asalto a la universidad, un artículo de diego llanes

Asalto a la universidad 

Diego Llanes, catedrático de Genética de la UCO

En pocos meses, las universidades públicas contarán con una cuarta ley para  regular sus actividades. Si excluimos la LRU (1983) del PSOE, que significó un  cambio necesario para los nuevos tiempos democráticos, el resto de las leyes  LOU, (2001) del PP y Lomlou, (2007) del PSOE, nunca me parecieron realmente  necesarias, y creo que sólo tenían un fin: abrir las universidades al llamado  capitalismo académico. Para ello, introduce, la LOU, y desarrolla, la Lomlou, un  nuevo objetivo universitario: el conocimiento al servicio del desarrollo  económico.
Nuestro capitalismo académico es una mala copia del original. Al tener nuestro  país, y no digamos Andalucía, una débil economía productiva, no contábamos con  los sectores empresariales que impusieron este modelo a las mejores  universidades anglosajonas. Nosotros hemos tenido que intentar crear a los  propios empresarios que se beneficien de esos cambios y para ello animar a cada  universitario a convertirse en emprendedor. Además fue necesario el inicio de  una campaña de potenciación del mercado y lo privado, en abierta contradicción  con el modelo funcionarial de nuestras universidades. La nueva ley querrá, sin  más dilación, imponer el capitalismo académico con el paso directo a la gestión  privada de la universidad pública. Los procesos electorales que aupaban al poder  a los rectores, tienen por tanto los días contados. El poder pasará a manos de  un organismo similar al actual Consejo Social, que será el encargado de  gestionar a las universidades públicas y nombrar a los rectores.
Los nuevos miembros de los consejos sociales serán elegidos por el poder  político, lo que vendrá a significar que las universidades públicas estarán  controladas por el capital financiero, que en última instancia controla a las  cúpulas de los partidos mayoritarios. Esto se llevará a cabo si la sociedad  civil no se dota de la suficiente fuerza como para imponer un modelo de gestión  universitaria más acorde con las necesidades de la sociedad.
La Universidad que salió de la transición realizó eficazmente su función de  poner la educación superior a disposición de un gran número de españoles. En los  últimos años, el crecimiento económico especulativo, ligado a la burbuja  inmobiliaria, también ha tenido sus efectos negativos en la gestión  universitaria. La bonanza económica y la supuesta necesidad de hacer de la  Universidad motor del desarrollo económico alentaron y potenciaron al  profesor-gestor, frente al docente y al investigador. El aumento exponencial de  los cargos, que en ningún momento fue acompañado de los adecuados mecanismos de  control, ha dado lugar al clientelismo y la autosatisfacción. Clientelismo  debido a que los rectores debían ser elegidos cada cuatro años por el resto de  miembros de la comunidad universitaria y autosatisfacción ya que los fondos de  que disponían estos gestores aumentaban cada año, lo que les permitía repartir  prebendas, crear las más diversas estructuras y difundir su mayor éxito, el  noveno lugar en el ranking mundial por publicaciones.
El clientelismo y la autosatisfacción trajeron consigo además la desregulación y  el descontrol en el funcionamiento de las universidades. Baste un ejemplo: los  programas de jubilación anticipada incentivadas. Profesores-gestores de 33  universidades públicas desde 2002 han aprobado y puesto en marcha unos programas  que carecen de soporte legal. El Tribunal de Cuentas ha abierto por ello  diligencias para investigar el posible delito contable cometido por estos  profesores-gestores.
La necesidad de más fondos públicos para las universidades tenía una  justificación perfecta: éramos los motores de la economía. La realidad, sin  embargo, discurría por otros caminos. Los fondos que nos financiaban no salían  del aumento de nuestra economía productiva, provenían de los ingresos que el  Estado conseguía con la burbuja inmobiliaria, verdadero motor de nuestro  desarrollo. Por tanto, como ahora todos constatamos con un 25% de parados, el  33% en Andalucía, los motores de nuestro desarrollo no se alimentaban con los  éxitos, ni con las publicaciones científicas, que se producían en las  universidades, aunque nuestros rectores insistieran e insistan aún hoy en hacer  creer a todos que somos nosotros, con el aumento de los conocimientos, los que  llevábamos el peso del desarrollo económico.
Una vez desaparecido el verdadero motor de nuestro crecimiento, la burbuja  inmobiliaria, se hace necesaria una reestructuración del modelo universitario.  Lo que está en juego es si esos cambios se acometen para beneficiar al conjunto  de la sociedad o a unos pocos. Se avecinan tiempos de incertidumbres y  sacrificios, y de toda la sociedad depende que estos cambios puedan ser  tutelados por una sociedad civil, que deberá fortalecerse, o por gestores que  eliminarán las escasas posibilidades que tenemos de una universidad pública  crítica con el modelo económico imperante.

  • Texto original en El Día de Córdoba, 14/12/12