En el segundo decenio del siglo XXI, el American way of life sigue funcionando como una suerte de ideal cultural universal para casi todo el mundo. En 1992, el presidente de EE.UU. George Bush (padre) pronunció al pie del avión que le iba a llevar a la “cumbre” ambiental mundial de Río de Janeiro una siniestra frase lapidaria: “Nuestro modo de vida no es negociable”.[1]
Si atendemos a la base material de ese American way of life lo que resulta es lo siguiente: el 5% de la población mundial consume el 25% de los recursos planetarios, comenzando por la energía fósil. La vigésima parte de la gente dice: tengo derecho a la cuarta parte de todo (y el poder militar más grande de la Tierra para respaldar mis pretensiones).
Generalicemos: resulta obvio que si el American way of life no es cuestionable, sobran las cuatro quintas partes de la población mundial. El modus vivendi o manera de vivir de unos pocos es la manera de morir para la mayoría.
No hay salida si no estamos dispuestos a cambiar –cambiar de verdad en nuestras aspiraciones básicas. En la biosfera finita del tercer planeta del Sistema Solar -nuestro único hogar-, necesitamos situar en la base de nuestro sistema de valores la autocontención: me autolimito para dejar existir al otro –y con ello puedo vivir yo también (pues existo en una trama viva donde somos interdependientes y ecodependientes). Franz Hinkelammert lo ha expresado de la siguiente manera:
“Tenemos que volver al sujeto vivo, que es la única instancia que puede llenar el abismo del sujeto. Todo sujeto sabe que asesinato es suicidio, por lo que puede elegir el asesinato para suicidarse. Pero puede también elegirse a sí mismo como sujeto vivo, como sujeto que no puede vivir si no asegura que el otro viva también, ubicándose esta posición más allá del cálculo de la razón instrumental. Esto lo hace desde la afirmación de la vida, y si no lo hace se invierte como anti-sujeto. Yo soy solamente si tú también eres -dice Desmond Tutu.”[2]
[1] Exactamente ahí seguimos, más de un cuarto de siglo después… El ensayista estadounidense Morris Berman constata: “Cuando Henry Wriston, que fue presidente del Consejo de Relaciones Internacionales de 1951 a 1964, escribió que la política exterior de EEUU era ‘la expresión de la voluntad del pueblo’, no se equivocaba. Como han señalado varios observadores (incluidos algunos norteamericanos), lo que el pueblo norteamericano –que compone menos del 5% de la población mundial- quiere es un estilo de vida autocomplaciente y de desperdicio, con el que consume el 25% de la energía mundial. De manera que en los debates presidenciales de octubre de 2008 Barack Obama hizo referencia a la cifra del 25%, y después enumeró formas de asegurar que ese nivel de consumo permanezca incólume. A diferencia de Jimmy Carter hace más de treinta años, no afirmó que el crecimiento no es necesariamente algo positivo, que los norteamericanos necesitaban gastar menos energía y que el ejército norteamericano –el garante de ese estilo de vida dispendioso- tenía que ser reducido de manera consecuente. De hecho, a los dos años de haber tomado posesión, Carter era visto como una especie de broma; para 1980 Ronald Reagan, que dijo al pueblo estadounidense que podía tenerlo todo, arrasó en la elección presidencial. Así que si bien es cierto que las élites mandan, también lo es que gobiernan con el (fabricado) consentimiento de la gente. Como supuestamente dijo el hombre sagrado de los sioux en el siglo XIX, el jefe Toro Sentado, ‘en ellos, las posesiones son una enfermedad’. Pero de ninguna manera era ésa la visión de la mayoría: ni entonces, ni ahora.” Morris Berman, Cuestión de valores, Sexto Piso, México DF/ Madrid 2011, p. 28.
[2] Franz Hinkelammert, “El abismo del sujeto”, capítulo 15 de Solidaridad o suicidio colectivo, Ambien-tico Ediciones, San José de Costa Rica 2003.