Otra asamblea –ayer, 12 de febrero, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UAM— un poco deprimente que acaba con alguien diciendo: “algo habremos hecho mal…” Pero lo que se ha hecho mal, sobre todo, no es lo que la minoría activa ha ido a trancas y barrancas haciendo, sino lo que la mayoría no ha hecho. No participar, no preocuparse por los otros, no luchar contra quienes nos dominan, no entregar con generosidad todo ese tiempo “perdido” que requiere la democracia, no implicarse, no ser autoexigentes; ese irse deslizando por la pendiente del “contrato de indiferencia mutua” (Norman Geras), el rampante narcisismo y el nihilismo del telespectador complaciente: eso es, sobre todo, lo que se ha hecho mal.
Y una vez reconocido eso, que es lo principal, por supuesto que podemos y debemos analizar con lucidez en qué hemos fallado nosotras y nosotros, la minoría de quienes hemos seguido luchando sin resignarnos.
(En una entrevista que Rafael Díaz Salazar hacía a Paco Fernández Buey en 1987 –número 954 de Noticias Obreras–, el pensador ecomarxista español reflexionaba: “El movimiento obrero ha sufrido en estos años una nueva derrota. Es contraproducente emplear el lenguaje diplomático para ocultar esas cosas. Pero dicho eso, quisiera añadir enseguida que ser derrotado no es pecado, ni siquiera venial. Sobre todo cuando se ha luchado y el adversario –cosa obvia también en este caso— era más poderoso y estaba mejor pertrechado. La aclaración tal vez suene a perogrullesca, pero no me parece inútil en estos tiempos en los que algunos que se veían hace unos años como una nueva clase [de intelectuales y profesores] llamada a sustituir a la clase obrera se escudan ahora en la derrota de ésta para justificar la inanidad de toda insumisión y aun de toda resistencia.”)