«Yo plantearía cinco aspectos clave. En primer lugar, desmontar la religión del crecimiento económico. El crecimiento económico permanente en un mundo finito, como decía el economista inglés Kenneth Boulding, es un imposible. Pensar eso es propio de locos o de economistas (y más grave es aún si los economistas están locos). Hay que echar abajo la idea del crecimiento económico como el gran motor de la economía. Podemos lograr muchas cosas sin la necesidad de crecer indefinidamente (cómo mejorar las condiciones de vida de la población o alcanzar niveles de dignidad sin afectar a la naturaleza). Ese es el gran reto. Y esto no significa que en algunos ámbitos no haya que crecer. En algunas cosas habrá que seguir creciendo, pero en otras habrá que decrecer. Yo anotaría aquí lo que señala Manfred Max-Neef, Premio Nobel alternativo de economía, cuando nos dice que puede haber un crecimiento bueno y un crecimiento malo. El abrazar uno u otro dependerá de la historia social y ambiental de cada uno de estos procesos, es decir, de su sustentabilidad ecológica y social. Entonces, desde esta perspectiva, hay que acabar con la idea de que tenemos que crecer para resolver los problemas. Porque ya sabemos que el crecimiento no los resuelve todos. Insisto, hay países que han crecido y sus sociedades no son más felices (como los Estados Unidos). Y hay países que han crecido y en donde los que se han beneficiado de ello son sólo los grupos más acomodados de la población (el ejemplo de los Estados Unidos nuevamente es categórico).
En segundo lugar, considero fundamental dar paso no sólo a una distribución del ingreso, sino también a una redistribución de la riqueza (y en especial de las ganancias) para así romper con las estructuras inequitativas existentes en la actualidad. El decrecimiento exige una redistribución del ingreso y de la riqueza, y sobre todo de la ganancia. Un tercer punto esencial nos lleva a la cuestión de desmercantilizar la naturaleza y desmaterializar la producción. Debemos redirigir la producción hacia otro tipo de estructuras de consumo. Creo que esto es clave para avanzar hacia los derechos de la naturaleza y hacia otro tipo de civilización. Un cuarto punto vital consiste en desconcentrar la producción y las grandes ciudades. No podemos seguir creyendo que las grandes empresas vayan a resolver todos nuestros problemas. Tenemos que reencontrarnos con lo rural y con lo campesino (por ejemplo, en el ámbito de la soberanía alimentaria). Tenemos que frenar la aberración que supone transportar productos alimenticios miles de kilómetros cuando esa producción se puede satisfacer localmente. Y, por último, la quinta pata de esta figura que estamos construyendo es la democracia: más democracia, nunca menos. Y esto nos lleva nuevamente a la necesidad de fortalecer los espacios democráticos comunitarios…»
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