Día de luto para la democracia, la legalidad internacional y la posibilidad de justicia: hoy, treinta de septiembre, la Unión Europea humilla la cerviz ante EE.UU. y concede a los potenciales acusados estadounidenses inmunidad ante el neonato (y así harto debilitado) Tribunal Penal Internacional, creado para juzgar los crímenes de genocidio, lesa humanidad, guerra y agresión. Esos mismos Estados Unidos de Norteamérica que no aceptan la prohibición mundial de las minas antipersona, el Protocolo de Kyoto para la protección del clima del planeta, el tratado internacional que veta la discriminación de las mujeres, o el reconocimiento del derecho al alimento como derecho humano básico… Desde 1980 EE.UU. no ha suscrito ni una sola convención o compromiso de NN.UU., ni siquiera la Convención de los Derechos del Niño[1]. La ley que vale para todos menos uno no es ley; y ese uno no es un ciudadano entre iguales, sino un tirano, o alguien con avidez de serlo.
El corrector ortográfico del procesador de textos Word con el que escribo estas líneas (™ de Microsoft, como se sabe) no reconoce el adjetivo genocida.
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Ahí (arte breve), con su secuela De ahí que, escrito en 2000-2001; y Poema de uno que pasa, escrito en 2001-2002 –cuyas pruebas de imprenta acabo de corregir–, nacen de una intensa experiencia de libertad interior. Tan intensa que exige un replanteamiento: ¿dónde estoy? ¿Qué busco? ¿En qué creo? Esa experiencia y ese cuestionamiento se plasman, en ambos libros, en la forma del poema largo, el poema-libro.
Con Ahí (arte breve), cuyas primeras versiones tienen ya más de dos años, he escrito –creo— un poema de la contingencia radical. Aceptar radicalmente la contingencia la convierte de alguna forma en destino –libremente asumido: y de esa manera se conecta con el “llega a ser el que eres” de Píndaro y Nietzsche.
Transformar la necesidad –somos seres espaciotemporales— en elección libre: hacerse cargo de que uno vive en este tiempo, en este lugar, con este cuerpo, dentro de esta historia personal y colectiva, inmerso en este entramado de nexos sociales y naturales: ahí.
Ahí donde estás –en ese lugar y ese tiempo, con esa afectividad, entre esas personas, dentro de esos vínculos. ¿Y el riesgo de deslizarse hacia alguna forma idealizada y destructiva del sentimiento de comunidad local, como el nacionalismo? No se da, se me antoja, en mi versión del ahí, precisamente por el énfasis en la contingencia: soy de la aldea A como hubiera podido ser de la comarca B, no hay en esto determinaciones esenciales. Me elijo –a la postre— ciudadano de A, después de haber aparecido allí y no en otro lugar, contingentemente.
Durante años, escribí fundamentalmente desde el no; ahora, el no y el sí se traban más equilibradamente en mi poesía. Y ese sí es inmanente: no remite a ningún trasmundo, a ningún futuro, a ninguna utopía. (De ahí, supongo, la reaparición de la cuestión de la belleza.)
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En la radio: la locutora X “humaniza la información”. Podría uno escribir horas enteras sobre cómo los seres humanos damos origen constantemente a cosas extrañas, ajenas, y luego necesitadas de reapropiación, de “humanización”. ¿Cómo de lo humano surge así lo no humano, de manera continua? ¿Qué clase de ser es ése que produce todo el tiempo lo contrario de sí –o lo que tiene por tal?
Por eso llega a ser el que eres, lejos de tratarse de ninguna vacua tautología, representa una intimación ideal de imposible cumplimiento: mejoraremos al intentar ponerla en práctica, pero nadie llegará nunca a coincidir consigo mismo.
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Últimas tardes en la hamaca, aprovechando un par de días soleados –¡qué regalo!— entre las tormentas de otoño y el azacaneo de las diversas ocupaciones. Un jaiku de Taigui (1709-1771): “Yo las barría,/ y al fin no las barrí:/ las hojas secas.”
A quien ha probado siquiera una vez la riqueza y la intensidad del ahí, todos los recursos de seducción que despliegan las pantallas de la sociedad del espectáculo, todas esas distracciones del ciberspacio, propagandas audiovisuales, mitologemas cibernéticos, entretenimientos multimedia, le parecerán señuelos insípidos.
- [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 88-91. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]
[1] Federico Mayor Zaragoza: “Otro mundo es posible”, El País, 26 de mayo de 2003, p. 14.