En 1751, en la Francia de la Ilustración, algunos años antes de la patente de la máquina de vapor de Watt (1769), el gran naturalista Buffon logró atisbar –henchido de un optimismo que hoy nos parece irresponsable— la capacidad humana de modificación del clima terrestre: “Podría con facilidad aducir otros ejemplos que muestran cómo el hombre puede modificar las influencias del clima que habita, y fijar, por decirlo así, la temperatura en el nivel que le conviene. Y lo más singular es que le resultaría más difícil enfriar la Tierra que calentarla: pues siendo amo del elemento fuego, que puede aumentar y propagar a su sabor, sin embargo no es amo del elemento frío, que no puede capturar ni comunicar”.[1]Hoy leemos estas líneas como un ejemplo ominoso de la ilusión de control que nos aflige y daña como una suerte de enfermedad cultural: la benévola previsión de Buffon se ha convertido para nosotros en una espantosa pesadilla.
[1] Citado por Daniel Hémery en “L’avenir du passée: la dépendance charbonnière de la société mondiale”, Écologie & Politique 49, París 2014, p. 41 (traducción de Jorge Riechmann). Se trata de un número monográfico sobre Les servitudes de la puissance: conflits energétiques.