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Como decía Albert Einstein: no se puede demostrar científicamente que no haya que exterminar a la humanidad. Como decía Cornelius Castoriadis: nada puede proteger absolutamente a la humanidad contra la locura o el suicidio. Esta gente no se vendaba los ojos antes de asomarse al abismo de nuestra libertad, a la carnicería de nuestra historia, a la ambigüedad de nuestra condición[1]. Por eso hablamos de humanismo trágico.
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Es cierto que tenemos motivos de sobra para desconfiar de la ambigua naturaleza humana y para alimentar un prudente temor hacia nosotros mismos. Habrá quien llame a esto pesimismo antropológico (aunque la pareja de conceptos optimismo/ pesimismo en mi opinión no resulte un gran auxilio para el pensamiento). Ahora bien, no deberíamos olvidar jamás que en este asunto de fondo el género importa –y mucho. Habría que desconfiar no del anthropos en general, sino más bien del varón de la especie Homo sapiens; habría que temer no lo que el anthropos en general puede hacer, sino sobre todo lo que pueden hacer los ejemplares de la especie que van sobrados de testosterona. Ursula K. Le Guin, espléndida octogenaria, nos recordaba algunas cosas que deberían ser obvias.
“Antropológicamente, en buena parte las guerras parecen una forma en que los hombres buscan más poder, honor y control. Compiten con otros hombres por ello, lo que me parece muy primitivo, muy básico. Hay una dureza y un salvajismo irreductibles en los hombres. Algunas mujeres también los poseen. Pero es un rasgo propio de los hombres y que ha caracterizado a las sociedades que han dominado. La idea de competitividad, la necesidad de un jefe, la jerarquía piramidal. Las mujeres no jugamos en general a ese juego. Lo es que no seamos competitivas, pero no necesitamos batir al otro. Parece una base más sabia para una sociedad.”
[1] No me privo aquí de recomendar la relectura de aquella memorable conferencia de Manuel Sacristán en 1981, “La función de la ciencia en la sociedad contemporánea”, que puede hallarse (transcrita por Salvador López Arnal) en Rebelión, publicada el 27 de agosto de 2010 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=111960 ). Otra lectura básica: Cornelius Castoriadis, “La polis griega y la creación de la democracia”, en Escritos políticos (edición de Xavier Pedrol), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005. Y en cuanto a la entrevista Ursula K. Le Guin que luego cito: “La ciencia ficción es una gran metáfora de la vida”, en El País Semanal, 28 de octubre de 2012.