En la naturaleza, decía el Boris Grushenko de Woody Allen, todos se comen unos a otros: es como un gran restaurante… Bien, esa constatación realista ha de ser el punto de partida –no el punto de llegada. Vivimos, en efecto, en un mundo donde el sufrimiento es ubicuo: ¿qué hacemos a partir de ahí?
En algunas casas de ciertas ciudades, se incrustan afilados pinchos en los aleros y alféizares para dañar a las palomas y otras aves que pudieran sentir la tentación de descansar allí. En cambio, en otras casas se construyen los tejados de manera que las aves puedan anidar en ellos fácilmente.
Son dos vías, ambas están abiertas.