la belleza de las mujeres, como la polinización de las abejas…

Si se hiciera un concurso de usos fraudulentos y perversos del término sostenible, ese nuevo cliché del lenguaje políticamente correcto en las sociedades industriales, el jurado lo tendría difícil para designar ganador: tantos y tan acabados ejemplos pueden aducirse. Pero mi candidato sería la frase “existe un único modelo sostenible para el éxito nacional” (a single sustainable model for national success), modelo identificado con los EE.UU. belicistas e imperialistas de George W. Bush.

La frase aparece en el ominoso documento The National Security Strategy of the United States, la megalómana estrategia de poder global hecha pública en septiembre de 2002 por el gobierno de Bush. El periodista Bastenier propone un buen resumen de la situación:

“Diríase que está bastante claro que el presidente Bush ha decidido machacar Irak, informen lo que informen los inspectores de la ONU, haga Sadam Husein los actos de contricción que haga, vote lo que vote el Consejo de Seguridad, aunque es probable que todo se le acomode de forma que, además, pueda creer que está dando cumplimiento a los designios de la comunidad internacional. La doctrina del ataque preventivo, aquel en el que se elige a la víctima, sin duda partiendo de sus méritos históricos, pero antes de que haya siquiera levantado la mano en gesto de agresión, es la que hoy asume Washington. (…) En un documento al efecto, su principal autora, la asesora del presidente Bush, Condolezza Rice, dice que EE UU tiene que sacar las conclusiones que se derivan del hecho de que sea la única superpotencia mundial; de que –aunque no lo diga textualmente– una hipotética coalición de todos los poderes de la tierra tendría tantas posibilidades de prevalecer contra Washington como Andorra; y que, como corolario de lo anterior, es obligación moral de su país establecer un orden en el que los enemigos sean castigados, aun preventivamente, a la vez que, a no dudarlo, la Casa Blanca esté siempre obrando en favor del progreso y del triunfo de la democracia en el planeta.

Todo ello, como ha subrayado el autor estadounidense William Pfaff, equivale a liquidar el sistema mundial de Estados soberanos inaugurado por el Tratado de Westfalia en 1648, con la voladura del principio de que cada uno hace en su casa lo que quiere, siempre que no cause efectos directamente negativos en la del prójimo. Este planteamiento engloba nociones, también de reciente adquisición, como la injerencia humanitaria o la judicialización mundial de la política, pero únicamente a la carta, cuando el único poder lo considere conveniente. De esta forma, Washington ratifica la soberanía propia y rechaza, en principio, la de todos los demás, según su voluntad y preferencia. Sobre esa base, se opone a la Corte Penal Internacional, a la que niega toda vigencia en nombre de una universalidad exclusiva, que se halla por encima de las universalidades derivadas de consensos más o menos internacionales.”[1]

***

Pietro Ingrao, recién nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Barcelona, comenta: “Ésta es la primera vez que una potencia habla de la guerra preventiva desde los tiempos de los fascismos, y no es una simple expresión. Está implícito en el documento estadounidense de defensa estratégica.”[2] En su discurso reflexiona así:

“(…) Es lo que he llamado la ilusión (o el engaño) de la ‘guerra celeste’. Brotó (¿lo recordáis?) aquella consoladora representación del piloto americano atravesando las orillas atlánticas, allá en la calma solitaria de los cielos lanzó la bomba inteligente, volviendo a casa, a la patria americana, limpio de manchas.

¡Qué horror! Sin embargo, vino la guerra de Afganistán y el ataque del cielo se ha mezclado con la cancelación de la ciudad, con los estragos civiles, con la máquina de las armas, dirigiéndose a los altiplanos y a los pliegues de la tierra. Y, paso a paso, cayeron amargamente las justificaciones éticas, las representaciones salvíficas, los sermones moralizantes.

Verdaderamente hasta ahora no han sido cancelados los vínculos formales que, en muchas Constituciones europeas y en la Carta de las Naciones Unidas, limitan el recurso a las armas. Todavía siguen ahí tales vínculos, escritos en leyes solemnes. Simplemente sucede que se han descabalgado o, de hecho, hechos trizas. El artículo 11 de la Constitución de mi país, que consiente sólo la guerra de defensa, se ha roto, sin que sobre ello haya sorpresa, ni escándalo, ni siquiera una discusión en el Parlamento o algunas aclaración del Presidente de la República, que observa sobre tal violación un religioso silencio.

Y hay algo que me espanta todavía más. Es el hecho amargo que, en nuestros países, el sentido común no se alarma, no tiembla. Hay que decir esta amarga verdad. Ojead los libros, oíd las palabras de los gobernantes, echadle un vistazo a los debates parlamentarios. Veréis que ha desaparecido la palabra ‘desarme’. Ya no la usa nadie. Es, en este sentido amplio y angustioso que yo hablo de ‘normalización de la guerra’. Se ha liquidado el espanto, el horror que sobrecogió a mi generación, que en aquel mayo de 1945, nos hizo jurar que nunca más debería volver la masacre.

¡Cómo mentíamos! Mirad hoy, mirad cómo se discute ahora, en estos días, abiertamente de un ataque a Irak y se invoca la ‘guerra preventiva’. Quien habla no es un político descerebrado o un gacetillero fanfarrón. Hoy lo propone al mundo, como obligación ineludible y urgente, el Presidente de los EE.UU., el jefe de la potencia más grande de la Tierra. Y eso sucede sin escándalo. No se reúnen con angustia los parlamentos. No suenan las campanas de las iglesias, los sindicatos no convocan huelgas. Atención: se ha convertido en normal la ‘guerra de prevención’, invocada por el país que se considera el guía del mundo…”[3]

***

Qué guapas son las mujeres que se sienten guapas.

Si un economista valorador de lo no valorable tuviera que echar la cuenta de las “externalidades positivas” generadas por el esfuerzo de las mujeres por estar guapas, que a los varones heterosexuales nos alegra tanto la vida, ¿alcanzarían los dígitos de su calculadora?

La belleza de las mujeres, como la polinización de las abejas…

 

  • [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 91-94. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] M.A. Bastenier: “Destino manifiesto”, El País, 9 de octubre de 2002. El texto sigue: “En 1823, el presidente Monroe proclamaba la doctrina de América para los americanos, pero aquello era más una jaculatoria que una realidad, puesto que sin el apoyo de la flota británica, a la que también le convenía dejar al resto de Europa al margen, semejantes propósitos resultaban impracticables; a mediados del siglo XIX, con motivo del despedazamiento de México, se formulaba complementariamente la visión del destino manifiesto, que transformaba la pretensión anterior en una tutela, ya con posibilidades de hacerse efectiva, sobre la totalidad del hemisferio; y en 1894, Frederick Jackson Turner publicaba su famosa obra en la que desarrollaba la idea de la frontera como fuerza modeladora de la democracia norteamericana. La conquista de la vastedad al oeste del río Misuri, que se estaba completando para entonces, así como su amueblamiento político-social, eran el gran arbotante del sistema. Y es hoy esa expansión de la idea de la frontera de Estados Unidos hasta el límite de lo planetario –lo que en la práctica constituye la negación de la frontera de los demás, ya que proclama su caducidad a conveniencia– la que está llegando a su plenitud con la doctrina del segundo Bush. El destino manifiesto de Estados Unidos, en este comienzo del siglo XXI, somos todos nosotros.”

[2] Entrevista en El País, 5 de octubre de 2002.

[3] Pietro Ingrao: “11-S, un amargo presente.” Discurso pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona el 5 octubre de 2002, tras recibir la distinción de Doctor Honoris Causa. Traducción (del italiano) de José Luis López Bulla. Puede consultarse en http://www.lafactoriaweb.com/.

 

ahí

Día de luto para la democracia, la legalidad internacional y la posibilidad de justicia: hoy, treinta de septiembre, la Unión Europea humilla la cerviz ante EE.UU. y concede a los potenciales acusados estadounidenses inmunidad ante el neonato (y así harto debilitado) Tribunal Penal Internacional, creado para juzgar los crímenes de genocidio, lesa humanidad, guerra y agresión. Esos mismos Estados Unidos de Norteamérica que no aceptan la prohibición mundial de las minas antipersona, el Protocolo de Kyoto para la protección del clima del planeta, el tratado internacional que veta la discriminación de las mujeres, o el reconocimiento del derecho al alimento como derecho humano básico… Desde 1980 EE.UU. no ha suscrito ni una sola convención o compromiso de NN.UU., ni siquiera la Convención de los Derechos del Niño[1]. La ley que vale para todos menos uno no es ley; y ese uno no es un ciudadano entre iguales, sino un tirano, o alguien con avidez de serlo.

El corrector ortográfico del procesador de textos Word con el que escribo estas líneas (™ de Microsoft, como se sabe) no reconoce el adjetivo genocida.

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Ahí (arte breve), con su secuela De ahí que, escrito en 2000-2001; y Poema de uno que pasa, escrito en 2001-2002 –cuyas pruebas de imprenta acabo de corregir–, nacen de una intensa experiencia de libertad interior. Tan intensa que exige un replanteamiento: ¿dónde estoy? ¿Qué busco? ¿En qué creo? Esa experiencia y ese cuestionamiento se plasman, en ambos libros, en la forma del poema largo, el poema-libro.

Con Ahí (arte breve), cuyas primeras versiones tienen ya más de dos años, he escrito –creo— un poema de la contingencia radical. Aceptar radicalmente la contingencia la convierte de alguna forma en destino –libremente asumido: y de esa manera se conecta con el “llega a ser el que eres” de Píndaro y Nietzsche.

Transformar la necesidad –somos seres espaciotemporales— en elección libre: hacerse cargo de que uno vive en este tiempo, en este lugar, con este cuerpo, dentro de esta historia personal y colectiva, inmerso en este entramado de nexos sociales y naturales: ahí.

Ahí donde estás –en ese lugar y ese tiempo, con esa afectividad, entre esas personas, dentro de esos vínculos. ¿Y el riesgo de deslizarse hacia alguna forma idealizada y destructiva del sentimiento de comunidad local, como el nacionalismo? No se da, se me antoja, en mi versión del ahí, precisamente por el énfasis en la contingencia: soy de la aldea A como hubiera podido ser de la comarca B, no hay en esto determinaciones esenciales. Me elijo –a la postre— ciudadano de A, después de haber aparecido allí y no en otro lugar, contingentemente.

Durante años, escribí fundamentalmente desde el no; ahora, el no y el se traban más equilibradamente en mi poesía. Y ese es inmanente: no remite a ningún trasmundo, a ningún futuro, a ninguna utopía. (De ahí, supongo, la reaparición de la cuestión de la belleza.)

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En la radio: la locutora X “humaniza la información”. Podría uno escribir horas enteras sobre cómo los seres humanos damos origen constantemente a cosas extrañas, ajenas, y luego necesitadas de reapropiación, de “humanización”. ¿Cómo de lo humano surge así lo no humano, de manera continua? ¿Qué clase de ser es ése que produce todo el tiempo lo contrario de sí –o lo que tiene por tal?

Por eso llega a ser el que eres, lejos de tratarse de ninguna vacua tautología, representa una intimación ideal de imposible cumplimiento: mejoraremos al intentar ponerla en práctica, pero nadie llegará nunca a coincidir consigo mismo.

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Últimas tardes en la hamaca, aprovechando un par de días soleados –¡qué regalo!— entre las tormentas de otoño y el azacaneo de las diversas ocupaciones. Un jaiku de Taigui (1709-1771): “Yo las barría,/ y al fin no las barrí:/ las hojas secas.”

A quien ha probado siquiera una vez la riqueza y la intensidad del ahí, todos los recursos de seducción que despliegan las pantallas de la sociedad del espectáculo, todas esas distracciones del ciberspacio, propagandas audiovisuales, mitologemas cibernéticos, entretenimientos multimedia, le parecerán señuelos insípidos.

 

  • [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 88-91. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] Federico Mayor Zaragoza: “Otro mundo es posible”, El País, 26 de mayo de 2003, p. 14.

bolas de nieve fritas

El último episodio de una vieja historia: Ruth Lilly, anciana multimillonaria amante de la poesía, ha donado más de cien millones de dólares a Poetry, la excelente revista estadounidense que ha conseguido sobrevivir casi un siglo a pesar de los crónicos problemas de financiación. Con ello, Poetry sale de apuros definitivamente y no sólo eso: se convierte en la mayor fundación del mundo consagrada a la poesía.

 

Pero ¿hay dinero que no huela a sangre? Esta generosa anciana es bisnieta del fundador de la empresa farmacéutica Eli Lilly, y su fortuna procede por tanto de las sospechosas ganancias de la Big Pharma. ¿Hay dinero que no manche de sangre?

 

A la cultura de relumbrón, con presupuesto ventripotente y glamour mediático, hemos de aprender a decir no.

 

Un buen test es el siguiente: esa aportación cultural tuya tan abracadabrante y fundamental, ¿aporta algo a los campesinos de Guatemala? ¿Podrías defenderla ante una asamblea de esos campesinos?

 

***

 

En Occidente vivimos una situación que podríamos calificar de “inmoralidad estructural”, que corrompe sin tregua nuestra vida moral, artística, intelectual. Tres dimensiones de esa situación:

 

  1. El abismo de desigualdad Norte/ Sur: seres humanos de primera y de tercera categoría. Un apartheid planetario, en beneficio de los menos.[1]
  2. Vivimos como si fuésemos la última generación que habita un planeta de usar y tirar: après nous le déluge.
  3. Un discurso de derechos humanos y valores universales, sistemáticamente contradicho por nuestra práctica.

 

¿Qué conciencia aguanta este vaivén continuo entre el chorro de agua casi hirviendo y la ducha fría? La analogía sería una sociedad esclavista que hubiera perdido por completo la fe en sus propios valores esclavistas, y defendiese –verbalmente— valores abolicionistas, al mismo tiempo que siguiese haciendo girar toda su vida económico-social sobre el esclavismo.

 

Así, el cinismo se convierte en la endémica enfermedad profesional de nuestros intelectuales y artistas…

 

En semejante situación, conjugar valores éticos (de liberación humana, de justicia ecológica) y valores estéticos (de belleza, de indagación existencial) se convierte casi en un acto de heroísmo; y esto es desastroso. Desastroso el país que necesita de héroes, nos avisaba Bert Brecht hace ya tantos años…

 

En un mundo así, donde a todos los niveles de lo público y también en la vida privada se generalizan la hipocresía y el cinismo, la recomendación de atender siempre a las prácticas que acompañan a los discursos es doblemente importante.

 

***

 

El artista, en las sociedades modernas (vale decir: cuando ya no es chamán, ni médico, ni arquitecto, ni labrador, ni sacerdote…), siempre ha tenido algo de parásito social. Pero se le consentía a cambio de la entrega impredecible, irregular y ocasional de ese algo, a la vez imprescindible y superfluo, difícil de definir pero reconocible al primer golpe de vista (o de tacto, o de oído…), que llamamos belleza.

 

Luego, en cierto momento del siglo XX, el artista se desentendió de ese pacto implícito, y pasó a exigir reconocimiento, dinero y honores precisamente por desempeñar con énfasis consciente, y hasta cierta sobreactuación zalamera, el papel de parásito social. Es la distancia que separa a un Paul Klee de un Andy Warhol; la distancia que va de un indagador que arriesga a un virtuoso del recochineo.

 

Luego, las cosas han empeorado mucho más. Así, en la España de 2002, el cínico Santiago Sierra se suma a la definición que los cínicos artistas germano-occidentales de finales de los setenta, “Dokoupil y gente así”, proponían para el arte: “un gran artista es el que ocupa la primera página de una revista y arte es lo que las instituciones de legitimación, críticos, curadores, museos, etcétera, dicen que es arte”[2].

 

Para ti la primera página de la revista. Da náuseas.

 

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Polémica en Gran Bretaña a partir del ajuste de cuentas del novelista Martin Amis con el comunismo. El periodista de altos vuelos Timothy Garton Ash comenta: “creo, como Leszek Kolakowski, que hablar de comunismo democrático es como hablar de bolas de nieve fritas”[3], y el lector adivina entre líneas la sonrisa de satisfacción tras haber remachado el autor lo que cree una lapidaria frase definitiva.

 

Bueno, admitamos que Kolakowski no visitara nunca un restaurante japonés; en el caso del liberal, cosmopolita y viajadísimo Garton Ash no resulta nada plausible. ¿De verdad ignoran ambos esas exquisiteces de la gastronomía nipona que son los helados fritos: bolas de nieve con sus aromas y ricos sabores, bien rebozadas y fritas?

 

  •  [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 85-88. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] Los datos son bien conocidos, pero vale la pena evocarlos. El 20% más rico de la humanidad se apropia del 86% de la renta global planetaria, es decir que el 80% de la población del mundo apenas si logra repartirse un 14% de la misma. Lo peor es que la dinámica actual tiende a acentuar aún más las desigualdades. En 1960 las diferencias entre el 20% más rico de la humanidad y el 20% más pobre era de30 a 1, en 1990 era de60 a 1 y en el año 2000 se ha llegado a80 a 1. Nunca, en la historia de la humanidad, ha habido diferencias tan abismales entre ricos y pobres como ahora.

[2] Entrevista en Blanco y Negro Cultural, 28 de septiembre de 2002, p. 28.

[3] El País, 29 de septiembre de 2002.

 

 

negarse a entrar en semejante lodazal

“Cuando Andrew Card, el muy influyente jefe de gabinete de la Casa Blanca, volvió a Washington tras pasar casi todas las vacaciones con George W. Bush en el rancho de Tejas, un periodista le preguntó por qué el debate sobre la guerra había sido tan errático hasta entonces y por qué a principios de septiembre el presidente había decidido que invadir Irak era la máxima prioridad del mundo. La respuesta fue concisa: Porque, desde un punto de vista de márketing, uno no presenta nuevos productos en agosto.[1]

 

Éste es el nivel de los estadistas del Imperio; ésta es la cultura política que se gastan. Si “Estados Unidos es el único modelo de progreso humano que sobrevive” (declaraciones del presidente Bush en septiembre de 2002), me apunto sin dudarlo un instante a la reacción.

 

EE.UU., con sus Bush, Rumsfeld y Cheney, tiene en el poder –bien es verdad que después de haber robado unas elecciones, de modo fraudulento— al grupo dirigente más peligroso que ha gobernado nunca una nación industrial desde los tiempos de Hitler, Goebbels y Himmler. Parece una barbaridad cuando lo escribo: pero vuelvo sobre ello, reflexiono y recapacito, y no puedo sino reafirmarlo.

 

Algunos días después, leo un vigoroso artículo donde Carlos Fuentes propone una comparación semejante. “Los Estados Unidos son el único modelo superviviente del progreso humano, ha declarado Bush jr. Y su consejera de seguridad, Condoleeza Rice, enuncia el corolario de semejante arrogancia: los Estados Unidos deben partir del suelo firme de sus intereses nacionales y olvidarse de los intereses de una comunidad internacional ilusoria. Más claro ni el agua. Los Estados Unidos se consideran modelo único del mundo y se proponen imponerlo sin consideración alguna hacia el resto de la humanidad –todos nosotros, latinoamericanos, europeos, asiáticos, africanos– que apenas somos ‘una comunidad internacional ilusoria’. Pero hay más: el chocolate es espeso. Así como Hitler procedía en nombre del Volk alemán y Stalin en nombre del Proletariado, Bush dice actuar en nombre del pueblo de los Estados Unidos, ‘único modelo superviviente del progreso humano’. Semejante declaración nos coloca de nuevo ante ‘la gran mentira’ que Hitler tan astutamente invocó. ¿Y cuál es la ‘gran mentira’ del régimen de Bush? En términos históricos y culturales, el simple hecho de que Brasil o Francia, la India o Japón, Marruecos o Nigeria, no representen otros tantos modelos válidos de progreso humano, con tradiciones diferentes, con modalidades y objetivos tan dignos de respeto como los que conforman el modelo norteamericano. Lo terrible de una declaración como la de Bush es que, subliminal y luego pragmáticamente, prepara la extinción de todo modelo de progreso que no sea el norteamericano. Con el debido respeto, con la consideración debida a la civilidad democrática norteamericana: así pensaron de sus respectivos modelos Hitler y Stalin”.[2]

 

***

 

Cuando, en los años veinte del siglo veinte, un ciudadano ingenuo le preguntó a Adolf Hitler qué pensaba de la idea de la paz mundial, su lugarteniente y secretario Rudolf Hess respondió en su nombre que el Caudillo podía desde luego apoyar tal idea: siempre bajo la premisa de que la raza superior asumiese el papel de policía. Para ello debía disponer de todos los mecanismos e instrumentos de poder necesarios, así como suficientes medios materiales de subsistencia; los demás pueblos deberían restringir su uso. (Lo recuerda Carl Amery en ese libro imprescindible que es Auschwitz: ¿comienza el siglo XXI?, y comenta: “lo que significa ‘restringir’ en este contexto quedó claro a partir de 1939”.[3])

 

Dejando aparte el énfasis racial, ruego que alguien me explique en qué difiere esa política exterior hitleriana de la que están poniendo en marcha los EE.UU. de Bush, Rumsfeld, Rice y Cheney.

 

***

 

“Mientras crecen las diferencias entre ricos y pobres, el puño oculto del mercado libre ha hecho su obra evidente. Empresas multinacionales acechando ‘gangas’ que producen enormes beneficios no pueden abrirse paso en los países en desarrollo sin la connivencia efectiva de la maquinaria del Estado. Hoy, la globalización corporativa necesita una confederación internacional de gobiernos leales, corruptos y preferiblemente autoritarios en países más pobres para imponer reformas impopulares y aplastar las revueltas. Necesita prensa que aparente ser libre. Necesita tribunales que aparenten administrar justicia. Necesita bombas nucleares, ejércitos movilizados, leyes de inmigración más duras y patrullas costeras vigilantes que aseguren que sólo el dinero, las mercancías, las patentes y los servicios se globalizan; no el libre movimiento de personas, no el respeto por los derechos humanos, no los tratados internacionales sobre la discriminación racial, las armas químicas y nucleares, las emisiones de gases invernadero, el cambio climático o, Dios nos perdone, la justicia. Es como si siquiera un gesto hacia la responsabilidad internacional pudiera hacer naufragar todo el negocio. Casi un año después de que la guerra contra el terror se diese por terminada oficialmente sobre las ruinas de Afganistán, en un país tras otro las libertades se ven recortadas en nombre de la protección de la libertad, los derechos civiles son suspendidos en nombre de la protección de la democracia. Todo tipo de disidencia se define como terrorismo. El Secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, declaró que su misión en la guerra contra el terror era persuadir al mundo que a los norteamericanos debería permitírseles continuar con su modo de vida. Cuando el rey enloquecido da un pisotón, los esclavos tiemblan en sus barracones. Me resulta difícil decirlo pero el modo de vida norteamericano es simplemente insostenible. Porque no reconoce que hay un mundo más allá de los Estados Unidos.” [4]

 

***

 

Lo que en la cultura cotidiana, la cultura que día a día vive la gente, la cultura en sentido casi antropológico, es destructividad ecológica, la alta cultura lo sublima como arte (e incluso –supremo escarnio– ¡arte que se dice políticamente comprometido contra esa destrucción!).

 

Lo que en la cultura de todos los días es racismo y xenofobia, la alta cultura lo sublima como líricos elogios del mestizaje y la diversidad.

 

La tensión en la base se hace insoportable; y en los sublimes mecanismos de destilación de la alta cultura, uno se ahoga. La empresa mecenas del museo de arte moderno de la ciudad es la misma empresa que arrasa los alrededores de la ciudad construyendo autopistas. La empresa que devasta tres continentes con sus prospecciones y explotaciones petrolíferas es la misma que financia la conservación de parques naturales en la metrópoli. Hay que negarse a entrar en semejante lodazal. Trazar una línea, y decir: hasta aquí, y atenerse a ello.

 

Necesitamos menos artistas de esos que se sienten casi militantes (gratificados por sus variadas actividades sublimatorias), y más militantes. Menos pasajeros de la alta cultura, y más activistas de la cultura de base, rompiéndose los cuernos para cambiar los valores de la gente, ahí donde esos valores pueden quizá ser cambiados.

 

(De todas formas, amigo, cuidado con las exageraciones: sería un poco mareante estar en contra del racismo por ser racismo, y por otra parte en contra de los proyectos antirracistas por ser “políticamente correctos”.)

 

  •   [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 82-85. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] Enric González, “EE.UU. y el uso electoralista de la guerra”, El País, 27 de septiembre de 2002.

[2] Carlos Fuentes: “El poder, el nombre y la palabra”, El País, 9 de octubre de 2002.

[3] Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner/ FCE, Madrid 2002, p. 93.

[4] Arundhati Roy: «Not again». Publicado en el Guardian Weekly del 3 al 9 de octubre de 2002. Traducción española de Angel Díaz Méndez, aparecida en El grano de arena –correo de información ATTAC N°165.

tienes que decidir con quién estás

Frente a la tentación –presente siempre— de huida hacia lo alto y hacia lo abstracto: hundir la cara en la piel cubierta de pelo de algún hermano animal.

Si nos salvamos, nos salvamos todos. En el “o todos o ninguno” tenemos que incluirlos a ellos, los peludos hermanos menores.

Una pescadería en el Mercado de Maravillas. Me llama la atención un cangrejo de río agarrado por las pinzas del borde de una caja de porespán, con el cuerpo colgando hacia fuera: cuando voy a depositarlo dentro de la caja para que no caiga al suelo, me doy cuenta de ambas pinzas están profundamente clavadas en el porespán, inmovilizándolo en esa posición cruenta y oprobiosa, y veo otros cangrejos clavados de manera análoga –sin duda por el pescadero. Intensa sensación de asco y vergüenza. Quien es capaz de hacer esto puede hacer cosas mucho más horribles todavía.

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Comida en el Ecocentro de la calle Esquilache. La misma impresión deprimente que cuando lo visité por vez primera, hace ya tantos años: por cada libro de ecología hay trescientos de curación por las piedras, tarot o angeología.

Bebería de tus palabras día y noche, como de una fuente inagotable: porque lo que cuentas es la verdad de tu vida.

***

Cuando estés repitiendo tu itinerario acostumbrado, repetido mil veces y automatizado hasta la indiferencia, recuerda: hay siempre varios trayectos posibles para llegar a un lugar, y ahora mismo podrías estar explorando la calle de al lado.

El arte es una navaja multiusos: gran cantidad de errores y malentendidos se derivan de la suposición de que es sólo un martillo, o sólo un abrelatas, o sólo un destornillador…

***

Una fotografía de la situación de mi país: desde que gobierna el Partido Popular, o sea en 1996-2002, España tiene 26.500 vigilantes privados más y 6.000 policías menos. Las empresas de seguridad privada facturarán en el 2002 un 45% más que en 1996. Y la criminalidad en las ciudades ha aumentado casi un 10% en el mismo período.

En sólo seis años, 1997-2002 –el período de gobierno del PP–, el precio medio de la vivienda ha aumentado un 91%, mientras que el porcentaje de viviendas protegidas caía a mínimos históricos (un 10%, frente a un 60% hace veinte años). Y entre 1996 y 2001, los alquileres de las viviendas se han encarecido un 68’5% por encima de la inflación.

El incremento del precio de la vivienda en 1997-2002, en el caso de Madrid, alcanzó el 118%, y en Barcelona el 125%.[1]

Más datos recogidos en prensa[2]: hace una década el porcentaje de prostitutas inmigrantes no superaba el dos por ciento. Ahora, en España hay más de 300.000 meretrices trabajando en mil prostíbulos –contabilizados por la Guardia Civil– y de ellas el 70% son inmigrantes. Un 50% por cierto colombianas, un 10% procedente de los países del Este, y un 6% nigerianas. En total, el tráfico del sexo mueve en nuestro país dos billones de pesetas.

Mientras centenares de millones de seres humanos sólo disponen de un dólar por día para sobrevivir, cada bovino que nace entre Finlandia y el sur de Italia tiene derecho a un dólar diario de subsidio por parte de la Unión Europea.

“Hay una palabra que los desempleados pronuncian repetidamente en sus monólogos, una palabra, aparentemente inapropiada, a la que invocan en tono de demanda o de súplica durante sus conversaciones con el periodista. Es la palabra paz, la paz entendida como un asiento mínimo material, anímico y afectivo sobre el que poder reconstruir sus vidas desarboladas por la inestabilidad permanente, minadas por la ansiedad. Necesito un poco de paz.[3]

***

Cuesta trabajo imaginar un medio mejor para esclavizar a las personas, en sociedades formalmente libres, que la generalización de la vivienda en propiedad, con precios por las nubes, como la hemos conocido en España en los últimos años. Cuando más de la mitad de los ingresos conjuntos de una pareja de asalariados se va en pagar el crédito hipotecario, a veinte o treinta años vista, con que compraron el pisito, ¿quién va a poder pensar en enfrentarse al jefe, en dejar de marcar el paso, en salirse de la fila, ni siquiera un instante? ¿Quién va a caer en la cuenta de que en una sociedad bien ordenada una necesidad básica como es la del alojamiento se satisfaría racionalmente mediante la provisión de viviendas de alquiler para todos, viviendas de buena calidad, de propiedad pública, con alquileres proporcionados para que los bienes comunes fuesen bien cuidados, pero lo bastante bajos como para evitar que las cuestiones secundarias ocupen el lugar de los asuntos principales

***

Otra fotografía, geopolítica en este caso. Estados Unidos, inmerso en su cruzada “antiterrorista”, encarga a una empresa estadounidense –Riptech, creada por antiguos expertos del Departamento de Defensa de los EE.UU.– un informe sobre la procedencia de los ataques “ciberterroristas” contra objetivos en internet. Se rastrean más de 11.000 millones de registros de cortafuegos y sistemas de detección de intrusos pertenecientes a empresas y organismos de treinta países.

Según el informe resultante –“Internet Security Threat Report”, de septiembre de 2002–, los ataques ciberterroristas entre enero y junio de 2002 provienen: de EE.UU., en un 40%; de Alemania en un 7’6%; de Corea del Sur en un 7’4%; de China en un 6’9%; de Francia en un 5’2%; de Canadá en un 3%; de Italia en un 2’7%; de Taiwán en un 2’4%; del Reino Unido en un 2’1%, y de Japón también en un 2’1%. Entre las naciones clasificadas por EE.UU. como “promotoras del terrorismo” (Cuba, Irán, Sudán, Irak, Libia, Corea del Norte y Siria), sólo se registra algún ataque aislado desde las tres primeras. Ningún ataque, de los 180.000 confirmados en todo el mundo, se realizó desde suelo iraquí. Lo más delirante de todo es que a base de situaciones semejantes a ésta es como los EE.UU. justifican su inminente guerra “antiterrorista” contra Irak…

El machacado pueblo de Irak va a sufrir otra guerra por una razón táctica, en EE.UU. hay unas elecciones el 5 de noviembre que quieren ganar los republicanos, y por otra estratégica: el control de las reservas de petróleo iraquíes. Y, como guinda del pastel, un montón de pretextos, empezando por la “guerra contra el terrorismo”.

***

“Toda noción del desarrollo o el progreso social que pretenda modificar el modo de producción y reproducción industriales modernos sin cuestionar sus compromisos sociales fundamentales –sus fundamentos en el consumo de combustibles fósiles y en la homogeneización cultural— se limitará a enfrentar las manifestaciones inmediatas de la crisis de la modernidad más que sus causas últimas.”[4]

***

“El milenio se anuncia con contradicciones llevadas al extremo. La derrota, si no en todos sí en muchos países, de los totalitarismos políticos no excluye la posible victoria de un totalitarismo blando y coloidal capaz de promover –a través de mitos, ritos, consignas, representaciones y figuras simbólicas— la autoidentificación de las masas, consiguiendo que (…) ‘el pueblo crea querer lo que sus gobernantes consideran en cada momento más oportuno’. El totalitarismo no se confía ya a las fallidas ideologías fuertes, sino a las gelatinosas ideologías débiles, promovidas por el poder de las comunicaciones.”[5]

Con pocos días de diferencia se inauguran dos nuevos y grandes centros culturales en Madrid, ambos preparados para gastar millones de euros defendiendo –dicen sus declaraciones de intención— el mestizaje, la interculturalidad, la conciencia medioambiental y el pluralismo: como mandan los cánones. Y todos empeñados en demostrar lo diferentes que son de los demás, lo exclusivo de su oferta. Mientras tanto, los inmigrantes se ahogan a decenas en las aguas del Estrecho de Gibraltar y la devastación de nuestros ecosistemas prosigue imparable. No me cabe duda de que hay muchas más personas implicadas en esa gestión de la cultura y en su disfrute, que la que está trabajando en grupos ecologistas o en colectivos de solidaridad, a menudo con una agobiante carencia de recursos.

La cultura como cortina de humo. El arte como maniobra de distracción. Intelectual, escritor, artista, poeta: tienes que decidir con quién estás.

 

  •  [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 77-82. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] Los datos anteriores son del servicio de estudios de La Caixa.

[2] Proceden del VII Informe de Exclusión Social elaborado por la ONG Médicos del Mundo, a lo largo de los nueve primeros meses de 2002.

[3] José Luis Barbería: “La vida al sol. La tragedia de la precariedad laboral y el paro”, El País, 17 de noviembre de 2002.

[4] Eduardo Sevilla Guzmán y Graham Woodgate: “Desarrollo rural sostenible: de la agricultura industrial a la agroecología”, en Michael Redclift y Graham Woodgate, Sociología del medio ambiente, McGraw-Hill/ Interamericana de España, Madrid 2002, p. 92.

[5] Claudio Magris, Utopía y desencanto, Anagrama, Barcelona 2001, p. 10.

el jardín imperfecto

“Me gusta estar en un cuerpo que envejece. Puedo mirar las montañas sin el deseo de escalarlas. Cuando era joven habría querido conquistarlas; ahora puedo dejarme conquistar por ellas.”[1]

“La salud no es un estado de completo bienestar físico, mental y social (la definición de la OMS que sólo se lograría en el orgasmo simultáneo), sino la capacidad de adaptarse a las dificultades de la vida.”[2]

Lo que podrías descubrir en las grandiosas cumbres y los hondos valles del Himalaya, lo puedes encontrar también en el Cerro de las Perdices, o comoquiera que se llame el teso o colina más cercano a tu pueblo.

Tzvetan Todorov nos recuerda que nuestro padre Montaigne, uno de los fundadores del humanismo moderno, tenía su propia fórmula para designar la condición humana: el jardín imperfecto.

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La gente se ríe, a veces, de que alguien insista en el ruido como forma de contaminación. Lo consideran una frivolidad elitista, una suerte de capricho de estetas. Pero ruido, en nuestras “civilizadas” naciones industriales, quiere decir energía despilfarrada; quiere decir transporte de grandes pesos a grandes distancias; quiere decir exceso de actividad. Por eso, también significa contaminación de la tierra, el aire y el agua, contaminación del tipo más material posible.

El mundo se divide en dos clases de personas: los que frenan en los pasos cebra, y los que aceleran cuando el semáforo acaba de cambiar al rojo. (Los no conductores –la mayoría de la humanidad— somos clasificables por analogía.

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Vivimos en una cultura del atiborramiento: empacho de estímulos, de información, de ruido, de entretenimiento, de mercancías (para quienes pueden pagarlas)… Los restaurantes All You Can Eat en EE.UU., donde la gente puede comer hasta hartarse por un precio fijo, son el paradigma al que tiende a ajustarse todo lo demás.

Virtud política: aprender a vivir frugalmente y amar la diversidad.

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Un poema de Joan Margarit –traducido por el propio autor— para los triunfadores:

“ESCENA EN EL BARRIO DE SANT ROC// Entre bloques de pisos un solar/ lleno de plásticos que el viento arrastra/ como pájaros muertos. Aquí aparca/ un trapero su vieja camioneta/ cargada de trofeos desgastados:/ copas, bandejas de metal grabadas/ con firmas y con fechas. Figurillas/ en actitud retórica. Maravillado/ por tanta sordidez me he detenido:/ el hombre los extiende en derredor./ ¿De qué forma explicárselo/ a quienes hoy recién están cruzando/ entre las rosas de la plenitud?/ Expresan su opinión tan convencidos/ de la luz de su tiempo como yo/ llegué también a estarlo de la luz/ que he intentado salvar en mis poemas./ La vida se construye con metales/ innobles que han perdido ya su brillo./ Pero ninguno de ellos envejece/ de forma más indigna que un trofeo.”[3]

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Mil kilos de conocimiento por un gramo de sabiduría.

Cada instante es un lago –pero, para nuestra desgracia, casi todos tendemos a verlo, la mayoría de las veces, como un charco.

Federico García Lorca: “Yo no escribo poesía como una abstracción, sino como algo que ha pasado junto a mí.” Y el consejo que le da a su hermanita pequeña, Isabel, cuando ésta se queja de lo mal que escribe: “Lee, lee mucho y mira mucho. Míralo todo como si lo vieras por primera vez, y no te preocupes más, a lo mejor un día lo haces. Pero no me aconsejó que escribiera y le diera vueltas a lo escrito.” [4]

Mirar como si se viera por primera vez: ése es sin duda el secreto del poeta, su público secreto.

  •  [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 75-77. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] Tiziano Terzani, Cartas contra la guerra, Integral/ RBA, Barcelona 2002, p. 149.

[2] Richard Smith (director del British Medical Journal), entrevistado en El País, 1 de octubre de 2002, p. 31.

[3] Poema en la revista de creación literaria El caracol del faro 2, Alicante, otoño 2001, p. 9.

[4] Isabel García Lorca, Recuerdos míos, Tusquets, Barcelona 2002, p. 271.

la sombra que corre sobre la hierba y se pierde al final del día

Debería el tuerto luchar contra su propensión, quizá natural, a invitar a los demás a que se saquen un ojo.

–¿Y usted qué es? –Profesor de ética. –¿Y a qué se dedica en la vida? –Intento no cometer demasiados errores. –¿Y de verdad se cree que puede enseñar algo a los demás? –Busca zonas de silencio, mira dentro de ti.

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Ética, intentar no cometer demasiados errores; política, intentar no dejarse engañar; en la confluencia de ambas, no engañar a los otros y no engañarse.

Los campesinos de las comunidades guatemaltecas, cuenta el agroecólogo Antonio Bello, plantan sus granos de maíz de cuatro en cuatro: uno para ellos mismos y su familia, el segundo para el amigo, el tercero para Dios, el cuarto para los pájaros.

(Ética ecológica básica.) Ninguno de esos cuatro cuartos debe olvidarse.

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Y si éste fuera el último coito, la última siesta de agosto, el último vaso de vino, ¿querrías saber que se trata del último? Claro que sí: para disfrutarlo más intensamente todavía. Pero entonces advierte que siempre puedes disfrutarlo como si fuera el último.

Silvia me preguntó si tenía miedo a la muerte. Contesté que no: me siento en paz conmigo mismo. (Y de hecho, en las dos ocasiones en que me rozó la muerte en estos meses pasados, el accidente ferroviario cerca de Logroño y la caída de espaldas en la escalera, eso fue lo que sentí.)

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La misma mariposa multicolor que anduvo varias veces por el jardín durante el verano –reconocible por el extremo inferior dañado de su ala izquierda–, posada sobre las hojas de la pequeña encina, cerca de casa. La noche fue húmeda, los días menguan, las nubes ocultan a ratos el sol. Ella está sirviéndose de este rato de cielos despejados: con las alas abiertas al máximo y perpendiculares a la incidencia de los rayos de luz y calor, busca aprovecharlos al máximo, secándose y absorbiendo vida. Es todo un símbolo de nuestra condición: su vulnerabilidad, su dependencia de la gran fuente de energía que alimenta a la biosfera entera, su apetito de vivir, incluso el ala dañada que representa inmejorablemente la finitud humana (he escrito varias veces sobre la importancia que atribuyo a la consigna todos somos minusválidos).

“¿Qué es la vida?”, se pregunta Pie de Cuervo, portavoz de la Confederación de los Pies Negros, al final de su vida (abril de 1890). “Es el destello de una luciérnaga en la noche. Es el aliento de un búfalo en invierno. Es la sombra que corre sobre la hierba y se pierde al final del día.” [1]

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Otra mariposa: en los primeros días de la guerra civil Isabel García Lorca, en Madrid, vive “el terror, que es el más degradante de los sentimientos”. Nombran a su hermano Francisco, diplomático, primer secretario de la embajada de la España republicana en Bruselas: ella decide reunirse con él, viaja en tren a París. Allí ha de esperar varias horas al enlace con Bruselas, en una estación de ferrocarril casi desierta. “Sólo veía ruedas y vías de trenes. Aún tengo en la memoria, como si la estuviera viendo, una mariposa blanca que volaba sola y aturdida en medio de aquella negrura. Ella fue mi única compañía. Como ella me sentía yo…·”[2]

A veces, pueden ser las criaturas más humildes e imprevistas quienes nos tienden el cabo que nos permite salir del pozo.

 

  •  [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 74-75. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] En T.C. McLuhan, Tocar la tierra, Octaedro, Barcelona 2002, p. 20.

[2] Isabel García Lorca, Recuerdos míos, Tusquets, Barcelona 2002, p. 199.

para intentar evitar el infierno (algunas ideas después del 11-M)

  • [recupero estas páginas publicadas en Viento Sur 73, en marzo de 2004]

 

1. Como se ha repetido estos días, el 11-M es nuestro 11-S. Los efectos, sin duda, van a ser de muy largo alcance, tanto en nuestro país como en el conjunto de la Unión Europea. De cómo consigamos elaborar colectivamente el trauma de los atroces atentados –más de doscientos muertos, más de mil cuatrocientos heridos— van a depender luego durante mucho tiempo las expectativas de quienes pensamos que “otro mundo es posible”, y sabemos que no disponemos de mucho tiempo para construirlo. Por eso, creo que el trabajo principal de la izquierda europea durante los próximos meses tendrá que centrarse en evitar una deriva xenófoba y militarista en nuestras sociedades.

2. La seguridad no es un tema ni una idea de la derecha. Si falta seguridad y autoconfianza, es imposible el ejercicio de la libertad: sobre ello ha insistido con acierto Zygmunt Bauman[1]. Sin seguridad no cabe pensar en la democratización efectiva de nuestra vida política, económica, cultural. En lo que sí se diferencian izquierdas y derechas es en el contenido específico que insuflan al concepto: nosotros queremos seguridad compartida basada en la justicia, frente a dominio militar; seguridad en el empleo, frente a más perros guardianes y policía privada; seguridad frente al riesgo químico, frente a los desastres medioambientales, frente a las aventuras tecnocientíficas que hacen padecer a todos riesgos inasumibles, frente a la arbitrariedad del poder… De otra forma: su seguridad tiene más que ver con los ministerios de Interior y Defensa, y con las empresas privadas de vigilancia; nuestra seguridad tiene más que ver con los ministerios de Medio Ambiente y Trabajo, y con las organizaciones populares. En los tiempos que vienen, necesitamos construir un discurso de izquierdas sobre seguridad que sea inteligente, sólido y creíble.

3. El eslogan “vascos sí, ETA no” estaba bien orientado en las manifestaciones donde pedimos la vida de Miguel Ángel Blanco: su equivalente ahora es “musulmanes sí, Al-Qaeda no”. La tarea socio-cultural de luchar contra el odio al extranjero reviste hoy una importancia todavía más decisiva que antes. Un psicoanalista escribe: “No hay certeza colectiva del sentido sin expulsión del mal hacia fuera. Así se funda el Enemigo. Velado así el sujeto del trauma por el fantasma del Enemigo, la precariedad del hombre y su demanda de amor se convierten en extraordinariamente peligrosas.”[2] Tenemos que hacernos conscientes de ese tipo de mecanismos, y trabajar conscientemente sobre nosotros mismos. La tarea pedagógica y autoformativa que tiene frente a sí la sociedad española es inmensa.

4. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 hubieran podido ser una oportunidad –traumática, horrible, pero no por ello menos real— de encuentro con el otro. Los atentados del 11 de marzo de 2004 suponen una oportunidad semejante. Las clases dirigentes de nuestro mundo “globalizado” persiguen la distopía del final de toda alteridad (teorizada como “fin de la historia” por el teólogo Fukuyama); quizá no sea tarde para que todos podamos aprender de lo ocurrido[3].

Aprender que no resulta posible la seguridad sin justicia. Aprender que las fantasías de omnipotencia e invulnerabilidad no son efectivamente más que eso: fantasías. Aprender que en este planeta pequeño y sobrepoblado, somos tantos y tan diversos que la única posibilidad de convivencia razonable se basa en una negociación incesante, un diálogo sin término cuya primera premisa es reconocer al interlocutor como ser humano. (Para que no se malinterprete lo anterior: no estoy defendiendo con ello el diálogo con el terrorista que se ha autoexcluido de la comunidad de dialogantes.) Como escribía el politólogo Alberto Melucci, un límite “representa confinamiento, frontera, separación; por tanto, también significa reconocimiento del otro, el diferente, el irreductible. El encuentro con la alteridad es una experiencia que nos somete a una prueba: de ella nace la tentación de reducir la diferencia por medio de la fuerza, pero también puede generar el desafío de la comunicación como emprendimiento siempre renovado.”[4]

5. Como nos recuerda Gustavo Martín Garzo en un hermoso artículo sobre el cine –“El hombre sin rostro”–, la mirada al rostro del otro es igualitaria. “Levinas escribió que el rostro humano comporta siempre una prohibición: no matarás. Es a la vez el lugar de la extrañeza y del reconocimiento. Un espejo. Vemos en él al otro, pero también nuestro destino, un destino compartido.”[5] Tenemos que ser capaces de mirar al otro a los ojos. No me refiero por supuesto al rostro de Osama Bin Laden –hoy, otro icono mediático cuyo demoníaco poder de fascinación probablemente sólo exorcizaría un juicio imparcial ante el Tribunal Penal Internacional instituido por NN.UU.–, sino al del barbudo musulmán que en alguna ciudad de Pakistán o Palestina festejó el crimen del 11 de septiembre; o los ojos claros de la mujer afgana que, en medio de los bombardeos contra su país, nos echaba en cara nuestra doble moral a la hora de defender de veras los derechos de las mujeres; o el rostro del fanatizado adolescente marroquí que puede haber contemplado los cuerpos reventados dentro de los trenes de cercanías que partieron de Alcalá de Henares como una especie de victoria.

6. No hay más que una vía que a medio plazo desactive el horrible desastre en que estamos sumidos, y que se agrava de día en día: Europa y EE.UU. tienen que hacer lo que dicen. Tienen que ajustar sus actuaciones reales a sus hermosos discursos sobre valores e ideales. Tenemos que ver la viga en el ojo propio. Si hablamos de democracia, tenemos que practicar democracia de verdad; si hablamos de ecología, tenemos que proteger los ecosistemas de verdad; si hablamos de desarrollo sostenible, tenemos que ayudar al Sur de verdad; si hablamos de derechos humanos, tenemos de verdad que tomarlos en serio, siempre y en todas partes, sin dobles raseros. Sólo si cada cual mira la hendidura dentro de sí puede el mundo aspirar a salvarse del abismo dentro del cual está precipitándose. “La ahimsa” (noviolencia), escribía Gandhi, “comienza y termina enfocando la linterna hacia el interior”.[6]

7. Aunque pueda parecer un tema menor, creo que en la situación presente hay que dar un valor especial a la veracidad. La obscena práctica de mentira y manipulación del gobierno del Partido Popular, sobre todo en los dos últimos años, marca un nivel casi terminal de degradación de nuestra vida pública. Cuando uno no puede leer documentos oficiales de la UE –por ejemplo, sobre la inexistente Estrategia Española de Desarrollo Sostenible–, elaborados a partir de la información suministrada por España, sin sentir vergüenza porque esa información es falsa; o cuando asiste al triste espectáculo de retención de información por parte del ministro del Interior, con el objetivo de obtener una ventaja electoral, en un contexto tan tremendo como el de los días que han mediado entre los atentados del 11 y las elecciones generales del 14 de marzo, el asco que nos invade es grande, y la tentación de creernos diferentes y superiores también lo es. Pero ¿de verdad renunciarían la izquierda y los movimientos sociales alternativos al arma de la mentira para tratar de conseguir una ventaja política, siempre y en toda circunstancia? ¿De verdad recuerdan de forma constante que en su tradición se sostiene que la verdad es revolucionaria? Si no conseguimos revitalizar nuestro maltrecho cuerpo social adoptando elevados estándares ético-políticos de decencia, veracidad y juego limpio, podemos encontrarnos en una situación donde la degradación de la sustancia democrática se torne irreversible. Dicho sea de paso, también esto tiene que ver con lo que pueda significar el valor “seguridad” para la izquierda.

8. Despertar, despertar, despertar. Reaccionar contra la narcosis donde quieren sumir a la sociedad. Lejos de vivir en el “mejor de los mundos posibles”, habitamos un planeta vulnerable donde los niveles de desigualdad imperantes son comparativamente mayores que nunca en la historia de la humanidad, e insoportables en términos absolutos. Este mundo es el infierno en vida para cientos de millones de personas: tantos millones, al menos, como los privilegiados para quienes se nos presenta bajo una faz más amable. Despertar para cambiar.

9. Nos hace falta una completa reorientación de prioridades. Dentro de dos siglos será el momento de decidir si hay que enviar una misión espacial tripulada a Marte, o no. Hoy de lo que se trata es de conseguir que haya agua potable en cada aldea de Mauritania, que los derechos de las mujeres se respeten en Kuwait, y que nadie padezca hambre en Centroamérica. Y se trata de una responsabilidad que nos atañe a todos: vivimos en un solo mundo.

(10. Una postdata para el entorno abertzale de ETA: la ocasión es única para que el grupo terrorista se desmarque de la abominable atrocidad de Madrid declarando una tregua indefinida, y busque un pacto que permita su desarme, y luego el paulatino restablecimiento de la convivencia en el País Vasco.)


[1] Zygmunt Bauman, En busca de la política (especialmente capítulo 1: “En busca de espacio público”), FCE, Máexico 2002.

[2] Francisco Pereña, La pulsión y la culpa –para una clínica del vínculo social, Síntesis, Madrid 2001, p. 8.

[3] Una guía imprescindible para ese viaje: Francisco Fernández Buey, La barbarie –de ellos y de los nuestros, Paidos, Barcelona 1995.

[4] Alberto Melucci, The Playing Self: Person and Meaning in the Planetary Society, Cambridge University Press 1996, p. 129. Citado en Zyg,munt Bauman: La globalización –consecuencias humanas, FCE de Argentina, Buenos Aires 1999, p. 18.

[5] Gustavo Martín Garzo: El hilo azul, Aguilar, Madrid 2001, p. 159.

[6] Mahatma Gandhi, Mi socialismo, La Pléyade, Buenos Aires 1976, p. 43.

todo es cuestión de abrir o cerrar

La genialidad de los cantautores es inventarse un personaje: Georges Brassens, Paco Ibáñez, Joaquín Sabina, Ismael Serrano… En cambio, el poeta se desvanece detrás de la poesía.

El problema de Luis García Montero es situar la “poesía de la experiencia” dentro de la literatura española. El mío es situar la poesía dentro del conjunto de las actividades humanas. (Para que no suene a soberbia, aclaro enseguida: plantearse un problema no significa hacerse ilusiones sobre la propia capacidad de resolverlo.)

La “poética de los seres normales” que propone Luis sólo podría tener sentido en un mundo pos-revolucionario (¿y entonces?). En nuestro mundo de hoy, en este mundo donde campea por sus respetos el principio de muerte –travestido a menudo en su contrario–, hablar de “normalidad” equivale casi siempre a dar el sí y amén a una realidad monstruosa. Hay que recordar las palabras de Arnold Hauser que el colectivo Alicia Bajo Cero situaba al comienzo de su ensayo Poesía y poder: “El criterio de la fecundidad de un arte comprometido no estriba en la solución de crisis y conflictos, sino en combatir la ilusión de que, en medio de los peligros y bajo el signo de la catástrofe, todavía se sigue viviendo en un mundo sin peligro alguno”.

(Me corrijo enseguida: después de una revolución, el mundo no sería “pos-revolucionario” en el sentido enfático de arriba: la verdad y la justicia aún tendrían que ser buscadas, las opciones políticas serían plurales, las controversias sobre lo bueno y lo bello continuarían, etc. Se puede aspirar a quitar al principio de muerte del puesto de mando, pero no a ninguna perfección en los asuntos humanos.)

Frente a la poética de la normalidad, una poética de la extrañeza, bajo el alto patrocinio de Heráclito: el sol es nuevo cada día. O la vecindad de Rilke, que proponía atenerse a la mirada del niño hacia lo extraño…[1]

Poesía: “todo es cuestión de abrir o cerrar”, sabía Juan Ramón Jiménez[2].

En la cárcel de Picassent, un preso pregunta al poeta Quique Falcón por qué hay tan pocos poetas presos en las cárceles españolas.

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Don José María Aznar –o quien le redacte los discursos– escribe en la prensa cultural sobre Luis Cernuda, para descubrir en el poeta sevillano ¡”la búsqueda incansable del justo término medio”! y en la celebración de su centenario “la normalidad cultural de un país”[3]. Verdaderamente, este hombre es un psicópata de la normalidad.

Cierto que leemos aquello que somos, que al apropiarnos de un texto de otro proyectamos en él nuestro propio bagaje de experiencias, proyectos y pautas interpretativas; pero lo único que le ha faltado al ceñudo inquilino del Palacio de la Moncloa es convertir al gran heterodoxo que fue Cernuda en adalid del “centro progresista” de sus aznarinos ensueños y desvelar, como primicia universal en los fastos del centenario, el número de carnet del poeta como afiliado de primera hora a Alianza Popular.

***

En este mundo, con este nivel de aberrantes injusticias, desigualdades y atrocidades, insistir en el carácter de normalidad de las cosas es algo rayano en el fascismo. Manuel Sacristán lo dijo con la rotundidad necesaria: “Una cosa es la realidad y otra la mierda, que es sólo una parte de la realidad, compuesta, precisamente, por los que aceptan la realidad moralmente, no sólo intelectualmente”. [4]

Algo es normal o anormal en función de los términos de referencia que se elijan, claro está. Podemos pensar, por ejemplo, en la presente situación ecológica: para juzgar si es “normal” deberíamos recurrir al conocimiento especializado del ecólogo y del historiador ambiental. ¿Qué nos dice este último, al término de su rigurosa indagación?

“Los responsables políticos tienden a tomar como marco de referencia el mundo según lo conocemos. Esto les lleva a considerar ‘normales’ las cosas tal como ellos las observan y experimentan –el régimen de trastorno ecológico incesante, según lo llamé en el prólogo [a Algo nuevo bajo el sol]–. En realidad, desde el punto de vista ecológico, la actual situación es una desviación extrema de cualquiera de los estados más duraderos, más ‘normales’, del mundo en el plazo de la historia humana y, en realidad, en el de la historia de la Tierra.” [5] Vale decir: vivimos en una situación de anormalidad extrema, en lo que a la ecología del planeta se refiere.

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Singular, sin duda, el aprecio que muchas veces se hace de la normalidad. ¿Cómo interpretar que se presente “lo normal” como un valor positivo, cuando no una aspiración humanista?

Si pensamos a fondo el asunto, ¿qué es “lo normal”? Una respuesta significativa nos la podría dar el físico especializado en termodinámica. Si atendemos a la ley física más importante del universo (al decir de Albert Einstein), el principio de entropía, la respuesta sería: la normalidad es la muerte. Todo en el universo tiende a un estado de máximo desorden e indiferenciación llamado a veces “muerte térmica”; y lo que resulta francamente anormal es el esfuerzo antientrópico con que la vida orgánica logra en nuestra biosfera crear islotes de orden y diferenciación, conteniendo temporalmente la carrera hacia la muerte.

Si la normalidad es la muerte, resulta de veras paradójico presentarla como un valor positivo, y tendríamos que invertir esa valoración: serán las excepciones contra la normalidad las que merecerán nuestro aprecio.

  • [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 70-73. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] Carta a Franz Xaver Kappus desde Roma, 23 de diciembre de 1903; en Rainer Maria Rilke, Teoría poética, ed. de Federico Bermúdez Cañete, Júcar, Madrid 1987, p. 47.

[2] Prólogo a ESPACIO, en Lírica de una Atlántida, Galaxia Gutenberg, Barcelona 1999, p. 95.

[3] José María Aznar, “El retorno de Cernuda”, El Cultural, 19 de septiembre de 2002, p. 3.

[4] Manuel Sacristán: M.A.R.X. (Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres), edición de Salvador López Arnal, Los Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 52.

[5] John McNeill, Algo nuevo bajo el sol –Historia medioambiental del mundo en el siglo XX, Alianza, Madrid 2003, p. 432. El profesor de historia en la Universidad de Georgetown continúa: “Si viviéramos 700 o 7.000 años, lo entenderíamos basándonos meramente en la experiencia y el recuerdo. Pero para seres que sólo viven unos 70 años, es necesario estudiar el pasado remoto y reciente a fin de conocer qué se incluye en la gama de posibilidades y saber qué puede perdurar.”

una mosca, mensajera de la finitud

“El grueso y sólido caparazón de la costumbre —escribe la filósofa Mary Midgley— siempre está dispuesto a proteger contra la crítica nuestros modos establecidos de vida. Y lo que resulta más sorprendente: no sólo bloquea la crítica moral. También entumece el sentido de peligro. La gente siempre ha cultivado alegremente las laderas de los volcanes. Los cristianos no han dejado de pecar ante la amenaza del castigo eterno. Los peligros de las armas modernas no nos han hecho abandonar la guerra. La costumbre, de hecho, tiene una extraordinaria fuerza, una fuerza que excede en gran medida el deseo de autoconservación.”[1]

De hecho, además de la poderosa fuerza de la costumbre, hay otras dos tendencias fuertemente enraizadas en el ser humano que los partidarios del cambio social tenemos que tomarnos completamente en serio, so pena de naufragar de forma lastimosa en nuestros proyectos. Se trata de nuestra inerradicable tendencia a la chapucería, y de nuestra no menos vigorosa propensión a la pereza (emparentada esta última con los demás factores que dan fuerza a la costumbre, sin duda). Inercia, chapucería y pereza son datos antropológicos básicos que hemos de tener siempre en cuenta: no para resignarnos a ningún estado de cosas dado, sino para no subirnos a zancos o coturnos tan altos que al primer traspié nos rompamos la crisma.

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A la observación anterior hay que añadir de inmediato: el ser humano es el gran empezador, el que en grado eminente es capaz de comenzar lo nuevo. “En toda la historia siempre ha habido guerras. Por eso seguirá habiéndolas, se dice. Pero ¿por qué repetir la vieja historia? ¿Por qué no tratar de comenzar una nueva?, respondió Gandhi a quien le hacía esta acostumbrada y banal objeción.” [2]

El eterno principiante es, visto desde otro ángulo, el gran comenzador (y viceversa).

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No quiero oler a viejo, parece que decía Gabriel Ferraté, y se sintió obligado a suicidarse antes de los cincuenta años. Qué suerte no tener tan buen olfato.

El director de cine finlandés Aki Kaurismäki, entrevistado durante el Festival de Cine de San Sebastián, declara que “no hay ninguna razón para vivir, salvo el vino blanco”. ¡Pero ésa es una excelente razón para vivir! Entendida en toda su complejidad y profundidad, ¿quién necesitaría ninguna otra razón?

“El joven reúne sus materiales para construir un puente hasta la luna, o quizá un palacio o un templo sobre la tierra, y al final el hombre maduro termina por construir una leñera con ellos” [3], observó Thoreau. ¡Pero esa leñera es admirable: mucho más que el puente a la Luna!

“Todo lo que tenemos es el cuerpo/ y todo lo que tiene el cuerpo es muerte”, escribe Juan Antonio Masoliver Ródenas al final de uno de sus poemas. ¡Pero eso es olvidarse de lo esencial: el zumbido dulce del deseo, su miel vibrátil, su cercano aroma!

Absurdo no es vivir y que haya muerte. Absurdo es que esa realidad de la muerte desvalorice o anule la vida, en lugar de potenciarla.

Aprender a vivir sin certezas absolutas, sin fundamentos últimos y sin cosmovisiones redondas: sencillamente vivir.[4]

Una mosca, mensajera de la finitud.

  • [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 68-69. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] Mary Midgley, Delfines, sexo y utopías. Doce ensayos para sacar la filosofía a la calle, Turner/ FCE, Madrid 2002, p. 156.

[2] Tiziano Terzani, Cartas contra la guerra, Integral/ RBA, Barcelona 2002, p. 151.

[3] Observación de Henry D. Thoreau en su Diario, 15 de julio de 1852, recogida en Antonio Casado: La desobediencia civil a partir de Thoreau, Gakoa, San Sebastián 2002, p. 99.

[4] No me resisto a citar un paso de Manuel Sacristán: “La principal exigencia de ética intelectual que se desprende del presente estado del conocimiento consiste en abandonar toda pretensión de concepción conclusa del mundo. La integridad de la consciencia personal tiene entonces que alcanzarse no en la especulación –en la fabulación— sino en el empeño práctico, hecho propio del modo más crítico posible.” Manuel Sacristán: M.A.R.X. (Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres), edición de Salvador López Arnal, Los Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 70 (ver también p. 52).

la línea vertical

El cejijunto y sañudo peligro público que preside mi país ha logrado imponerse en Bruselas[1] frente a los democristianos belgas y alemanes, que habían redactado el documento político Una Constitución para una Europa fuerte (para ser aprobado en un próximo congreso del Partido Popular Europeo en Estoril, en octubre). Del documento se eliminó la apuesta por un modelo federal para Europa, y en cambio se ha incluido el compromiso de que la Unión considere inalterables las fronteras de sus Estados, esto último con la mirada puesta en el terrible conflicto del País Vasco. “Los dirigentes del PP español no han ocultado su intención de poner fuertes trabas a las hipotéticas tentaciones de grupos nacionalistas de optar por vías soberanistas en el futuro.”[2]

Es horrible. Declarar inalterables las futuras fronteras per secula seculorum equivale a afirmar que en ninguna circunstancia imaginable se tolerará un proceso de formación colectiva de voluntad que desemboque en secesión territorial; que nunca, tampoco en un proceso perfectamente pacífico y noviolento, se consentirá poner en práctica el principio democrático de autodeterminación. Eso equivale a laminar conscientemente las posibilidades de una salida razonable de la tragedia vasca, en algún futuro más o menos lejano, una vez derrotado el terrorismo, restablecida la convivencia democrática y desnazificadas las conciencias de tanto obtuso patriota abertzale. Aznar quiere la guerra, tanto dentro como fuera de España.

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Ante una crisis traumática que pone en entredicho el fundamento del propio existir, uno puede reaccionar dando lo mejor o lo peor de sí mismo (a veces las dos cosas, de forma consecutiva). No cabe duda de que, en los días que siguieron al 11-S, los neoyorquinos vivieron una experiencia extraordinaria, con el afloramiento de grandes dosis de generosidad y solidaridad, con mucha catarsis de emociones profundas; pero tampoco cabe duda de que, en los meses que han seguido al 11-S, lo que el gobierno de los EE.UU. ha ido proyectando hacia el exterior es lo peor del país. Y lo peor de un país tan poderoso es verdaderamente nefasto para el resto del mundo.

Cada paso que ha dado EE.UU. en el último año, conducido por ese individuo necio y cruel que robó la presidencia del país en unas elecciones fraudulentas después de haber robado millones de dólares en sus negocios fraudulentos, lo ha alejado de los valores democráticos que dice profesar y lo lleva hacia un Imperio global que parece no confiar en nada diferente del poder militar. Hoy, la proclamación de su nueva doctrina de “seguridad nacional” es un mazazo contra la conciencia moral de la humanidad[3].

Con esta nueva doctrina, EE.UU. se atribuye el derecho a lanzar ataques preventivos contra otras naciones y a actuar al margen de las organizaciones internacionales, cuando así lo aconsejen sus propios intereses; no permitirá que se reduzca su “inmensa ventaja militar” frente a los demás países; empleará la ayuda al desarrollo como un instrumento para la promoción de sus propios fines, y trabajará activamente para extender su depredador e injusto modelo de capitalismo al resto del planeta, pasándose por el forro de los cojones el sistema de NN.UU., la legalidad internacional, los intereses comunes de la humanidad y la simple y llana decencia. Qué catástrofe para el mundo entero, empezando por los propios norteamericanos, que no se merecen algo semejante.

“Si vivimos en una sociedad de economía de guerra es lógico pensar que la guerra es inevitable. La producción de armamentos cada vez más devastadores constituye el motor del desarrollo industrial norteamericano y la fuente de su hegemonía planetaria. Cuando los armarios ya están llenos, los propios misiles crean un enemigo.”[4]

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Los safari parks han desacreditado la naturaleza; los parques temáticos han adulterado lo que llamamos nuestra “civilización”; los libros de autoayuda han degradado cualquier clase de reflexión sobre la sabiduría, y así podríamos seguir. Resulta difícil concebir una degeneración mayor de los ideales de una cultura que, en la exaltación arrogante de la Ilustración, se proponía como faro cuyas luces iluminarían el mundo entero. Hay días en que, verdaderamente, uno siente fuertes impulsos de sumarse al padre André Breton en su conocida reivindicación del “acto surrealista puro” (ya se sabe, aquella barbaridad de los disparos al azar contra la multitud).

Pero aparte de ser una infamia y de resultar contraproducente, es una tontería: pues en cualquier momento y en cualquier lugar puede uno encontrar la línea vertical que lo iza de inmediato fuera de la papilla siniestra. Esa posibilidad está abierta para ti: no desvíes la mirada: ahí.

  • [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 65-67. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] Reunión del PPE el 19 de septiembre de 2002.

[2] Carlos Yárnoz, “Doble aviso fronterizo”, El País, 20 de septiembre de 2002, p. 5.

[3] Documento La nueva estrategia de seguridad nacional de EE.UU., hecho público el 20 de septiembre de 2002.

[4] Manuel Vicent, “Hormigas”, El País, 22 de septiembre de 2002.

queremos, tendremos el más allá en esta vida

“El tiempo de los descubrimientos no ha terminado. Continuemos descubriendo a los otros, continuemos descubriéndonos a nosotros mismos.”[1]

Cuenta Tiziano Terzani –en sus imprescindibles Cartas contra la guerra[2]— que Vivekananda, el gran místico hindú, viajó a finales del siglo XIX a EE.UU. para hacer conocer el hinduismo. En San Francisco, al final de una conferencia, una señora estadounidense se levantó y le preguntó: “¿No piensa que el mundo sería más hermoso si hubiera una sola religión para todos los hombres?”. “No”, respondió Vivekananda. “Quizá sería aún más hermoso si hubiera tantas religiones como hombres”.

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La piedra de toque para juzgar el carácter represivo o emancipatorio de las religiones no son sus textos sagrados, sino la relación de sus clérigos con los muy terrenales poderes de este mundo. La religión no es en general el opio del pueblo: puede ser eso y su contrario. Dentro de cada confesión encontramos siempre inquisidores y teólogos de la liberación, moralistas enemigos de la vida y místicos enamorados de ella. Para distinguir, hay que fijarse en si el cura de la aldea va con más frecuencia al Círculo Agrario y Mercantil –vale decir, el casino de los señoritos— o a la Casa del Pueblo (permitidme el ligero anacronismo). La piedra de toque es la cuestión del poder.

(Por lo demás, lo mismo puede decirse de cualquier movimiento espiritual, cultural o social de los que impulsamos los seres humanos.)

Un punto clave suele ser la cuestión del proselitismo. En este asunto, por lo general, la actitud del budismo es ejemplar: “Hablando del precepto que prohíbe el uso de sustancias intoxicantes, Suzuki Roshi [el monje zen Shunryu Suzuki] dio una interpretación sorprendente: Esto significa que no se debe vender budismo. No sólo el licor es embriagante. También lo es la enseñanza espiritual.[3]

También el novelista israelí Amos Oz se ha referido sensatamente al proselitismo del fanático: “Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. En esa tendencia tan común de mejorar al vecino, de enmendar a la esposa, de hacer ingeniero al niño o de enderezar al hermano en lugar de dejarles ser. El fanático es una criatura de lo más generosa, un gran altruista. A menudo, está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvarte, redimirte. (…) Echar los brazos al cuello o lanzarse a la yugular es casi el mismo gesto.”[4]

Otro punto clave es sin duda la cuestión de la inmanencia y la trascendencia. Casi podría formularse como una regla cuantitativa: el potencial liberador de un credo es inversamente proporcional a la distancia que media entre la vida cotidiana y la salvación prometida. Las religiones de liberación son de tejas para abajo, se ajustan bastante bien al desiderátum surrealista: queremos, tendremos el más allá en esta vida. Dos extraordinarios ejemplos procedentes de la tradición judía y budista:

“La luz de la redención” –dijo el rabí Abraham Jacob de Sadagora— “está dispersa en torno de nosotros a la altura de nuestras cabezas. No la notamos porque nuestras cabezas están inclinadas bajo la carga del exilio. ¡Oh, si Dios quisiera levantar nuestras cabezas!”[5]

“Una mujer le dijo al Roshi que le resultaba difícil combinar la práctica del zen con las exigencias de ser un ama de casa. Siento como si estuviese tratando de subir una escalera, pero por cada escalón que subo, caigo dos escalones abajo. Suzuki le dijo: Olvida la escalera. En el zen, todo está aquí en el suelo.[6]

Otro maestro jasídico, Rabí Búnam de Pzhysha, empleaba la imagen siguiente: estamos pasando continuamente a través de dos puertas, saliendo de este mundo y entrando en el otro, y saliendo y entrando nuevamente[7]. Nuestra Teresa de Cepeda, que sabía que Dios anda también entre los pucheros de la cocina, se hubiera entendido sin dificultad ninguna con estos tzadikim jasídicos o estos monjes budistas. Sabrosos, los diálogos a tres bandas que se puede imaginar uno…

 

  • [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 63-64. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]



[1] José Saramago en su discurso ante el Primer Congreso Iberoamericano de Filosofía en Cáceres, 1998.

[2] Tiziano Terzani, Cartas contra la guerra, Integral/ RBA, Barcelona 2002, p. 153.

[3] David Chadwick (comp.): Para hacer brillar un rincón del mundo. Historias de un maestro zen contadas por sus discípulos. Ed. Troquel, Buenos Aires 2002, p. 124.

[4] Amos Oz, Contra el fanatismo, Siruela, Madrid 2003. No me resisto, en este punto, a citar otra anécdota del maestro zen antes evocado: “Una mañana, cuando estábamos todos sentados en zazen, Suzuki Roshi dio una breve charla inesperada. Entre otras cosas, dijo: Cada uno de ustedes es perfecto tal cual es… y también puede perfeccionarse un poquito” (Para hacer brillar un rincón del mundo, op. cit., p. 13).

[5] Martin Buber, Cuentos jasídicos. Los maestros continuadores vol. 1, Paidos, Barcelona 1983, p. 43.

[6] Para hacer brillar un rincón del mundo, op. cit., p. 69.

[7] Martin Buber, Cuentos jasídicos. Los maestros continuadores vol. 2, Paidos, Barcelona 1983, p. 104.

lo inesperado del don

“Los españoles sólo bebéis café. Café solo, con hielo, con leche… En los cinco meses que llevo trabajando aquí, nadie me había pedido nunca té.” Y no consiente en que le pague el vasito de té turco muy azucarado, aduciendo que lo tiene siempre preparado para él mismo. Lo inesperado para él, lo inesperado para mí: el don.

La plegaria más honda no tiene nada que ver con rogar perdones o pedir mercedes: sólo está ahí para acompañar la soledad del dios.

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“Deberías seguir el ejemplo de shunk tokecha (el lobo). Aunque lo sorprendas y corra para salvar la vida, se parará para echarte otra mirada antes de entrar en su último refugio. Así debes también tú echar otra mirada a todo cuanto ves.”

Así hablaba el anciano tío de Oyihesa, un indio dakota santi.[1] A lo que más se parece este consejo sobrecogedor es al que nos proporcionaba Walter Benjamin en la sexta de sus “Tesis de filosofía de la historia”: “Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo ‘tal y como verdaderamente ha sido’. Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro.”

Historiador, activista, poeta: aprende a mirar como el lobo en ese instante de liberación o condena, de proximidad de la muerte o del milagro, de supremo peligro.

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Bares y estaciones de autobús son lugares decisivos para pulsar la naturaleza y calidad del “encuentro con el otro” que se está produciendo en mi país. Laboratorios morales a pequeña escala; un filón para el observador.

En este sentido, dos recuerdos terribles. En el documental Vida de moro –una inmersión profunda en la penosa vida de los jornaleros inmigrantes en El Ejido[2]— se muestra cómo en una cafetería de la localidad hay dos listas diferentes de precios. “Una para los castellanos”, aclara la camarera, “y otra para los moros y la gente con mala pinta. No es que seamos racistas, pero…”

Otra experiencia: bares euskaldunes, en el País Vasco y Navarra, donde el forastero “español” es ignorado ostentosamente, y conseguir algo del camarero costará un rato largo de sutiles desprecios y humillaciones. En los dos casos está, in nuce, todo el horror del fascismo.



[1] También conocido como Charleas Eastman: véase del mismo Indian Boyhood, su libro de 1902 (hay traducción española: La vida en los bosques, Olañeta, Palma de Mallorca 1991.)

[2] Vida de moro, Canal +, enero de 2001.

  • [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 61-62. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

la hamaca en agosto

Hay dos formas casi infalibles de estimular a la gente a escribir poesía: leer buena poesía y viajar. (En realidad, se trata de la misma forma.)

En una Academia para poetas, las asignaturas troncales podrían ser zoología sacra, economía política, alquimia, matemáticas, deriva situacionista, extrañamiento brechtiano, lógica taoísta, dos lenguas extranjeras vivas y dos lenguas muertas, botánica, termodinámica, geología, agroecología y orientación por las estrellas. Sólo en el décimo año de estudios se abordaría la retórica: con Aristóteles como manual, eso sí.

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En ecología, el “efecto frontera” significa riqueza y diversidad: las zonas de cambio brusco o ecotonos que separan diferentes ecosistemas son de especial interés por sus variaciones de flora y fauna. Por ejemplo, se encuentran muchas más especies de aves en la frontera o ecotono existente entre el bosque y la pradera que en el interior del bosque o dentro de la pradera. Uno tiende a pensar que este “efecto frontera” se produce también en la vida cultural.

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Claudio Magris, con la agudeza y la lucidez moral que le caracteriza, reflexiona sobre las catastróficas inundaciones que este verano han devastado Centroeuropa, anegando ciudades –centros de civilización– como Praga y Dresde:

“Frente a las catástrofes no existen lugares –y todavía menos, personas– más o menos dignos de lástima y solidaridad; el drama de cada individuo que pierde la vida o la casa, aunque sean anónimas o en todo caso menos conocidas que las de Kafka, no es menos grave que la destrucción de vidas y monumentos ilustres. Naturalmente, ello no impide que la idea de una Praga herida nos encoja el corazón.

Los desastres naturales como el que ha devastado a varios países sugieren fácilmente dos actitudes, ambas falsas. Por una parte el complacido énfasis apocalíptico de los fundamentalistas de la ecología, dispuestos a ver en cada elemento y aspecto de la sociedad moderna una amenaza fatal a la naturaleza y en todo progreso tecnológico un factor de una segura y próxima destrucción de la humanidad y, por tanto, se alegran de cualquier catástrofe que confirme o parezca confirmar las más lúgubres previsiones. Así, en su época, muchos, satisfechos, encontraban en el naufragio del Titanic una amonestación a la soberbia humana.

Por otra parte está el precipitado optimismo de algunos científicos, preocupados no tanto por las desgracias que ocurren, sino por el hecho de que éstas puedan alterar la tranquila fe en el ilimitado e indudable progreso, en la capacidad de la ciencia de prever y dirigir el curso del mundo sin fallar nunca. El optimismo cientificista de quien asegura que ‘todo va bien, señora marquesa’, acompañando este ingenuo y fanático fideísmo con presuntuosas ostentaciones de sabiduría, es tan irracional como el catastrofismo pesimista.

Frente a estos desastres naturales hay que preguntarse, sin miedo a parecer demasiado amigos o demasiado enemigos del progreso, si efectivamente son, y hasta qué punto, consecuencia de la actividad humana, de nuestra forma de vivir, de hacer, de producir, de organizar, de explotar y agredir al medio ambiente. La naturaleza nunca está en peligro, porque todo es naturaleza, incluso los virus, las erupciones volcánicas y los elementos cuya combinación forman los gases que contaminan las calles; sin embargo, pueden encontrarse en peligro algunas especies, desde los dinosaurios hasta los hombres, cuya desaparición no perturbaría a la naturaleza, sino que perturbaría a quien desaparece.

La enseñanza que hay que sacar de los desastres es la certeza de que en cualquier sector –físico, político, económico– todo puede ocurrir. (…) El mundo, dice un dicho judío, se puede destruir de la noche a la mañana; sólo si nos damos cuenta de ello concretamente, físicamente, y actuamos en consecuencia, podremos evitarlo.”[1]

Qué cerca se halla este punto de vista de la valoración ecosocialista de la tecnología que realizaba Manuel Sacristán hace dos decenios: “No hay antagonismo entre tecnología (en el sentido de técnicas de base científico-teórica) y ecologismo, sino entre tecnologías destructoras de las condiciones de vida de nuestra especie y tecnologías favorables a largo plazo a ésta. Creo que así hay que plantear las cosas, no con una mala mística de la naturaleza. Al fin y al cabo no hay que olvidar que nosotros vivimos quizá gracias a que en un remoto pasado ciertos organismos que respiraban en una atmósfera cargada de dióxido de carbono polucionaron su ambiente con oxígeno. No se trata de adorar ignorantemente una naturaleza supuestamente inmutable y pura, buena en sí, sino de evitar que se vuelva invivible para nuestra especie. Ya como está es bastante dura. Y tampoco hay que olvidar que un cambio radical de tecnología es un cambio de modo de producción y, por lo tanto, de consumo, es decir, una revolución; y que por primera vez en la historia que conocemos hay que promover ese cambio tecnológico revolucionario consciente e intencionadamente.”[2]

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Leo y dormito sobre la hamaca, en una de las últimas siestas de este verano que ya va fundiéndose con el otoño en un abrazo lleno de ternura y de incertidumbre. Qué descubrimiento, en los últimos tres veranos, éste de la hamaca: qué artefacto existencial. Qué regalo nos han hecho los pueblos indígenas de los trópicos al resto de la humanidad.

Espero no exagerar si digo que la hamaca ha cambiado aspectos importantes en mi forma de sentir y pensar la vida, el tiempo, el deseo, el sentido del existir. Recuerdo aquella carta de Flaubert a Louise Colet, fundacional para tantas búsquedas de la literatura moderna, donde el gran novelista normando expresa a su amante el propósito de escribir “un libro sobre nada, un libro sin pretextos exteriores, que se mantuviese en pie sólo por la fuerza intrínseca del estilo, al igual que la Tierra se sostiene en el aire sin necesidad de soporte; un libro sin tema, o al menos en el que el tema fuese, si cabe, casi invisible”.

Aquel libro exento, sin asideros, fue –como se sabe— La educación sentimental. Pues bien: se me antoja que la hamaca es un dispositivo de ese tipo, aunque se halle modestamente anclada en el universo de los muebles de jardín. Sería, más a ras de tierra, el equivalente –al alcance de cualquiera— de aquella flobertiana proeza, entre literaria y mística, de indagación sobre la nada: una nave para viajeros que quieren sostenerse en el aire no sin ninguna necesidad de soporte (eso rayaría en la hybris), pero sí con uno muy liviano.

La hamaca no es el viaje en globo o el sueño de volar libremente como los pájaros, planeando con ilusoria superioridad muy por encima de los pesares y contradicciones de la existencia: es mantenerse apenas medio metro sobre la superficie de la Tierra, mecido levemente por el viento. Viajeros exentos, pero al mismo tiempo ligados con solidez a los dos árboles que nos soportan.

La hamaca en agosto es una respuesta profunda a la pregunta: ¿qué significa vivir? 

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La hamaca es, también, un criterio para distinguir lo verdaderamente esencial de lo insignificante.

Ser acunados por el aire. Una hamaca es una morada en el aire. Frente a la terrible “tumba en el aire” de Paul Celan, un lugar de vida, a la manera de un nido en el aire.

La siesta en la hamaca es una singladura existencial, sin ser otra cosa que una siesta en la hamaca, y eso es lo maravilloso. Viviremos los meses de otoño e invierno esperando el momento en que, en mayo o junio del próximo año, podremos de nuevo colgar nuestras dos buenas hamacas colombianas de los árboles del jardín.

(Rafael, con quien converso un rato por teléfono, bromea sobre mi “taoísmo de la hamaca”.)

 


[1] Claudio Magris, “Las heridas de Mala Strana”, Babelia, 14 de septiembre de 2002.

[2] Manuel Sacristán: M.A.R.X. (Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres), edición de Salvador López Arnal, Los Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 270.

 

[Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 57-60. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]



azul turquesa

Hace un cuarto de siglo que Josep Vicent Marqués, en Ecología y lucha de clases, señaló con muy buen criterio que medir el progreso por el consumo de energía es algo tan poco refinado como medir la satisfacción gastronómica y la calidad dietética por el número de eructos emitidos por el sujeto. Por aquellos años reflexionaba de manera análoga Manuel Sacristán:

“Parece claro que se está acabando la vigencia de ciertos valores progresistas muy optimistas, proclamados desde el siglo XVIII, desde hace más de doscientos años. Valores como, por ejemplo, la asimilación del gran consumo y de la gran riqueza acumulada como una bendición del cielo, al modo de la moral protestante calvinista. O en un plano más técnico, valores como la asignación del bienestar de un país por su consumo de kilovatios/año por cabeza. Hoy más bien podría decirse que a más consumo de kilovatio/hora por ciudadano, más proximidad hay de un desastre.”[1]

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¿romper la unidad de la especie humana?

Hay que darse cuenta cabal de lo que supone la propuesta transhumanista de ir más allá de la biología del Homo sapiens merced a las herramientas de la biotecnología y la robótica.

Para la gente laica –para quienes no creemos en un Dios personal todopoderoso y trascendente, aunque podamos tener un sentido de lo sagrado y una alta estima por muchas de las tradiciones religiosas y místicas–, ¿qué hay más allá del sinsentido de la vida humana, de la dukkha de los budistas? Básicamente, la comunidad humana.

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cuentos de las 1.001 experiencias

En los últimos tiempos, el curioso lector –o la atenta lectora— que haya paseado por librerías sin duda habrá reparado en toda una familia de libros –de gran tirada y atractivo formato– que se presenta en las mesas y anaqueles con títulos como: 1001 películas que hay que haber visto antes de morir, 1001 discos que hay que haber escuchado antes de morir, 1001 lugares que hay que haber visitado antes de morir, 1001 libros que hay que haber leído antes de morir…

¿Prestamos atención a estas voces conminatorias? Bueno, echemos cuentas durante un instante, antes de desembolsar los más de veinte euros que cuesta cada uno de esos volúmenes de tapa dura. Continuar leyendo «cuentos de las 1.001 experiencias»

entropía, recursos naturales y economía ecológica

Ha caracterizado a la doctrina económica convencional una irresponsable despreocupación por el sustrato material, biofísico, sobre el que se construyen las economías humanas. Buena muestra de ello son dos creencias que, a modo de incuestionados axiomas, subyacen al entero edificio de la mainstream economics: la creencia en que existe una cantidad infinita de recursos naturales, y la creencia en que estos son indefinidamente sustituibles entre sí, y con el capital y el trabajo humanos.

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ecología y belleza

La crisis ecológica es una oportunidad para vivir mejor: pero nos exige cambiar. Repensar, reinventar, redirigir: cambiar.

Una tarea de enorme importancia para la cultura y las artes: enseñar a vivir en lo próximo. Revalorizar el microcosmos, hacerlo hermoso y digno y habitable, sin descuidar las conexiones con el macrocosmos. Así, podemos concebir una nueva estética ecológica para la era solar.

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extranjeros casi en todas partes, ignorantes sobre casi todo

Hace ya bastantes años, Ray Dassman propuso una útil distinción –retomada después por otros autores– entre culturas del ecosistema y cultura de la biosfera.[1] Las culturas ecosistémicas dependen para vivir de los recursos de una biorregión, una cuenca fluvial, unos pocos ecosistemas. Localizadas de este modo, tienen un fuerte interés en proteger su base de recursos, y en desarrollarse en términos de lo que hoy llamamos sustentabilidad. En cambio, las culturas biosféricas que se han desarrollado de forma incipiente con los primeros Estados centralizados, y de manera más plena a partir del siglo XVI, con la explotación imperialista del resto del mundo por parte de Europa, acopian los recursos de su propio territorio y también de ecosistemas lejanos; pueden desarrollar pautas de “usar y tirar” con respecto a los recursos naturales, convencidas de que, una vez exprimida una zona, se podrá comenzar a “desarrollar” la siguiente. Así funcionaba Roma hace dos mil años y así funciona EE.UU. hoy.

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