¿Aprender de las catástrofes? Reflexiones tras la dana en Valencia
La situación tras la dana del 29 octubre que asoló numerosos municipios de Valencia sigue siendo preocupante. Esta catástrofe ha cambiado la vida de miles de personas. Debemos aprender de lo sucedido frente a esta época de multicolapsos en la que ya estamos.
José Albelda, Lorena Rodríguez Mattalía*, Jorge Riechmann. Responsables del máster en Humanidades ecológicas MHESTE y el diploma DESEEEA (títulos interuniversitarios entre UPV y UAM). Revista Ecologista nº 122.
En una de las pancartas que podían leerse en la gigantesca manifestación que en Valencia pidió el 9 de noviembre de 2024 la dimisión de Carlos Mazón, una joven estudiante de Bellas Artes había escrito: “Nos habéis dejado sin presente, sin futuro y sin pasado”1. Esta frase lapidaria capta bien la excepcionalidad del momento histórico que vivimos, marcado por acontecimientos excepcionales como la dana (acrónimo de Depresión Aislada en Niveles Altos) que el pasado 29 de octubre devastó una extensa zona y varios pueblos de la Comunidad de Valencia (sobre todo al noroeste y al sur de la capital). No se trató de una gota fría más, sino de un desastre que forma parte del caos climático antropogénico que ya está viviendo el planeta Tierra. Sobre esto incidía el científico del CSIC Antonio Turiel ya el mismo 30 de octubre, en un análisis de urgencia que publicó en Twitter/X dijo:
“Me horroriza ver comentarios de algunas personas, quitando hierro a la situación, diciendo que gotas frías ha habido toda la vida, que exageramos, que esto no tiene que ver con el cambio climático. Primero: cantidad. (…) Nunca la cantidad de agua precipitable en la atmósfera había sido tan alta como ahora. Una desviación de 8 sigmas respecto a la media. (…) Segundo: sinopticidad. No es lo mismo llover intensamente en una ciudad o en una comarca que en toda la CAV, con afectación incluso en el interior peninsular. Un evento de esta extensión es una anomalía con pocos precedentes, lo cual lo hace más significativo estadísticamente. Tercero: recurrencia. Importa la frecuencia con la que suceden eventos graves. Puede que en los años 1980 hubiera un evento comparable en algún punto, pero lo problemático es que eventos importantes se están haciendo más frecuentes. Pasamos de uno cada treinta años a uno cada 5, cada 2… Cuarto: globalidad. Cualquiera que haya seguido la fenomenología de los eventos extremos últimamente verá que están pasando cosas” extraordinarias en todo el planeta. Este año está siendo terrible, el anterior fue muy malo, el anterior también… con tendencia creciente”2.

Rambla del Poyo. Foto: J. Albelda, proyecto SIT-PLU.
Una acumulación de energía sin precedentes a escala planetaria
Seguía explicando Turiel que todo esto está siendo posible porque hay una acumulación de energía sin precedentes a escala planetaria. Estamos ya superando el +1,5°C (el primero de los límites de seguridad del Acuerdo de París en 2015), sin visos realistas de que la temperatura baje significativamente los próximos años (más bien al revés, viendo el desbalance radiativo que está agravando el calentamiento). Las condiciones que han generado esta dana devastadora siguen ahí: la Corriente de Chorro Polar con meandros profundos que se pueden estrangular, un Mar Mediterráneo dos grados más caliente que la media hacia 1980, el agua precipitable en la atmósfera en máximos. Y concluía Turiel: “El tiempo de actuar es ahora. Enmendando lo que se pueda de tantos desmanes en edificación e infraestructuras que agravan los efectos de estas dana. Y planteándose seriamente, por fin, un rápido abandono de los combustibles fósiles. Porque esto no es normal. No lo normalicemos”3.
Morir por salvar los coches; morir en los coches
Aunque no haya un relato oficial de cómo murió cada uno de los 222 fallecidos (sin olvidar a varias personas aún desaparecidas), por lo que han manifestado los familiares y por la localización de los cadáveres, sabemos que más de la mitad murieron, o bien conduciendo sus vehículos, o bien en los garajes y aparcamientos subterráneos (o yendo a los mismos, o volviendo de poner a salvo sus coches). La primera idea al ver que empezaba a desbordarse el barranco del Poyo en las poblaciones afectadas, según cuentan en las entrevistas, fue ir a por el coche para aparcarlo en una zona más alta, o bajar al garaje subterráneo para evitar que se estropeara al inundarse. No se anticipó la velocidad real de inundación, que convirtió esos garajes en verdaderas trampas mortales. Por otra parte, como la Generalitat no avisó adecuadamente tras la alerta roja de AEMET de las 7,31 horas del 29 de octubre, muchísima gente fue a trabajar a los polígonos o a Valencia, o de compras a los centros comerciales cercanos a la ciudad: muchas personas murieron en sus coches yendo o volviendo del trabajo, al ser arrastrados por la riada.
Mazón no ha mencionado ni una sola vez el caos climático antropogénico como origen de la dana; y se ha referido siempre a esta nueva riada, peor que la de 1957, como un “desastre natural”
Cómo impresionan las imágenes de miles de coches destrozados y amontonados por las calles de Paiporta, Benetússer, Alfafar, Massanassa… Son el emblema tanático del capitalismo fosilista. En su funcionamiento ordinario, el modelo energético y de movilidad basado en combustibles fósiles genera el calentamiento global; de éste viene la intensificación de fenómenos meteorológicos extremos como la dana que ha devastado el sureste español; y finalmente los automóviles se convierten en trampas mortales cuando sus dueños intentan rescatarlos en los garajes…
La desastrosa gestión institucional del desastre
En una catástrofe de estas dimensiones lo peor es que la respuesta institucional resulte igualmente desastrosa, y eso es exactamente lo que ocurrió. En situaciones de urgencia, la respuesta rápida es esencial, al igual que la cronología de los acontecimientos. Ésta fue la de dana: desde una semana antes, AEMET ya anunciaba una dana importante para los últimos días de octubre4.
El día 29, AEMET generó la alerta roja a las 7,31h. de la mañana por lluvias intensas en zonas de la serranía de Valencia. A las 11,55 horas, la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ) avisó de desbordamientos de barrancos en el sur de Valencia; de hecho, ya a las 11’30 se inicia el desbordamiento del barranco del Poyo en Chiva, que luego anegaría todos los pueblos del sur. A las 18,30 se desborda dicho barranco en Torrent y llega a la zona cero, inundándose Picanya, Paiporta, Benetússer, Sedaví, Massanassa y Catarroja. Desde las 12h. se desborda también el río Magro, algo más al sur, afectando a Algemesí y otras poblaciones.
Sin embargo, a las 13 horas el presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, asegura a los medios que “según la previsión, el temporal se desplaza hacia la Serranía de Cuenca, por lo que se espera que en torno a las 18 h disminuya su intensidad en todo el resto de la Comunitat Valenciana”, y luego se va a comer, aislándose durante varias horas. Solo a las 20,11 horas es cuando finalmente la Generalitat emite el mensaje de alerta a los dispositivos móviles de la población, cuando la fase más destructiva de la riada ya había ocurrido.
En efecto: mientras los pueblos se iban inundando y la gente moría ahogada, Mazón estuvo sin contacto telefónico tres horas, comiendo en un céntrico restaurante con una periodista a quien, parece ser, quería ofrecer la dirección del canal autonómico de televisión. La Consellera responsable de Emergencias, Salomé Pradas, compareció días después afirmando que desconocía el sistema ES-Alert, que permite avisar por SMS a todos los ciudadanos, y que a mitad de la tarde un técnico le comentó que podían hacer uso de él (como así se hizo finalmente, pero lanzando el mensaje a las 20’11, más de doce horas después de la alerta temprana de AEMET). No sólo hubo dilación en la respuesta el primer día: a determinadas zonas de los pueblos, por ejemplo, la parte del barranco del Poyo a su paso por Paiporta, los bomberos, policía o ejército tardaron más de tres días en llegar. Mientras tanto la gente estaba aislada en sus casas, sin luz ni agua, y en ocasiones junto a los cadáveres de sus familiares.

Puente destruido en Picanya, Valencia, y pasarela militar. Foto: J. Albelda, proyecto SIT-PLU.
El incompetente President de la Generalitat valenciana no ha mencionado ni una sola vez el caos climático antropogénico como origen del agravamiento de las dana; y se ha referido siempre a esta nueva riada, peor que la de 1957, como un “desastre natural”. Tampoco ha dimitido de su cargo, a pesar de pedírselo en una manifestación multitudinaria 130.000 valencianas y valencianos unos días después de la catástrofe, el 9 de noviembre (y de nuevo en una segunda manifestación en Valencia igual de multitudinaria, al cumplirse el primer mes del suceso). Como señaló un editorial de ctxt: Si son fenómenos que se reproducen cada vez con más intensidad, no aplicar principios de precaución que permitan adelantarse al riesgo resulta irresponsable y tiene consecuencias criminales. El presidente valenciano Carlos Mazón cerró, nada más llegar al poder, la Unidad Valenciana de Emergencias (UVE), un organismo que su gobierno de coalición con Vox calificó como un ‘chiringuito’ y una ‘ocurrencia’ del gabinete anterior. Tras cancelar la UVE, Mazón concedió 17 millones de euros de subvención al sector taurino. El presidente de la Generalitat tendrá que responder política y moralmente sobre las decisiones populistas que adoptó, y sobre su errática actuación durante la emergencia, y hacerse responsable de sus decisiones. El negacionismo científico mata. Y el capitalismo salvaje también. Muchas empresas y comercios obligaron a sus trabajadores a permanecer en sus puestos pese a la alerta roja, siendo cómplices en la imprudencia temeraria cometida por la Generalitat5.
Atención: la conducta de Mazón ha sido criminal y punible, sí. Pero a escala macrosocial, en buena medida ¿no reproducimos esa pauta: infravalorar el peligro y creer que disponemos de un tiempo y un margen de reacción que no es real?
Más allá del dolor y la rabia
En las semanas siguientes al trágico 29 de octubre han surgido otros sentimientos que se entremezclan con el dolor y la rabia: uno, más abstracto, tiene que ver con el extremo contraste entre el intenso daño y la muerte al sur de la nueva desembocadura del Turia, que actuó como parapeto y, justo al norte de la misma, a unos quinientos metros, ningún daño en Valencia capital. Sí ha sido común el dolor compartido y la solidaridad de tantas personas, muchos de ellas jóvenes, que cruzaban masivamente una estrecha pasarela con palas y cepillos para quitar barro, y con víveres para la gente de los pueblos del sur. Esa reacción solidaria fue espontánea a partir del día siguiente al desastre; nadie la organizó, nadie la pidió oficialmente. Con una rapidez y eficacia inusitadas, las asociaciones de vecinas, redes de apoyo mutuo y plataformas de democracia directa comenzaron a recoger agua embotellada y comida, así como otras vituallas en sus locales y a transportarlas en mochilas, pues el acceso por carretera era, los primeros días, impracticable. La gente hacía cola para donar comida; muchos han trabajado incansablemente en centros espontáneos de recogida y distribución la mayor parte de sus horas libres.
Aún hoy, más de un mes después de la catástrofe, continúan las labores de muchos y muchas voluntarias que se resisten a abandonarse al olvido. Desde asociaciones vecinales, pequeños comercios de barrio o agrupaciones espontáneas –como es el caso del centro de voluntariado La Cantina en el valenciano barrio de Ruzafa– continúan enviando productos de primera necesidad a las zonas afectadas (además de colchones, mantas, deshumidificadores, etc.), organizándose para ayudar con la limpieza, estableciendo redes de apoyo mutuo que conectan gente que necesita ayuda con gente que necesita ayudar.
Pues ayudar, en estas semanas terribles, se ha convertido en una necesidad para muchas personas conscientes de que esta catástrofe nos ha cambiado la vida a todas y todos. Es especialmente remarcable cómo han venido a Valencia cientos de personas de todo el Estado, gente que incluso ha pedido días de vacaciones en su trabajo para venir a limpiar el lodo, para traer productos que es difícil encontrar en Valencia, etc. Esa respuesta solidaria, de lo más diversa, nos ha dado mucha esperanza: la esperanza de que el pueblo –en su sentido más abierto–, en determinadas circunstancias, reacciona como un superorganismo perfectamente coordinado en su finalidad solidaria, donde el sentido de pertenencia es mucho más amplio que lo local.
¿Zonas seguras?
Para muchos, una experiencia inquietante ha sido constatar no existen burbujas de protección reales: aquello que les pasaba a gentes lejanas en un Gran Sur exótico afecta ahora a una zona de la Europa rica y excluyente. Ya no hay zonas de verdad seguras, aunque siempre habrá diferencias en el dinero y la estructura estatal que se pone en marcha para paliar y reconstruir; las diferencias, también en el desastre, seguirán. Pero cada vez existe menos seguridad de estar a salvo.
No hay que olvidar tampoco cómo, en medio de esta catástrofe, partidos y organizaciones de extrema derecha han intentado aprovechar la desesperanza y la ira de la gente para canalizarla hacia discursos y acciones fascistas, apropiándose del lema de Antonio Machado “sólo el pueblo salva al pueblo” para abanderar la idea populista de que las instituciones democráticas son el origen del problema. Tenemos que reapropiarnos de ese lema insistiendo en la necesidad de una lectura en clave ecosocial de lo ocurrido, que sirva para crear redes sólidas resilientes y para exigir a las administraciones que actúen frente a la crisis ecológica que nos impacta a todas y todos.
¿Capaces de aprender de las catástrofes?
En 1979, uno de los primeros informes al Club de Roma que ayudaron al aumento de la conciencia ecologista en aquellos años setenta se consagró a la cuestión educativa6. Aquel texto distinguía entre tres clases de aprendizaje: el aprendizaje de mantenimiento (conservador, reproductor de las condiciones socioeconómicas dadas) iba a resultar cada vez más disfuncional a medida que las condiciones socioecológicas fuesen cambiando con el despliegue de una verdadera crisis de civilización. Por ello, se hacía necesario impulsar un aprendizaje innovador caracterizado por dos rasgos fundamentales: anticipación de las necesidades futuras y participación de las personas que aprenden. Como señaló en su día Manuel Sacristán, la tesis principal del informe señalaba que “una condición necesaria para asegurar la supervivencia y preservar o recuperar la dignidad de los seres humanos entre los peligros de la presente problemática mundial consiste en superar el tradicional aprendizaje de mantenimiento incluyéndolo en un aprendizaje innovador”7. Bien, pasó medio siglo y aunque hubo intentos aislados de llevar adelante un verdadero aprendizaje innovador (nosotras mismas estamos comprometidas con ello en los títulos de posgrado MHESTE y DESEEEA), a escala macrosocial nada de ello cuajó. Ahora bien: cuando falla el aprendizaje innovador entra en escena un tercer tipo de aprendizaje por shock (mediante catástrofe). Ahora que nos adentramos en la “Era de las Consecuencias”, y los shocks van a multiplicarse, ¿seremos capaces al menos como sociedad de aprender catástrofes como la dana en Valencia?
Una reflexión final
La experiencia de esta catástrofe, una más entre todas las que habrá que afrontar a medida que se van agravando las condiciones de habitabilidad de la biosfera, ha mostrado que el apoyo mutuo, la adaptación y la resiliencia, así como el conocimiento de las mejores respuestas ante una época de multicolapsos parciales, resulta literalmente vital. El declive civilizatorio ya iniciado –el decrecimiento en la escala física, pero también en la complejidad estructural de las sociedades– debe hacernos cobrar conciencia de la importancia de afrontarlo juntos y de forma organizada. Son tiempos de excepción en los que esperamos se entremezclen ilusionantes proyectos ecosociales con respuestas colectivas y solidarias frente a los distintos desastres que nos irán llegando.
*Los autores José Albelda y Lorena Rodríguez Mattalía viven y enseñan en Valencia
- Pablo Ordaz, “El barro se convierte por fin en rabia”, El País, 10 de noviembre de 2024. La frase es del grupo valenciano La Raíz.
- https://x.com/amturiel/status/1851494615922233758
- https://x.com/amturiel/status/1851494640320471325
- Sirva como ejemplo el tuit de J.J. González Alemán, doctor en Física y Meteorólogo superior de Estado, investigador de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET): “Si todo sigue tal y como prevén los modelos meteorológicos durante los próximos cinco días, esta dana, por sus características y comportamiento, tiene mucho potencial de entrar en el grupo de las de alto impacto. De las que serán recordadas en la vertiente mediterránea” (25 de octubre de 2024)
- “Negacionismo climático criminal”, ctxt, 30 de octubre de 2024; https://ctxt.es/es/20241001/Firmas/47726/Editorial-dana-Levante-Valencia-UVE-negacionismo-generalitat-Carlos-Mazon.htm . Así terminaba este texto: “Llama la atención que en países caribeños, como Cuba, con muchos menos medios, el número de vidas perdidas es mucho menor que en otros lugares. Tiene que ver con una política pública aliada con la gente autoorganizada que sabe lo que tiene que hacer. Eso es también adaptación. La adaptación a las condiciones cambiantes de la trama de la vida en la que las economías, tecnologías y la existencia humana están insertas supone, y más vale mirarlo cara a cara, acometer un proceso de transición que debe tener como objetivo garantizar condiciones de vida dignas a todas las personas en un contexto de contracción material y de cambio. El mundo, decía Bruno Latour, se nos ha convertido en un lugar extraño y más vale que aprendamos a rehabitarlo cuanto antes.”
- AA.VV. Aprender, horizonte sin límites (informe al Club de Roma). Santillana, 1979
- Manuel Sacristán, “El informe al Club de Roma sobre el aprendizaje” (1980), ahora en Pacifismo, ecología y política alternativa, Icaria, Barcelona 1987, p. 26.