Me inquieta a veces, en ambientes veganos, lo que parece una conciencia insuficiente de lo que supone estar viviendo en un “mundo lleno” (comenzando por el peak oil) y la excesiva confianza en la técnica –rayana en la tecnolatría- que se recoge acríticamente de la cultura dominante. De alguna forma, se da por sentado que los avances tecnológicos permitirán desactivar buena parte de los conflictos entre animales humanos y no humanos, en un contexto de “progreso” y expansión de la riqueza. Así, por ejemplo, puede y debe eliminarse la “tracción a sangre” (los animales de tiro en las ciudades de América Latina) porque la sustituimos sin dificultades por más autos y camionetas;[1] o se ponen grandes esperanzas en la carne sintética fabricada mediante bio- y nanotecnologías.
Pero el siglo XXI –el Siglo de la Gran Prueba— no va a estar marcado por la continuada expansión que hemos conocido (en las regiones ricas del planeta) durante las dos últimos siglos, sino por la escasez y el choque contra los límites biofísicos del planeta –comenzando por la escasez de petróleo. Cuando la agricultura industrial cubana se desplomó con el “Período Especial” de los años noventa, al dejar de recibir el abundante suministro de petróleo de la URSS, lo primero que tuvieron que hacer fue reconstruir una abundante cabaña ganadera: hubo otra vez bueyes en los campos, en vez de tractores.
Las sociedades agrarias preindustriales destinaban alrededor de un 80% de su fuerza de trabajo a la producción de alimentos; no cabe asegurar que un escenario de descenso energético, si tiene lugar de forma rápida en un contexto de conflictos sociales y geopolíticos intensos, vaya a dar en una relación muy diferente. Emilio Santiago Muiño, a partir de su análisis de la experiencia cubana en el “Período Especial”, estima que una sociedad industrial que tuviese que abandonar bruscamente la agricultura industrial petrodependiente y realizar una transición agroecológica que prescindiera de combustibles fósiles debería dedicar un 60% de su población activa a la producción de alimentos (y contar con suficientes animales de labor, cabe suponer).
En teoría, cabría la opción de desarrollar una sociedad de tecnologías intermedias, una economía de subsistencia modernizada que –digamos – operase con motocultores nutridos de agrocombustibles, en vez de emplear bueyes y otros animales de tiro. En ambos casos habría que reservar una parte importante de las tierras de cultivo (una tercera parte aproximadamente, si nos guiamos por la experiencia histórica) para alimentar o la cabaña ganadera, o los motores de la limitada maquinaria agrícola con que se operaría. Desde una ética vegana lo segundo, es obvio, sería lo recomendable; pero en cualquier caso una agricultura sin petróleo es, en cierto sentido, una agricultura de escasez –en comparación con los estándares hoy socialmente vigentes. Y choca contra las representaciones socialmente dominantes acerca del progreso y la tecnología, representaciones que comparten al menos una parte de mis amigas y amigos veganos.
[1] Marta Tafalla da voz a esta posición: “Soy de esas personas que confían en quela ciencia es capaz de resolver conflictos éticos que parecían irresolubles. Pongo un ejemplo. Desde que los seres humanos domesticaron a los caballos y los burros, uno de los conflictos morales más terribles ha sido el uso de estos animales como sistema de transporte. Durante siglos, los desplazamientos de personas y mercancías se realizaban gracias a la fuerza de caballos y burros, que eran sistemáticamente maltratados, obligados a vivir sus vidas como meras herramientas, cargados con pesos muchas veces excesivos, mal alimentados, golpeados, sin tratamiento veterinario cuando enfermaban, y que en cuanto envejecían eran matados sin compasión. Era normal ver animales golpeados por los cocheros en ciudades y caminos rurales. Eran frecuentes también los accidentes. El conflicto moral de usar a los caballos y burros como sistema de transporte parecía irresoluble. Y sin embargo, la ciencia y la tecnología lo resolvieron, inventando lo que podríamos denominar “métodos alternativos al uso de animales”. Hoy día, en Occidente, el uso de caballos y burros como medio de transporte es cada vez más residual. En otros países todavía se los utiliza de manera sistemática y a menudo muy cruel, pero al menos tenemos la solución, y diversos grupos animalistas trabajan para implementarla, como lo hace por ejemplo la Fundación Franz Weber con la campaña Basta de TAS (Tracción a Sangre)’. De la misma manera en que la ciencia resolvió el conflicto moral del uso de caballos y burros, tengo la esperanza de que sepa resolver el conflicto moral de la experimentación con animales…” Marta Tafalla, “Reivindicación del diálogo entre la ética y la ciencia sobre la experimentación con animales”, blog El caballo de Nietzsche, 27 de noviembre de 2015; http://www.eldiario.es/caballodenietzsche/Reivindicacion-dialogo-ciencia-experimentacion-animales_6_456414393.html .