El mundo es el infierno –decía Arthur Schopenhauer–, y los seres humanos se dividen en almas atormentadas y diablos atormentadores. La respuesta mejor es probablemente la que sugirió Italo Calvino: “Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio”.
No todo es infierno en el infierno. La belleza y la compasión abren espacios insospechados. Un jaiku de Issa (1763-1827) completa bien la enseñanza calvinista:
“Ciruelo en flor…/ Las puertas del infierno,/ hoy, no se abren.”