En realidad el asunto de fondo es bastante sencillo: el ecologismo (y cualquier perspectiva real de sustentabilidad) implica un movimiento fuerte de autolimitación humana, que incluye autocontención demográfica. Si no se acepta esto, no lo llaméis ecosocialismo, llamadlo de otra forma (ecomodernismo de izquierda, quizá).
https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/layla-martinez-quien-vamos-matar-pandemia-
Se hizo viral estos días un vídeo de una cierva disfrutando de la playa de la bahía de Urdaibai sin seres humanos. Ver en ello una oscura premonición de ecofascismo es un error: en casi todos quienes nos conmovemos con esas imágenes lo que se activa es un valioso resorte de biofilia. Banalizar la noción de ecofascismo tiene el mismo problema que trivializar la idea de fascismo: cuando nos enfrentemos al ecofascismo de verdad ¿cómo lo llamaremos?
Durante poco más de un siglo, hemos estado construyendo cuerpos humanos con petróleo y gas natural: la agricultura industrial es eso. Ha posibilitado una explosión demográfica humana en paralelo a los demás fenómenos de la Gran Aceleración (sobre todo a partir del decenio de 1950). En la fase de descenso energético en que nos hallamos ahora, acoplada con destrucción de suelo fértil, pérdida de biodiversidad cultivada y silvestre y problemas con el agua potable ¿cómo construiremos cuerpos humanos?
Menos combustibles fósiles (dentro de la crisis sistémica ecosocial en que estamos) implica menos Homo sapiens. Ese descenso demográfico inevitable puede adquirir formas bárbaras o formas humanitarias. Es importante recordar que existió un maltusianismo progresista, un feminismo obrero y maltusiano y un anarquismo naturista que pensaron sobre otras bases el autocontrol demográfico.
https://www.fuhem.es/2020/02/26/somos-demasiados-reflexiones-sobre-la-cuestion-demografica/