«Hay que reconocer, sencillamente, que la reforma de las universidades -eso que se llamó Bolonia- ha suprimido el título de doctor y lo ha sustituido por otra cosa que se va a llamar igual. Lo mismo que suprimió el quinto año de licenciatura, la estabilidad del profesorado o tantas otras cosas más. Lo que todos estos años se ha pretendido -con la excusa de la convergencia europea o del Plan Bolonia- ha sido jibarizar la universidad pública. Reducir al máximo la parte de la universidad financiada con dinero público. O mejor dicho, poner el dinero público al servicio del mundo empresarial que pueda intervenir a traves de inversiones o másteres de precios prohibitivos. Se trataba de dotar a las empresas de un ejército de trabajadores sin sueldo (o pagados con dinero público) a los que se llama becarios. Se trataba de garantizar que las empresas que invirtieran en algún departamento universitario recibirían una sustanciosa plusvalía pagada con el dinero de los ciudadanos. Para ello, en efecto, bastaba supeditar la financiación pública de los proyectos de investigación y de los departamentos docentes a la previa obtención de fuentes de financiación externa (es decir, privada). De este modo, el dinero público fluye de forma natural hacia los chiringuitos privados. Lo que se escondía tras el denominado Plan Bolonia era la implantación de un inmenso aspirador de dinero público a favor de la empresa privada. A esto se llamó “poner la Universidad al servicio de la sociedad”…»
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