(Un amigo, lector de Fracasar mejor, me hizo llegar tres textos: uno de Malcolm X, uno de William Burroughs y uno de Iván Illich. Sobre todo este último me dio que pensar. Dice así: «El tiempo de los seres humanos está acabado. Se acabó hace mucho. Saber que no tenemos futuro es una condición necesaria para pensar y reflexionar. No hay un futuro sobre el cual podamos decir algo o tengamos algún poder. Constituye una ilusión absoluta pensar que uno puede actuar eficazmente respecto a todas esas cosas de las cuales se considera responsable. Sin embargo, alimentamos nuestra necesidad de creer que somos responsables; la responsabilidad confiere a las personas la sensación de que tienen un cierto poder, una cierta influencia. Se trata de la base ideal sobre la cual construir una nueva religiosidad en nombre de la cual la gente se volverá más administrable que nunca. Entonces, digo: dejadnos vivir y dejadnos celebrar, en el verdadero sentido de la palabra, del permiso (sic) de estar vivos en este momento, con todas nuestras penas y nuestras miserias. El servicio más importante que uno puede hacer al mundo y a los demás consiste en girar alrededor de su propio corazón. Solo conozco una forma de transformarnos a nosotros mismos, y es el goce profundo de estar aquí, vivos, de la forma más desnuda posible».)
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Muchas gracias por los tres textos, son iluminadores los tres. El de Malcolm X me parece muy lúcido[1], pero en cuanto al de Illich, desde varios lugares de mi fuero interno, algo dice ¡NO! con mucha fuerza. A ver si me explico un poco.
Con Illich me ocurre muchas veces lo mismo: encuentra uno intuiciones valiosas, fórmulas fulgurantes, críticas acertadas -y sin embargo desenfoques enormes en asuntos esenciales. Es como si se le escapara la distinción entre poco y nada, que resulta crucial si hablamos de lo humano, de lograr o preservar lo humano. Por ejemplo, en la cita que aportas: «Saber que no tenemos futuro es una condición necesaria para pensar y reflexionar», en efecto, si nos deshacemos de la «ilusión de control» y lo que sabemos, entonces, es que tenemos muy poco control sobre el futuro a pesar de nuestros autoengaños al respecto. Pero «muy poco control» no es lo mismo que «ningún control»: ¡no es lo mismo ocho que ochenta! «Constituye una ilusión absoluta pensar que uno puede actuar eficazmente respecto a todas esas cosas de las cuales se considera responsable» quizá esté bien si lo dice un campesino de Cuernavaca, pero si lo decimos nosotros, los que consumimos treinta o cincuenta veces más energía fósil que ese campesino en un mundo de «efecto invernadero» reforzado que se nos está yendo de las manos; si lo decimos nosotros desde dentro del vientre de la Bestia, constituye una grave irresponsabilidad. (Incidentalmente: si nos deshacemos de la categoría de responsabilidad la ética entera se va al garete.) «El servicio más importante que uno puede hacer al mundo y a los demás consiste en girar alrededor de su propio corazón» tiene un encantador aspecto de gaya ciencia, pero también queda demasiado cerca del lema mandeviliano, protocapitalista, de los «vicios privados, virtudes públicas». Y «sólo conozco una forma de transformarnos a nosotros mismos, y es el goce profundo de estar aquí, vivos, de la forma más desnuda posible» es una exageración. Ésa es una importante forma de transformarnos a nosotros mismos, ciertamente. Pero otra -y no menos importante- es la transformación que experimentan quienes se agrupan en colectivos, en movimientos sociales, para luchar juntos contra el mal social.
Manuel Sacristán, en sus críticas de los años setenta a Illich, era probablemente demasiado severo: pero cuando se refería a su «ambiguo privatismo» (creo que la fórmula era esa) apuntaba a un problema real.
La autoconstrucción no es una tarea sólo individual: es también una tarea social (de hecho, en cierto importante sentido, es social antes que individual). La espiritualidad en la «ciudadela interior» (Marco Aurelio) debe ir de la mano con los movimientos de masas. Si no lo logramos, se pierde la espiritualidad y se pierden los movimientos de masas.
El abecé de la acción colectiva es: frente a la fuerza del dinero y de las armas, lo único que podemos oponer es la fuerza de la organización. Quien desconoce esto no puede pretender enfrentarse a quien nos amenaza en el Siglo de la Gran Prueba.
Nuestro problema ¿son las burocracias estatales omnipotentes que nos meten en un invivible «mundo administrado» -o son un problema mayor las megacorporaciones de poder privado expansivo que, cuando llegue el momento, se transformarán en «señores de la guerra»? Está muy bien criticar el Estado burocrático moderno, y el Estado en general es algo que debería ser superado, en algún horizonte que hoy vemos muy lejano -¡pero hay situaciones, y dispositivos sociales, mucho peores que el Estado burocrático moderno! Hoy, en nuestro país, la consigna ¿debería ser desmedicalizar -o más bien defender con uñas y dientes el sistema público de salud?
En un fragmento de Fracasar mejor titulado LA DIFERENCIA ENTRE POCO Y NADA escribí:
2009: las quinientas mayores multinacionales controlaron el 53% del PIB mundial, y los mercados de capitales supusieron 3’5 veces ese PIB. Tal concentración de poder no ha existido nunca antes en la historia de la humanidad. Hay lucha de clases, claro que sí –lucha de la plutocracia nihilista que nos gobierna contra la humanidad, contra la biosfera, contra el futuro.
Aislados, no somos nada. Organizados somos muy poco. La diferencia entre poco y nada es decisiva.
El logotipo de Izquierda Anticapitalista es una estrella roja, verde y violeta. Esa síntesis es la que trata de impulsar desde hace más de treinta años la tradición intelectual y política a la que me sumé hace ya tanto, y que cabe personificar en un pensador como Manuel Sacristán. Lo roji-verde-violeta era la bandera de los colectivos de mientras tanto y En pie de paz.
No es sólo que cada persona cuente: cada pensamiento cuenta, cada sensación cuenta, cada emoción cuenta, cada diálogo cuenta, cada encuentro cuenta. Y la suma de todas esas cuentas es a la vez cero e infinito.
Estamos en derrota, nunca en doma, decía Claudio Rodríguez. Quizá derrotados, decía Manuel Sacristán, pero por lo menos con buen humor.
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Y me vuelve a contestar este amigo:
«Está tan certeramente matizada tu crítica de Ilich, que él mismo la compartiría. No me cuesta imaginar un diálogo entre ambos. Acaso te respondería:
—Vivo con un sentimiento de profunda ambigüedad. Intento encontrar el camino entre dos campos asimétricos y complementarios… Hay que evitar la vulgaridad apocalíptica con el máximo rigor. Y, por otro lado, abstenerse también del romanticismo, para hacer frente al tipo de sociedad que hemos creado; para soportar, al menos en parte, la angustia que se experimenta al mirarla. Mi consejo no es vivir en las tinieblas, sino llevar una vela en las tinieblas, ser una vela en las tinieblas… A mediados de los años ochenta, se produjo una mutación en el espacio mental. Desde entonces, nos hallamos dominados por la atención profesional, que ha convertido el cuidado mismo en una verdadera mercancía. Sé que vivo en un mundo en el que cuanto más grandes sean nuestros ideales, tanto más crecerán las compañías de seguros. Mi reacción inmediata es: quiero experimentar el horror. Quiero percibir el verdadero sabor de la realidad. No quiero huir de mi sentimiento de impotencia. No quiero permitirle a nadie asegurar mi futuro —ni material ni espiritual—. No condeno a los que insisten en perseverar en la política democrática, pero yo he tomado partido, radicalmente, por la política de la impotencia. No tengo ninguna estrategia que sugerir. La única esperanza para la vida que busco parte de la disponibilidad personal y del rechazo al sentimentalismo. Mi método de trabajo ha sido siempre reunir a los amigos para debatir. Una buena parte de mi vida depende de haber encontrado a la persona adecuada en el momento adecuado, y de habernos hecho amigos; amigos que me ofrecen su disponibilidad sin imponerme nada. Cada uno de nosotros tendrá la tarea de inventar desde la amistad su propio analgésico…»
[1] «No es que el tiempo se esté acabando. ¡El tiempo ya se agotó!… No soy demócrata, no soy republicano. Soy uno de los veintidós millones de negros víctimas de la democracia. No hay sistema en el mundo que sea más capaz de separar y aislar completamente a un pueblo que este sistema al que llaman democracia. La conciencia de EE UU está en quiebra. Pierdes el tiempo si apelas a la conciencia de un hombre que está en bancarrota moral. No es necesario hacer que cambie de ideas. No podemos hacer que cambie sus ideas acerca de nosotros. Somos nosotros los que tenemos que cambiar las ideas que tenemos sobre nosotros mismos».