Cuenta Paolo Cacciari quela Universidadde Warwick cifra en 100.000 dólares la compensación equivalente a un buen matrimonio; 245.000 por enviudar; 60.000 por la pérdida de un trabajo…
El dinero –decía ya Aristóteles en un famoso pasaje al comienzo de su Política— lo iguala todo. Iguala todo en la indiferencia de lo intercambiable, y por eso reemplazable: si valoro una capacidad humana en 90.000 euros, estoy diciendo casi siempre que puedo compensar con esa cifra la pérdida de esa capacidad. Si valoro cierto servicio de un ecosistema en dos millones de euros, doy a entender que, poniendo tres millones sobre la mesa, puedo suplir –y más que suplir— esos servicios.
“Ecocompensación” (pagos por servicios ambientales): tratan de apagar el fuego vertiendo aceite encima del mismo.
Asignar un valor monetario al canto de los pájaros en primavera es tan absurdo como señalar una cantidad de dinero a cambio de renunciar a la libertad de expresión, o cifrar el precio en que uno se dejaría vender como esclavo. Cuánto dinero vale el amor de una madre o un padre por su bebé es una pregunta tan demencial como en cuánto valorar crematísticamente un río en buen estado.
Pero a esta última clase de empeños se consagra la economía ambiental neoliberal, y a partir de ahí construyen las políticas ambientales corrientes…