En 1991 ó 1992 sorprendí una conversación de pasillo entre dos estudiantes de la Universidad de Barcelona, donde yo enseñaba, que acabó con uno de ellos diciéndole al otro: “Bueno, me voy a la clase de catastrofismo del profesor Riechmann…” Les estaba explicando en aquellos días el informe The limits to growth de 1972. Desde entonces me quedó claro a qué se llama por lo general “catastrofismo” en mi país, en estos países del Imperio del Norte: sencillamente, a no comulgar con los eufóricos autoengaños del capitalismo industrial.