casandra en billancourt

Hace cuarenta o aún veinte años, el mundo se deslizaba lentamente hacia la barbarie. Ahora lo hace a una velocidad vertiginosa.

Cuando Rosa Luxemburg decía: socialismo o barbarie, quizá estimase que las probabilidades andarían equilibradas en torno al 50%. Un siglo después, uno diría que la barbarie tiene todas las de ganar: quizá 98%, frente al 2% de una posible transición socialista. (Habría que recordar la apuesta del comunista surrealista Pierre Naville, en medio de la gran crisis de los años veinte y treinta: “La organización del pesimismo es verdaderamente una de las consignas más extrañas a las que pueda obedecer una persona consciente. Es sin embargo la que reclamamos hoy”[1].)

Il ne faut pas désespérer Billancourt, suspiraba Sartre en 1956, después de un viaje a la Unión Soviética. No digamos a los obreros comunistas la verdad sobre el estalinismo, pues perderían sus esperanzas. ¿Deberíamos hoy silenciar la verdad sobre la crisis ecológico-social, sobre la tenebrosa crisis de civilización donde que nos hallamos, para no echar más agua al molino de un nihilismo que, alimentado de otras fuentes –esencialmente, los efectos culturales del sistema de la mercancía–, amenaza con arrasar la ya muy fragilizada constitución moral de tanta gente en este Siglo de la Gran Prueba? ¿Decimos a la gente sólo lo que quiere oír –impresiona el grado en que nuestras sociedades se han vuelto alérgicas a todo cuanto suponga obligación o responsabilidad en esta era de «crepúsculo del deber»–, con el riesgo de reforzar sus prejuicios, su indolencia, su ceguera cognitiva? ¿O les decimos la verdad aunque sea dura y difícil, con el riesgo de quedar aislados? Y si finalmente decimos la verdad a Billancourt –y hemos de decirla–, si decimos que no hay otra vía de salida que la casi inimaginable superación del capitalismo, ¿cómo decimos esa clase de verdad, para evitar la caída en la desesperación?

 

[1] Citado por Michael Löwy en L’étoile du matin –Surréalisme et marxisme, Syllepse, París 2000, p. 65.