Sua Santità Francesco
Secretaria de Estado,
Palazzo Apostólico Vaticano
00120 Città del Vaticano
Respetado Papa Francisco,
He leído con atención e interés su encíclica “sobre el cuidado de la casa común”, en la que expresa “la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral” (ítem 13) y nos dirige “una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta” (14). Una invitación que ha sido justamente alabada por el Secretario General de Naciones Unidas, y que yo agradezco y acepto, junto a millones de personas, como miembro de la comunidad científica y como ciudadano laico.
Comparto su voluntad de “asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible” (15), su reconocimiento de que “El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino” (14) y su propósito de “llegar a las raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino también las causas más profundas” (15) para, “Dado que todo está íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial (…) pensar en los distintos aspectos de una ecología integral” (137).
Una gran virtud de su encíclica es, precisamente, esa voluntad de visión integral. Como usted señala, “La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación” (111), porque “los conocimientos fragmentarios y aislados pueden convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a integrarse en una visión más amplia de la realidad” (138). Dicho con otras palabras, los problemas que se necesita resolver están estrechamente vinculados y se potencian mutuamente, por lo que no pueden abordarse separadamente. Esa es la conclusión, por ejemplo, de Jared Diamond en su libro Colapso, que seguro usted conoce, tras analizar 12 grupos de problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades y que van desde la incorrecta gestión de recursos esenciales como el agua, a la destrucción acelerada de hábitats naturales, pasando por la contaminación provocada por las industrias y el transporte: “Si no resolvemos cualquiera de la docena de problemas sufriremos graves perjuicios (…) porque todos ellos se influyen mutuamente. Si resolvemos once de los doce problemas, pero no ese decimosegundo problema, todavía nos veríamos en apuros, con independencia de cuál fuera el problema”.
En ello ha insistido el Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, haciéndose eco de los estudios científicos: “Los problemas más acuciantes están vinculados”. No es posible resolver un único problema –ya sea el agotamiento de recursos, el cambio climático, la pobreza extrema o la crisis económica- sin tener en cuenta su vinculación con los restantes. Y esta vinculación aparece con toda claridad en su encíclica, tanto en lo que se refiere al análisis de los problemas y sus causas, como en lo relativo a las medidas necesarias y todavía posibles (aunque es preciso actuar con urgencia para evitar el colapso). No hay simplismo ni reduccionismo en sus análisis y propuestas científico-tecnológicas, educativas y políticas que en conjunto apuntan a una profunda transformación del modelo socioeconómico vigente y al fundamentado rechazo de engañosos oximorones como “crecimiento sostenible”. Así se resume en el ítem 194, que encuentro especialmente valioso:
“194. Para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos « cambiar el modelo de desarrollo global », lo cual implica reflexionar responsablemente « sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones ». No basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso. Por otra parte, muchas veces la calidad real de la vida de las personas disminuye –por el deterioro del ambiente, la baja calidad de los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos recursos– en el contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el discurso del crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las empresas suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen”.
No le escribo esta carta abierta, sin embargo, únicamente para felicitarle y agradecer su muy útil y necesaria contribución a la creación de un clima social que impulse a la urgente adopción de medidas de transición a la Sostenibilidad. Su sincera oferta de diálogo merece que le manifieste también las discrepancias – escasas pero, en mi opinión, esenciales- que he encontrado entre su encíclica y las tesis defendidas por la comunidad científica. Me referiré, muy concretamente, al aparente rechazo a tomar en consideración la necesidad de poner freno a un crecimiento demográfico que amenaza con superar –si no lo ha hecho ya- la capacidad de carga del planeta. En efecto, en el ítem 50 podemos leer:
“50. En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales a los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas de « salud reproductiva ». Pero, « si bien es cierto que la desigual distribución de la población y de los recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario ». Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas (…)”.
Por supuesto hay que denunciar y combatir, en primer lugar, el consumismo extremo y selectivo de algunos. Pero no podemos ignorar la gravedad de la rápida multiplicación de la población humana y la imposibilidad de que este crecimiento demográfico continúe indefinidamente. Baste señalar que la población humana actual está ya próxima a consumir cada año tanta producción fotosintética primaria como el conjunto de las otras especies, lo que supone un indudable ataque al equilibrio de la biosfera y está contribuyendo a provocar extinciones masivas que, de continuar, arrastrarían consigo a la propia especie humana.
Hoy, cuando ya hemos sobrepasado los siete mil millones de habitantes en el planeta, es necesario centrar la atención en uno de los requisitos fundamentales para poder abordar adecuadamente las posibles medidas frente al problema demográfico: el reconocimiento del derecho humano básico de determinar libre y responsablemente el número y el espaciamiento de los hijos, accediendo a la información y procedimientos de planificación familiar compartida entre hombres y mujeres, así como a los servicios de salud sexual y reproductiva necesarios para poder ejercer este derecho. Por ello Ban Ki-moon ha insistido en que “La salud y los derechos reproductivos son esenciales para el Desarrollo Sostenible y la reducción de la pobreza. La inversión en el acceso universal a la salud reproductiva es una inversión crucial para lograr sociedades saludables y un futuro más sostenible”. Es preciso, en particular, acabar con los 16 millones de embarazos de menores de edad que dan a luz cada año y con los más de 3 millones de abortos clandestinos de adolescentes que se realizan sin las debidas garantías, poniendo en riesgo sus vidas. Nada de esto se tiene en cuenta en la encíclica: al contrario, se insiste reiteradamente en criminalizar a quienes cuestionan la consideración del embrión humano como ser humano con derechos, desde el momento mismo de la concepción:
120. Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: « Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social ».
136. Por otra parte, es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la integridad del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la investigación científica, a veces no aplican estos mismos principios a la vida humana. Se suele justificar que se traspasen todos los límites cuando se experimenta con embriones humanos vivos. Se olvida que el valor inalienable de un ser humano va más allá del grado de su desarrollo. De ese modo, cuando la técnica desconoce los grandes principios éticos, termina considerando legítima cualquier práctica. Como vimos en este capítulo, la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder.
Con todos los respetos, le aseguro que quienes defendemos la experimentación con embriones humanos, o pedimos la despenalización del aborto, sí conocemos “los grandes principios éticos”. Simplemente pensamos (fundamentadamente) que esas células que forman el embrión, las mismas que existían por separado en los espermatozoides y óvulos, no pasan abruptamente de ser simple materia orgánica a ser personas con derechos y merezcan protección desde el momento mismo de la fecundación, ya que no tienen todavía capacidad de sentir, sufrir y gozar. A quienes sí vemos sufrir es a las mujeres embarazadas contra su voluntad. Y nuestros principios éticos nos exigen ayudarles, ayudar a erradicar las barreras educativas y legislativas que se oponen a una vida afectiva y sexual satisfactoria y a una maternidad y paternidad responsables. Por eso reclamamos la desaparición de las leyes que criminalizan los medios mal llamados “anticonceptivos”. Medios gracias a los cuales las concepciones pueden ser el fruto de decisiones responsables y no la consecuencia indeseada del desconocimiento o de la imposición de fundamentalismos que exigen asociar sexualidad exclusivamente a procreación.
Le ruego disculpe que me haya extendido en una de las escasas limitaciones que he encontrado en una encíclica tan positiva. Lo he hecho con la mejor voluntad, para contribuir a transmitirle la esperanza de millones de seres humanos en que su Iglesia comprenda cuanto antes el problema demográfico –tan grave potencialmente como la pobreza extrema o el agotamiento de recursos esenciales- y reconozca plenamente el Derecho Humano a una maternidad y paternidad responsable y a una sexualidad no necesariamente vinculada a la procreación.
Respetuosamente, suyo afectísimo,
Daniel Gil Pérez
Alboraia (Valencia), España, a 24 de junio de 2015