bienes negativos

De Schopenhauer hay que recordar también su importante teorización sobre los bienes negativos: “Experimentamos el dolor pero no la ausencia de dolor. Sentimos el cuidado pero no la ausencia de cuidado. El temor pero no la seguridad. Experimentamos el deseo y el ansia como sentimos la sed y el hambre. Pero apenas satisfechos, todo ha concluido, como el bocado que una vez tragado deja de existir para nuestra sensación. Salud, juventud y libertad, los tres bienes mayores de la vida mientras los poseemos, (…) no los apreciamos sino después de perderlos, porque también son bienes negativos.”[1]

 

Insistir en esta cuestión –incluso en un plano más general– resulta importante, pues los seres humanos nos habituamos demasiado rápidamente a las mejoras y pasamos a darlas por sentadas. Los avances culturales, sociales o técnicos se convierten simplemente en parte del paisaje: dejamos de verlos (excepto si de repente nos faltan, claro está). Algunos investigadores, por ejemplo, han estimado el período de tiempo que nos dura la alegría de haber ganado la lotería: parece que aproximadamente un año. Después, el premiado se acostumbra a su nuevo nivel de riqueza, e incluso podrá sentirse desdichado si pasa a compararse con los más ricos que él, cuyo nivel de vida y bienes de prestigio ahora conoce… Por eso, no perder la capacidad de sorpresa, disfrutar de lo cotidiano que ya tenemos y luchar contra los mecanismos de habituación (mediante tácticas de extrañamiento que, sin ir más lejos, los poetas conocen bien en el terreno lingüístico y existencial donde se mueven) es un buen consejo para quienes tratan de vivir bien.

 

Pues una de las claves de la vida buena es sin duda ésta: tomar conciencia de los “bienes negativos” y ser capaces de disfrutar de ellos en positivo. En efecto: ¿por qué la alegría de caminar sólo habría de hacerse patente al ya confinado en silla de ruedas, en forma de nostalgia y arrepentimiento? En el quinto paseo de sus Ensoñaciones del paseante solitario meditaba Jean-Jacques Rousseau: “El sentimiento de la existencia despojado de cualquier otro afecto es por sí mismo un sentimiento precioso de contento y de paz, que bastaría, él solo, para volver esta existencia cara y dulce a quien supiera alejar de sí todas las impresiones sensuales y terrenas que sin cesar vienen a distraernos y turbar aquí abajo la dulzura.” Y con ánimo muy similar, don Gregorio Marañón: “En Toledo, en el retiro de los Cigarrales, en su soledad llena de profundas compañías, he sentido esa plenitud maravillosa escondida en lo más íntimo de nuestro ser, que no es nada positivo, sino más bien ausencia de otras cosas; pero una sola de cuyas gotas basta para colmar el resto de la vida. Se llama esa plenitud inefable: felicidad” (cita grabada en la pared de la estación de metro “Gregorio Marañón”, en Madrid).

 

Yo añadiría, a los tres importantes “bienes negativos” de Schopenhauer (salud, juventud y libertad: son bienes sumamente positivos, pero tienden a pasar desapercibidos), otros dos más. La seguridad (por ejemplo, poder pasear tranquilamente de noche sin temor a ser asaltado o asaltada…). Y el sueño cómodo y protegido (un lecho cálido –compartido a ser posible con alguien a quien amamos).

 

Disfrutar de estar vivo. Disfrutar del frío en invierno y del calor en verano; del sol en los días soleados, de la lluvia en los lluviosos, de la rara aparición de la nieve; disfrutar de poder caminar, leer, beber agua, amar un cuerpo que nos ame. Disfrutar de la ausencia de dolores, de la honda sensación de mera existencia…



[1] Arthur Schopenhauer: Los dolores del mundo, antología editada por el diario Público, Madrid 2009, p. 30.