Algo muy importante que nos recuerda un arte –y una forma de vivir– que los españoles tenemos muy cerca, el cante flamenco: los logros artísticos más excelsos son posibles en condiciones de gran precariedad material.
Giordano Bruno decía que si la filosofía, la literatura y el saber no se traducen en un modo de vivir, entonces son totalmente inútiles. Enrique Morente y Camarón de la Isla hubieran estado de acuerdo. Cuenta Aurora Carbonell –viuda de Morente— que al gran cantaor le dieron un premio que estaba dotado con millón y medio de pesetas, que se gastó en el mejor equipo de sonido que encontró. “Un día, Camarón nos visitó en Granada; decía que era por el arroz que yo cocinaba, pero le gustaba estar al lado de mi marido. Le impresionó tanto aquel equipo que le dijo a Enrique: ‘Te lo cambio por mi casete’. Un aparatito que le cabía en la mano, eso, un walkman. Hay que ser flamenco para entender que Enrique aceptó sin rechistar. Yo estaba horrorizada, pero terminé por reírme: vivíamos entonces en un cuarto piso y recuerdo verlos bajando por las escaleras a duras penas, cargando unos bafles inmensos, con los cables enredándose entre los pies. Pa haberse matao, como decía Enrique…”[1]