crítica de la razón utópica

Podemos soñar con un mundo de Cornucopia, donde los ríos manan leche y miel; y podemos soñar con una sociedad de libertad ilimitada, donde se verifica el principio marxiano “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades” sin mayor necesidad de coordinación mediante instituciones. Pero en el mundo real existe la muerte, “no hay almuerzos gratis” (nos dicen los ecólogos) y “es inconsistente concebir una sociedad sin Estado y sin dinero, contando con hombres mortales” (nos dice Franz Hinkelammert).[1] La vida tiene que afirmarse contando con la muerte, perfilada contra el trasfondo de la muerte, disputando terreno a la muerte: no fingiendo que la muerte no existe.



[1] Franz Hinkelammert, Crítica a la razón utópica, DEI (Editorial del Departamento Ecuménico de Investigaciones), San José de Costa Rica 2000 (tercera edición, la primera se publicó en 1984), p. 259. En esa página señala el pensador latinoamericano que la imaginación trascendental “parte de situaciones concretas, del reconocimiento del entre sujetos dentro de su existencia corporal y sensual, que pasa por debajo de toda institucionalización. Se imagina la existencia corporal en su plenitud y, por fuerza, tiene que imaginarla sin la muerte: esta tierra sin la muerte es la única expresión explícita resumida de la imaginación trascendental (…).El problema resulta obvio, si se interpretan imaginaciones trascendentales que no efectúan tal explicitación del ‘sin la muerte’. Se trata en especial del orden espontáneo de los anarquistas y del reino de la libertad y del comunismo de Marx. Ambos imaginan un encuentro de sujetos en el cual estos se reconocen universalmente, y lo perciben como imaginación sin institucionalización. Por eso, el orden espontáneo es sin Estado y sin dinero, y el reino de la libertad un libre juego de las fuerzas físicas y espirituales en un contorno social no institucionalizado. El principio comunista de la distribución lo dice claramente: cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades. Pero la última raíz de la necesidad de las instituciones es precisamente la muerte, y la totalidad de las instituciones tienen en común ser administración de la muerte. Donde no hay muerte, no se puede obligar a nadie, y la última instancia de toda obligación forzada es la administración de la muerte (…). En cuanto la imaginación trascendental es la imaginación radical de la libertad, lleva a la identificación de la libertad con la superación de la muerte, y lleva a concebir la libertad humana en su radicalidad como una libertad trascendental. El hombre puede buscar su libertad relativa en el mundo dado, porque tiene como perspectiva imaginaria de posibilidad la libertad trascendental de una vida sin la muerte” (p. 259-260).