera revolución industrial. ¿Por qué no podemos conseguirlo por segunda vez?