de los partidos-ciudadanía a los círculos sociales -un artículo de ángel calle (y otro de iñaki arzoz sobre los retos de Podemos)

De los Partidos-Ciudadanía a los Círculos Sociales: Podemos en la encrucijada

Ángel Calle Collado*

 

Toca un otoño, éste de 2014, donde no veremos brotes verdes, en lo económico al menos, si no que será de nuevo un otoño con caída de más hojas en forma de paro y de regresiones de libertades y derechos sociales. Sí puede suceder que al calor de municipalismos que se apoyan en procesos sociales “desde abajo” o a través la construcción de nuevos referentes que aspiran a ser partidos-ciudadanía, como es el caso de Podemos, asistamos a primaveras que nos reconcilien (en diversa medida) con herramientas institucionales que quisieran devolver protagonismo social a la gente. Para de ahí reconquistar derechos y radicalizar esferas de democracia, sean culturales, económicas, institucionales, mediáticas, etc.. Tiempos de bifurcación, donde buscamos innovaciones, nuevas referencias. Y donde la experimentación, sobre todo en política, como dicen visiones tan diversas como la del sociólogo Sousa Santos (“reinventar el Estado”, “democracias de alta intensidad”) o la proveniente del zapatismo (“caminamos preguntando”), se hace necesaria para construir rebeldías. ¿Pertenece Podemos a ese campo de rebeldías? Aspira a ello, pero, ¿qué tipo de herramienta acabará por cristalizar? ¿estará próxima a la radicalización de la democracia, o manifestará tintes no tan distintos de esos partidos que salen tanto por la tele? Previamente analizaré en dos apartados dos estapas clave en el devenir de los (nuevos) partididos políticos: la consolidación de los partidos atrapatodo en la segunda mitad del siglo XX, su posterior evolución hacia formas que facilitan sociedades y gobiernos autoritarios, y la emergencia de los partidos-ciudadanía en este siglo como parte de la ola de contestación global. Quedará por ver, en las reflexiones y prácticas del futuro más inmediato, si se confirma la emergencia de modelos de partido-ciudadanía con un ADN inserto en círculos sociales, espacios de ciudadanía activos y críticos que operan conjuntamente en diversos frentes sociales e institucionales.

¿De dónde vienen estos partidos atrapatodo que salen tanto por la tele?

Comencemos por el pasado siglo. Echemos un rápido vistazo al porqué del devenir de los partidos como herramientas de cogestión del actual expolio social y económico. Organizaciones que, hoy en día, se alimentan de discursos generalistas y difusos, de escasa confrontación programática, que eluden ofrecer alternativas que no sean insistir en un modelo productivo y participativo en crisis y donde el autoritarismo personalista es ley no escrita. Organizaciones que vienen en blanco o en negro, pero que tienen que venir del mismo modelo, como le gustaba decir a Ford cuando le preguntaban por la diversidad de sus coches y del gusto posible de los estadounidenses, y que acaban por nutrir el “consentimiento sin consentimiento” de dicho orden neoliberal (como señala Chomsky).

En su “captura” de votos, estos partidos atrapatodo (o atrapalotodo, catch-all party en inglés) intentan trascender fronteras propias de partidos de masa (componente fuerte de clase, inspirados por el movimiento obrero) o derivadas de una componente territorial (nacionalista, dejamos al margen de este análisis los nuevos partidos “indigenistas”) o de orientación temática (ecologistas, feminista, animalistas, liberal tradicional). Entienden que deben distanciarse de proyectos emancipadores para construir espacios posibilistas de acceso al poder que dan las urnas. Para ello, como planteara el politólogo Otto Krichheimer ya en los 60, se apoyan en una “rebaja” ideológica, que capte clases medias con un mensaje de “centro” y una imagen de “futuro” que no necesita cambiar el presente. Dicha “apertura” ideológica , sin embargo, no tiene intención de construir procesos de transformación social o políticas publicas rupturistas. En el camino buscan apoyos en las élites, sectores financieros o aquellos considerados estratégicos para el país y que pueden aportar recursos o ayudan a componer una opinión pública favorable (energía, seguridad militar, sector inmobiliario aquí). Su organización se caracteriza por relegar la participación interna a una competencia entre grupos de presión. Los partidos atrapatodo son hijos fordistas (modelados en el capitalismo y para su expansión) con toques post-fordistas (organización más autoritaria y a la vez de formas exteriores más líquidas). En su devenir, se han escorado hacia planteamientos de cartelización o de construcción de partitocracias que les garanticen estar “tocando poder” de manera estable. Aquí el Partido Popular o el Partido Socialista Obrero Español se disputan y a la vez confraternizan en ese espacio aparentemente “descafeinado”, pero muy duro y consistente con las políticas neoliberales. Siendo estos partidos cumplida referencia, arrastran con sus dinámicas a otros sectores de la derecha (UpyD), e incluso con raíces en la izquierda (IU, ERC, ICV), a la búsqueda de un electorado confundido mediáticamente por tanta “marca” o con ansias de ser parte estable (con mayor o menor grado de crítica) de esos círculos de poder.

Los partidos políticos atrapatodo son parte fundamental de la maquinaria suicida neoliberal. Sistema suicida por seguir apostando a “superar” límites ambientales (energía más cara y menos disponible, materiales básicos para la industria que desaparecerán en breve, vuelco climático y pérdida de biodiversidad) y pretender crecer a costa de más depredación socioeconómica (la tecnológica no da para más beneficios y, colonizado todo el mundo, en Marte no parece haber posibilidad de nuevos mercados). Estructura social suicida porque, aunque goza de intereses que lo sustentan, es incapaz de renovar su legitimidad: no hay salida vía aumento de consumo o más espacios de libertad o de creatividad para una élite ampliada, ni tampoco se tejen nuevas redes de bienestar. Antes al contrario, se ponen en duda la necesidad y la posibilidad de mantener sistemas de salud y educativos públicos. Y quedan en el tintero, o sometidos a los intereses de los mercados, políticas como las que abordan situaciones de dependencia y marginación social o las derivadas de un enfoque écológico para la construcción de una transición energética y más sustentable en general. Conclusión desastrosa: el 1% gobierna, un 10% se arrima a este poder buscando migajas, el 99% ve sus vidas languidecer y el 50% de abajo se enfrenta a situaciones de exclusión si no de riesgo de muerte.

Los partidos atrapatodo juegan aquí su papel de ofrecer una imagen de “democracia”, esto se hunde pero el esfuerzo ha de ser “colectivo”; y eventualmente existe un “nosotros” en forma de religión, raza o nación a la que agarrarse. Junto con los grandes sindicatos, estos partidos son los impulsores visibles de esa agenda al calor de los dictados de: numerosos think tanks y sus apéndices mediáticos; centros de formación e instituciones internacionales que garantizan una coyuntura de pensamiento apropiada; las corporaciones que ven aumentar sus beneficios en una época de menor productividad a base de incrementar desigualdades sociales y salariales, y endeudar personas y países; la industria del ocio y de la desinformación publicitaria que ofrece pantallas de humo para entretener al personal. No esperemos una foto compartida de dicho grupo, pues nunca se irán juntos de vacaciones. Basta que siga fluyendo la grasa adecuada de la maquinaria, ya sean acuerdos estables (leyes que favorecen a los oligopolios, impuestos a la baja, creación de mercados globales, desregulaciones laborales) o prebendas varias (subvenciones y ayudas, que incluyen corruptelas, pagos en diferido, puertas giratorias que emplean a las mismas personas en la gestión estatal que en la empresarial).

La democracia “autoritaria” precisa de estos partidos generalistas para que el capitalismo pueda nadar a contra corriente del descontento social. Señalaba ya Claus Offe en la década de los 80, en su libro Partidos políticos y nuevos movimientos sociales, que los partidos europeos se habían convertido especialmente en burocracias de contención antes que de emancipación, que era en principio el origen como partidos masa o el caso de partidos proletarios. Contención frente a la llegada externa del virus comunista y a la posible lectura democratizadora de una socialdemocracia (comunismo europeo, socialismo “centrado”) que quisiera llevar las decisiones de los parlamentos a las fábricas. Ofrecían apoyo al orden capitalista a cambio de poder presionar a las élites para redistribuir los altos beneficios tras la segunda guerra mundial. La política desaparecía progresivamente de la escena: consume y vota para seguir consumiendo (de acuerdo a niveles de seguridad variables: según países, clase social, estrato de procedencia, etc.) como máximo horizonte de participación e integración social. La aceptación de estos partidos por parte del establishment se realizaba, y se realiza, a cambio de que ayuden a vaciar la vida social de tramas y contenidos políticos que impugnen el sistema capitalista. Una década antes, en 1975 concretamente, se publicaba un informe desde la Comisión Trilateral (fundación destinada a aumentar el entendimiento económico entre Japón, Europa y Estados Unidos) que pedía limitar las democracias, so pena de que las expectativas populares llegaran a rebasar lo que las élites capitalistas podían llegar a satisfacer. El informe se tituló “La crisis de la Democracia”, y entre los autores figuraba un tal Huntington que continuaría la saga de reclamación de más tribalismo y menos democracia con su justificación del “Choque de civilizaciones”. Según reza el informe, para superar esta “crisis” de hiper-participación social (que no era para tanto) los partidos y otras instituciones (como las universidades, anticipo de Bolonia) tenían que aminorar sus reclamaciones de bienestar. Y para ello había que “elitizarlos”: más personalismo autoritario en política y menos deliberación social, más envoltorio y menos debate, más profesionalización y menos vivencialidad, más dirigidos a clases medias y menos a clases populares, más continente y menos contenido (crítico), más consensos en torno a la agenda economicista y limitación del disenso a ciertos derechos civiles y paliativos sociales.

Así, los grandes partidos y sindicatos hicieron su trabajo y se sumaron a la cogestión del sistema. Lo siguieron llamando socialdemocracia. Y Felipe González lo explicó muy bien cuando en el 30º Congreso del PSOE proclamó que la “eficacia económica” ha de preceder a la “eficacia social”, si no, postulaba el ex presidente, lo que nos repartiremos será la miseria. Miseria que estamos siendo forzados a comer ahora, porque no se quiere repartir la “eficacia” con la que acumulan las élites. Curiosamente aquel congreso se bautizó con el lema de “compromiso con la solidaridad”. Luego vendrían conceptos que son hoy lugares comunes en tertulias, medios y tratados europeos como son sociedad de mercado, flexibilización, mercado laboral o interés general; liberalizaciones del lenguaje y de las prácticas capitalistas, con un pretendido sentido liberal, que fueron traducidos en la praxis como libertinaje o festín de los grandes capitales. Todo ello, en ausencia de algo llamado “sociedad”, que decía Thatcher que eso no existía.

Para unos, marxistas heterodoxos por lo general, esta situación de los partidos era consecuencia natural de unas estructuras liberales (incluyendo medios de conformación de una opinión pública) que impedían su orientación rupturista con respecto a los límites y formas de dominación que impone el capitalismo. Ni proponían protagonismo social, ni realizaban reformas transformadoras “desde dentro”, decía André Gorz. Se quedaban en eso, en ser un canal de entrada y renovación de nuevas élites, pero no del núcleo duro de las mismas (élites financieras, sector neoconservador y ultracatólico, grandes fortunas) ni de su programa. Para otros, más próximos a ideas de la autonomía política o del anarquismo, la falta de utilidad residía más en la propia razón de ser de estos partidos, en tanto que formaciones organizativas que se alejaron de las fábricas, de las calles y de la construcción de otras sociedades al margen de las instituciones liberales.

Mientras tanto, tanto el entramado neoliberal, como incluso la extrema derecha, se fue reciclando para poder seguir prometiendo democracia mientras la hacía más escasa. Y ello incluso arrastró a formaciones que se suponía críticas con lo que estaba pasando; al fin y al cabo, las maquinarias electorales y publicitarias las tienen ellos, jugamos con sus reglas. Se produjeron enroques bipartidistas a través de la fabricación de la opinión pública (encuestas y reportajes ad hoc), las leyes de subvenciones y de representación asimétrica (Ley d’Hondt) y la construcción de estructuras organizativas donde los fontaneros y fontaneras de partido tienen mucho que decir, y poco las bases sociales. La sustitución de cargos tiene que ver más con designios del prócer al que se sustituye, y de los adalides que le sustentan, que con un proceso de deliberación y participación interna: Borrell o Chacón, como la forma de organizar las últimas elecciones para promover recambios en el PSOE (estatal, andaluza) muestran esta forma de consolidación de las élites. En el PP todo ha sido más nítidamente autoritario, porque forma parte de su reclamo explícito: la agitación del miedo frente al “comunismo” y la apelación a las bondades “plácidas” del franquismo.

Se produce una colonización del discurso político y de las praxis organizativas por parte de unos expertos, que generalmente lo son por sus amistades con las anteriores élites. Son vías de movilidad social para quien quiera cogestionar el suicido. Pero alejan de la capacidad crítica al quedar, consciente o inconscientemente, presas de un tablero de posibilidades y de fuerzas muy descompensado. Un ejemplo puede ser la entrada de IU en gobiernos locales que, más allá de discursos y declaración de intenciones, se ha volcado más en medidas simbólicas que en cambios productivos (economías endógenas, acceso a tierras y cooperativismo), habitacionales (derecho a la vivienda, ordenación democrática del territorio), o formas de entender la participación social (promover medidas de protagonismo social real), dentro y fuera del partido, que cuestionaran la agenda neoliberal y las (malas) artes elitistas de esos partidos que salen tanto por la tele.

Mención aparte merece el renacer de partidos de derecha y extrema derecha que inflaman aún más el autoritarismo y se apuntan a un falso discurso de ruptura: la ambigüedad calculada para captar clases medias descontentas (UpyD en este país) o con discursos abiertamente contrarios a hablar de “política” y producir adhesiones a un mesías-showman (Berlusconi en Italia); o que apuntan como tabla de salvación la vuelta a las raíces, a un tradicionalismo que asegure la diversidad, en pariticular nuestro “nosotros” (Le Pen en Francia, Amanecer Dorado en Grecia, nacionalismos conservadores en Reino Unido o por estas latitudes). Se caracterizan por una apuesta por un “anti-igualitarismo” que nos “libere” y por apelaciones a la “superioridad moral” de aquellos que sigan a las élites. Mucho elemento dionisíaco como estrategia de atracción y muy dispuestos, por otro lado, a negociar la venta del territorio con aquellas élites que forman parte del “nosotros”.

Spain is different?

La caja tonta, la mediática y la política, no nos diferencia excesivamente de países de nuestro entorno. Y el contexto de incremento de corporaciones y espacios globales de información desde la década de los 80 ha transformado la llamada “aldea global” (que prometía McLuhan en los 60) en una gran sala de cine, adentro de un gran centro comercial, que tiende a reproducir formatos bipartidistas made in hollywood: republicanos o demócratas, del Madrid o del Barça, pero siempre dispuestos a pactar por “cuesiontes de estado”: mantener intereses estratégicos de multinacionales (financiación, leyes, mercado laboral, territorios, ocupaciones en el exterior), reducción del Estado social y aumento de su vertiente de control y castigo, cambios constitucionales pro-neoliberales, impedir acceso a partidos alternativos y gobernar conjuntamente si es preciso, monarquía donde sea necesario, etcétera. Modernidad obliga. Y a pesar del Subdesarrollo social de España con respecto a nuestros vecinos europeos en materia de derechos sociales (V. Navarro), los partidos adquirieron pronto los hábitos de una democracia limitada, en menos de una década tras la muerte del dictador. Se apuntaron voluntariamente, desde aquella izquierda que más sale en la tele, a la idea del “consenso de las élites” (y para las élites), pavimentando el camino (Pactos de la Moncloa y 23F por medio) para el agotamiento de las energías utópicas desde estas organizaciones (Monedero, La Transición contada a nuestros padres).

Pero sí hay diferencias con respecto al legado de la transición tras la muerte de Franco: marco constitucional y pactista controlado por la derecha española, posos de franquismo sociológico, desmemoria; y, sobre todo, y es lo que nos interesa más para el análisis de Podemos, con las culturas contestatarias propias de este país que, en fondo y en forma, manifiestan su singularidad cuando “explotan” frente a los desmadres de esta democracia “autoritaria”, ahora con sede en la Unión Europea. Las mareas de protesta auto-organizadas en cada centro de trabajo, el 15M en sus plazas y comisiones, como anteriormente V de Vivienda o la convocatoria de manfiestaciones frente a las sedes del Partido Popular la noche del 13 de marzo de 2004 (días después de los atentados de Atocha) sacan a la luz las características de lo que llamaré una cultura del hacer local. Por ejemplo, las convocatorias frente a las sucesivas guerras o con motivo de manifestaciones a escala europea se realizan aquí de forma descentralizada, muy descentralizada quiero recalcar, prácticamente en cada pueblo, por pequeño que sea. No veremos esas convocatorias, presentes en países vecinos, centrándose continuamente en asistir a Londres o a Roma, como sí vemos en otros vecinos y vecinas, para reclamar otros mundos o construir un gran foro a escala estatal. De fuera vinieron y destacaron esa importancia de lo local, de nutrir redes de confianza más próximas (y esto para bien y para mal), como base de nuestra vida social y política. El escritor John Dos Passos consideraba que “los pueblos son el corazón de España”. Y Engels escribía a Marx desde estas tierras para informarle que dudaba de que en este país pudiese construirse una revolución centralizada. La idea de “guerra de guerrillas” flotaba en el ambiente, como así ocurriría en la lucha contra el franquismo, en montes, fábricas y barrios.

Considero que las bases de este hacer local (en su sentido político) las dan tradiciones como los nacionalismos periféricos; los anarquismos a los que se incorporan nuevas rebeldías libertarias en los 70; y, finalmente, una idea de hacer local que bebe de la diversidad de culturas que ensalzan esos “barrios” y “pueblos” como referencia vital, y a los que añadiría las lógicas prácticas asamblearias del sindicalismo y de movimientos vecinales bajo el franquismo que acentuaron la presencia de organizaciones descentralizadoras a lo largo y ancho del país. Este hacer local, junto con la desafección y la enorme distancia hacia unas élites que consienten en la democracia sólo bajo escenarios turnistas y hegemónicos (bipartidismo del XIX en adelante, alianzas de corrientes internas para repartirse el grueso del poder en organizaciones de izquierda), ha facilitado la conexión y la retroalimentación con el ciclo de movilizaciones globales, caracterizado por un acentuado énfasis en la radicalización de la democracia (ver mis textos Nuevos Movimientos Globales o La Transición Inaplazable acerca de los nuevos sujetos políticos). Es decir, la reclamación de un protagonismo social, y esto es una hipótesis fuerte para mirar la democracia del futuro, tiene en este país una necesidad de construirse a través de culturas y estructuras que no sustraigan el hacer local y la participación directa como uno de los elementos más signficativos de su discurso y de su praxis, tanto organizativa como de presencia hacia afuera, en las calles y en las formas de articulación social. Ello no implica renunciar a coordinaciones o referencias centrales, que devuelven constantemente el poder, tal y como simbolizase el zapatismo con su “mandar obedeciendo”.

Dichas singularidades de hacer local, junto con la tecnología que horizantaliza comunicaciones y entramado autoritario neoliberal han provocado que la radicalización de la democracia esté resonando en estas latitudes muy fuerte: tanto el 15M como Podemos no han necesitado más de dos meses para consolidar una referencia de acción colectiva disruptiva en el primer caso, crítica en el segundo, basada en praxis y discursos de protagonismo social en ambos. Quiero matizar también que no resuena de la misma manera donde existan claves locales, como los nacionalismos periféricos o una mayor presencia de la organización sindicalista en el campo, por ejemplo. Y que también las coyunturas condicionan, lo que explicaría la parcial incorporación de Euskadi a fenómenos como el 15M o Podemos, ya que organizaciones como Bildu han captado la atención de esa crítica neoliberal, que reclama así mismo protagonismo social.

Por supuesto, y haciendo un justo balance de dichas singularidades, compartimos con otras culturas algunas claves que apuntalan y apuntan a la actual radicalización de la democracia. Desde finales de los 80, se suceden gritos contra la barbarie (“impidamos el congreso”, decían en Berlín 1989 frente al Banco Mundial) y reclamando “otra economía” (The Other Economic Summitt frente a las reuniones del G7, desde 1984); crítica progresivamente seguida de una impugnación más global, a partir de finales de los 90, de la mano de foros y de las llamadas protestas “antiglobalización”: “otro mundo es posible”, “nuestro mundo no está en venta”, “lo llaman democracia y no lo es”, “globalicemos las luchas”, etc. Foros, primaveras árabes en el mundo africano y en forma de protestas en el 2011 por todo el orbe (recordemos Occupy) acabarían tejiendo formas de entender y hacer la política “desde abajo”. Sin duda, internet y demás tecnologías que facilitan la creación de ágoras y encuentros virtuales y físicos han sido motor de estas culturas políticas. Pero, insisto, la tecnología juega aquí un papel de altavoz retroalimentador (no de motor impulsor): tanto la evolución de los nuevos movimientos sociales de los 70 como la posterior caída del Muro de Berlín alentarían en los 90 la necesidad de construir emancipaciones y articulaciones desde una fuerte “hipersensibilidad” frente al poder.

Podemos y los partidos-ciudadanía

Precisamente ese compartir nos permitirá explicar fenómenos como Podemos, que yo encuadro dentro del auge de partidos-ciudadanía. Sitúo en esta categoría a los Partidos Pirata extendidos por la Unión Europea (UE), el Mejor Partido que ganara la alcaldía de Reikiavik, los gérmenes organizativos de “asambleas constituyentes”, las agrupaciones locales independientes de carácter crítico en este país o de carácter territorial-asambleario (caso de las CUP en Catalunya). En los límites de esta esfera y como espacio más emblemático estaría el caso del Movimiento 5 Estrellas en Italia. Este partido arranca de una orientación “popular”, anhela romper bipartidisimos y se muestra crítico con una UE de acento neoliberal y las corruptelas made in Italy; pero también está afectado por una mayor orientación presidencialista y, en ocasiones, por el discurso ambiguo de (nuevos) partidos “atrapatodo”. Las fronteras son, por consiguiente, más que borrosas y contradictorias cuando la emergencia de nuevos procesos se hace decididamente “desde arriba”, en lugar de galvanizar herramientas participación que articulen descontentos “desde abajo”. Aquí los discursos “anti-institucionalistas” pueden acabar por justificar (renovadas) instituciones-autoritarias.

Los partidos-ciudadanía hacen política (poder público, más institucionalizado) afianzándose en luchas y significados muy enraizados y manejables desde lo político (poder cotidiano, necesidades sentidas); radicalizan de la democracia a través de su construcción asamblearia y mediante redes o comisiones que combinan horizontalidad, autonomía y una relativa cohesión y coordinación internas; y apuntan, finalmente, hacia estrategias (dentro y fuera del partido) de protagonismo social y fuerte crítica de la agenda neoliberal y del poder de los mercados. Particularmente, en este país de hacer muy local como veremos, el debate del municipalismo político (en ocasiones ligado a un municipalismo social, de actividad vecinal y luchas locales) ha dado lugar a plataformas enmarcadas en estos partidos-ciudadanía. El caso de Guanyem Barcelona sería el más emblemático por entender su participación en instituciones locales como resultado de un proceso deliberativo, abierto a la ciudadanía; si bien no a establecerse también como paragüas que den cobertura a formaciones políticas de la izquierda catalana a modo de plataforma electoral. A él se han unido otras plataformas “Ganemos” que, con el concurso o el distanciamiento de Podemos, han pretendido trasladar el formato barcelonés.

Estos partidos-ciudadanía aportan fuertes dosis de protagonismo social. Y en algunos casos, sus formas e iniciativas de actuación provienen o dan lugar a procesos que tejen democracias fuertes (que analizara Benjamin Barber): con acento en la deliberación, múltiples ágoras y propagando actuaciones en coordinación (directa) con otros espacios asamblearios. El 15M puede considerarse como ejemplo precursor de esos círculos sociales, a día de hoy presentes en determinadas asambleas de Podemos, al caracterizarse por la producción en “código abierto” de bienes políticos (discursos, ágoras, iniciativas) para la activación global de la ciudadanía. También hay ejemplos y rastros en el municipalismo político y social de este país: concejos abiertos en pequeños ayuntamientos, procesos constituyentes de matriz local (Trobada Unitat Popular o Procès Constituent en Cataluña), pueblos en el medio rural con énfasis en la gestión comunal de bienes, iniciativas ciudadanas en paralelo al 15M como la Asamblea Moronera Alternativa. O, internacionalmente, son ejemplo de estos círculos sociales las asambleas ciudadanas de 2009 en Islandia. En otros contextos, que no contemplamos aquí para el análisis de caso que nos ocupa (Podemos), podríamos relacionar estos círculos sociales con las asambleas y clubes de trueque en Argentina a partir del 2001, o los procesos constituyentes en países como Bolivia con anclajes en formas de democracia comunitaria (Luis Tapia).

Podemos y el ciclo de los nuevos movimientos globales

¿Cómo y porqué movilizan estos partidos-ciudadanía? Difícil extender un razonamiento compartido a todo el conjunto de actores que han renovado o intentado renovar la escena partidista desde una apelación a la radicalización de la democracia (dentro y fuera de la organización). Pero sí podemos, valga la redundancia, detenernos en el caso de Podemos. En diferentes asambleas y encuentros (Córdoba, Madrid y otras referidas indirectamente) he anotado algunas frases escuchadas a sus propios participantes: “empoderamiento”, “poder detener esta crisis”, “ésto es otra forma de hacer política, donde todos y todas somos iguales”, “no queremos parecernos a los viejos partidos”, “ayudar a la gente que estamos padeciendo en este barrio”, “lo interesante de Podemos es que nos conecta”, etc. El propio funcionamiento que se sugería para dichos círculos de cara a las elecciones europeas de mayo de 2014 (ver documento inicial “Guía para Círculos”) incentivaba dicha participación “desde abajo” (“la política no puede seguir haciéndose contra nosotros: debemos hacerla nosotros y para nosotros”); con el objetivo de articularse desde necesidades sentidas y espacios asamblearios (“[identificar] problemas de cada territorio o sector, y contactar con sus agentes para atender las demandas, pedirles que vengan a explicarlas al círculo, etc.”). La idea de partido-ciudadanía sobrevuela bastantes intervenciones en la Plaza Podemos, donde se estima entre 10.000 y 20.000 personas transitando diariamente, en promedio, por este ágora virtual; a título ilustrativo rescato un comentario: “en plaza podemos no están sólo las personas que forman parte de los círculos, también están las personas que buscan saber si Podemos es una alternativa”.

Forma, fondo, coyuntura y medios para hilvanarla que, tomando como perspectiva el descontento y económico y político, fueron condensados en elementos discursivos y organizativos lanzados por un grupo promotor con atrevimiento y experiencia en lides políticas y mediáticas (ver Errejón, “¿Qué es Podemos?” en Le Monde Diplomatique, n. 225, edición española ). Y que dieron como resultado una herramienta de círculos entrelazados que “cuadra” con factores detrás de la crisis y con las nuevas formas de contestación social. A grandes rasgos considero que los encuentros producidos en esos círculos, que se propagaron exponencialmente en unas semanas, son resultado de:

  • una desafección mayúscula que anda a la búsqueda de herramientas de acción: los partidos existentes no van a resolver ésto, antes al contrario, nos fuerzan a un suicidio económico, social (y también ambiental); existe, para ciertos sectores, la necesidad de completar la protesta, presente en mareas previas, con la intervención institucional participativa;
  • la fidelidad y confiabilidad en el protagonismo social: el acceso directo y deliberativo vía círculos, la virtual plaza Podemos y los encuentros abiertos en lugares públicos dieron certificado de validez y experienciabilidad a lo que se escuchaba o se leía en medios y redes de comunicación;
  • se promueven mensajes que entienden mejor las formas autoritarias y de expoliación desde esquemas que visualizan a los de arriba frente a los de abajo (“la casta” frente a la ciudadanía o pueblo, en parte heredera del 1% frente al 99%); es decir, diagnósticos sencillos y completos a ojos de la ciudadanía, suficientes para explicar su situación y ponerse manos a la obra;
  • y, no menos importante, se ponen en marchas iniciativas que se emparentan con las culturas de hacer local mencionadas (movimiento barrial, mareas, desafectas y desafectos de partidos de izquierda verticalizados), a la vez que tiene resonancia con los imaginarios del 15M (ágoras de deliberación, toma las plazas, lo llaman democracia y no lo es, el sistema es anti-nosotros, etc.)

Se dan por tanto los elementos claves de un proceso exitoso de movilización social: descontento activo que busca ávidamente nuevas herramientas; innovaciones discursivas y organizativas que permiten aglutinar participativamente dicho descontento, creando paraguas que, a su vez, permiten articulaciones (organizativas, guiños a otras protestas) de dichos malestares; e identificación con mensajes y prácticas que resuenan como coherentes y creíbles para superar el drama social. La ola de movilización social precedente, por tanto, esperaba encontrar referentes de acción para abrir las instituciones (democracia participativa) desde propuestas de caminar “desde abajo” (iniciativas de democracia radical). La cultura de la hibridación, la agregación y la creación de sinergias (política del “y”) se expresa aquí frente a una política más clásica y propensa a separar espacios de actuación, los que deciden y los que pegan carteles, los expertos y las personas de a pie, los que son de una tradición política frente a otra, etc. (lo que llamaría una política del “o”)

De esta manera, Podemos, y el resto de partidos-ciudadanía que existen o que pudieran venir, podrían estar en camino de conformar una de las cuatro patas sobre las que se asienta la contestación a la crisis sistémica desde la radicalización de la democracia. Las dos más visibles serían las mareas de protesta auto-organizadas (incluído el 15M y las visibilizadas bajo los fenómenos “antiglobalización”) y las formas de economía social-cooperativista que despega en el último decenio en forma de redes de consumo agroecológico, cooperativas de producción y crédito, financiamientos colaborativos, fábricas recuperadas. La pata sindical es aún débil, como reconocen sindicalistas, aun cuando las mareas y algunas victorias sindicales (servicios de limpieza en Madrid, por ejemplo) han inspirado la renovación y la activación de formas de contestación más “directas”, no mediadas por agentes del entramado neoliberal. Considero que la pata de los partidos-ciudadanía ha sido la última en aparecer, si bien con fuerza, dado que ha permitido unir y reconocerse tradiciones de protesta que venían de recorridos diferentes.

Así, en Podemos, y dado que nos encontraremos primero con unas elecciones municipales en el 2015, contamos con entornos de radicalización de la democracia muy visibles en los círculos territoriales, donde la construcción asamblearia se orienta tanto a lo institucional (candidaturas participativas, municipalismo político) como al hacer en el barrio o pueblo (municipalismo social). Y ahí determinadas tradiciones quincemeras y provenientes de mareas de protesta (en menor medida las de carácter más anarquista u orientadas ya hacia grupos locales autónomos) han podido encontrar más recorrido de actuación con otras descontentas: desafectos de partidos de izquierda más clásicos; excluídos/as o parados/as de larga duración para los que la combinación mediática de Podemos (relevancia del discurso y de la figura de Pablo Iglesias en programas de televisión) con el poder participar de forma directa en este proceso les ha permitido dar una mayor credibilidad a su potencial.

Es decir, Podemos no podría sostenerse sin haber entroncado con esas culturas de hacer local que venían manifestándose en lo económico, en la protesta y en el frente laboral, actualizadas a este contexto de creciente demanda de una radicalización de la democracia (paradójica y afortunadamente, como preveyera la propia Comisión Trilateral en los 70), las cuales:

  • han servido de sostén de nuevos paraguas discursivos en la medida en que han hecho del protagonismo social su bandera: mediante mensajes directos y transversales, más amplios en sus inicios, con esquemas muy perceptibles por la población, acompañándose poco a poco de iniciativas programáticas más detalladas;
  • han permitido trazar continuidades en las formas de acción características de los nuevos movimientos globales, forzando también capitalizar dichas innovaciones: participación y más participación, desde abajo, caminar preguntando, bienestar frente a la mercantilización del mundo;
  • se ofrecen a una retroalimentación virtual y física de la mano de las nuevas tecnologías que, en este caso, no crean una hiperinflación de contenidos, visitas o enlaces, si no que la base tecnológica se retroalimenta en nuevas plazas

Podemos y los riesgos de partidos atrapatodo

Este éxito inicial de Podemos no impide, sin embargo, entender los posibles obstáculos y las dificultades que ya han aflorado para que esta organización se convierta en una referencia de partido-ciudadanía, y por tanto, capaz de entroncar realmente con la estela de protestas y formas alternativas de entender la economía que se reconocen en la radicalización de la democracia. Es decir, dada la juventud del proceso y que se pretende abrir el debate del mismo, para pasar de una dirección colegiada por corrientes y grupos políticos que apostaron por Podemos a un protagonismo social desde asambleas y círculos, este otoño de 2014 y todo el 2015 serán cruciales para determinar el rumbo de la iniciativa: ¿otro partido que también sale mucho en la tele, aunque con críticas feroces en muchos casos, pero con prácticas similares? ¿o un partido que constituye un referente, frente a otros partidos o incluso frente a la abstención electoral o el voto bronca (nulo), para facilitar espacios de protagonismo social?

Considero que Podemos tendría que resolver cuatro problemas de encaje para poder conjugar ser una referencia crítica a la vez que impulsor de empujes sociales reales, contestatarios y “desde abajo”, indispensables para hilvanar la apuesta de los partidos-ciudadanía con las singularidades del hacer local en este país. El primer reto consistiría en convertir el partido (o sindicato, o movimiento o red crítica) en un proceso social horizontal y no en un proyecto cerrado jerarquizado; evitar que se reemplacen, como indicaba la Trilateral, los programas y la participación creciente por marcas y líderes que se presentan como la encarnación de la dirección política. En este sentido, el grupo promotor de Podemos, seguramente impresionado por el éxito alcanzado y esperando evitar cooptaciones, se ha apresurado a trazar líneas “desde arriba” (municipales sí o no, elaboración de documentos en clave de partido clásico, poca apertura inicial en comisiones de trabajo más allá de los iniciadores de esta propuesta) cuando la clave de su éxito es, precisamente, que ha confiado en el protagonismo social para auto-organizar unas candidaturas.

En segundo lugar, alcanzar organizativamente un modelo, abierto y operativo, que permita la inclusión y la toma de decisiones, diferenciando entre cuestiones técnicas y estratégicas; que promueva la capacidad de acción y de proposición desde círculos territoriales y temáticos. Y que nunca abandone tres almas que son seña de identidad de cualquier herramienta que quiera practicar una democracia de alta intensidad (que diría Sousa Santos): la democracia deliberativa o de gran plaza (pero que no es meramente residual o un escaparate, sino que es parte activa de las decisiones); la organizativa desde la autonomía de círculos territoriales y temáticos (democracia radical o directa); y la propia de un partido que aspira a tener una incidencia en la vida política institucional (democracia participativa o metodologías de coordinación que estimulen el protagonismo social)

En tercer lugar, ser capaz de construir una alternativa a la agenda neoliberal que no pretenda “volver atrás” con un programa de socialdemocracia de hace 30 años, ya que esto es imposible: los límites ambientales y de demandas energéticas, el rechazo de formas de depredación y de colonialismo y la insatisfacción de necesidades que provoca la sociedad del consumo, entre otras razones, nos dicen que un capitalismo con rostro humano (de la mano precisamente de estas élites poco “humanas”) es una contradicción en términos. Como justificaba en La Transición Inaplazable, no puede resolverse la salida de las agendas neoliberales sin ampliar el paradigma de democracia (en lo económico, cultural, mediático) y la determinación de nuevos derechos y libertades (en particular, riqueza, renta y medios financieros sometidos a soberanía popular), desde ópticas de creciente protagonismo social (fomentando la autogestión de bienes comunes sociales y de recursos, así como la co-gestión de otros servicios públicos), con un énfasis en el cuidado de la vida (sustituir satisfacción de deseos por necesidades individuales y colectivas) y que tome conciencia de límites ambientales y energéticos (iniciar una transición productiva, volcada hacia el cooperativismo y desde economías endógenas). Programas concretos circulan muchos y el protagonismo social no sólo debe elegir, debe ser parte de la experimentación de otras sociedades.

Y por último, no encerrarse en el poder de las urnas, si no retroalimentar el poder social para conseguir un poder político real. Aquí las aportaciones de los círculos como espacio autónomo de organización que se dirige hacia la presión en las urnas, en las calles y hacia la construcción de otras formas de solidaridad económica y política son esenciales para leer los cambios desde el empuje social, como señalo seguidamente. En esta línea, considero que Podemos tiene la oportunidad de deslizarse más allá de los partidos-ciudadanía (donde prima la auto-rreferencialidad y la intervención en las urnas que propicia la organización) para convertirse en Círculos sociales: herramientas de deliberación y activación ciudadana en los campos institucionales (Podemos y otros partidos-ciudadanía), laborales (nuevas mareas sindicales), de satisfacción de necesidades (economías propias, cooperativismo) y de conformación de dinámicas de protesta frente a la agenda neoliberal (renovados 15Ms, iniciativas que “tomen la plaza y la economía”, etc.). En este sentido, y estando abierto el proceso de constitución de Podemos, surgen voces que apelan a que los Círculos obtengan “una considerable independencia y capacidad de maniobra”, siguiendo el principio de que “las decisiones deben ser tomadas por aquellos que se ven más afectados por ellas y que las conocen de modo más directo”, como señala el eurodiputado de Podemos Pablo Echenique en su “Pre-borrador “Echenique” de propuesta de Principios Organizativos de Podemos – versión 2”.

¿Una nueva sucesión de marcas políticas o realmente un renovado empuje social?

A mediados de septiembre aparece una encuesta realizada en Andalucía otorgando una intención directa de voto importante (25% sobre el 12% que rondarían PP o PSOE). Cierta euforia recorre redes de información alternativas y por las plazas virtuales que propicia Podemos. Pero se olvida que aún Podemos es una expectativa (en Andalucía no existe formalmente ni organización, ni programa). La atracción generada puede ser frustrante por varias razones. La primera, equiparar la obtención de poder político con la obtención de escaños en una contienda electoral. El empuje social de un proyecto político lo constituyen las alternativas económicas cooperativas, capacidad de cuestionar el poder político y el poder laboral desde la calle, arraigamiento de espacios comunitarios de solidaridad, canales propios de comunicación, educación y deliberación que nos relacionen directamente con la ciudadanía. No es una base de una hegemonía, es el propio laboratorio donde se vivencian innovaciones, nuevas instituciones y se da forma a la solidaridad y al protagonismo social. Es la fuente de legitimación real de cambios sociales de mayor calado, sobre todo cuando las élites y sus programas neoliberales gobiernan agendas, políticas territoriales, acceso a financiaciones, medios que amparan la ciudad de consumo y la mercantilización de la sociedad, etc. Si queremos ver reformas rupturistas o revolucionarias en la estructura productiva o en derechos sociales tendríamos que ver cómo históricamente se ha ido fraguando ese empuje social en países como Bolivia o Venezuela. Y reconocer también las limitaciones de un Estado para avanzar en revoluciones estructurales cuando se distancia del empuje social. Obstáculos externos y dinámicas de cooptación en muchos casos que ayudarían a explicar, en Bolivia, el mantenimiento de la agenda de infraestructuras panamericanas (destinadas a exportar al vecino del Norte), el modelo desarrollista europeo (comunidades vistsa como microemprendimientos) o la fuerte presencia de multinacionales petroleras y de transgénicos en Bolivia. Dificultades también para trasladar dinámicas revolucionarias de misiones concretas (en Venezuela, como en los 80 en Nicaragua o en la actualidad en Cuba) de logros educativos o de salud básica a agendas transformadoras en la participación “desde abajo”, la creación de sistemas agroalimentarios propios, de fomento de un cooperativismo autónomo, espacios culturales y mediáticos caracterizados por el protagonismo social, de sistemas productivos y energéticos sustentables y no (absolutamente) dependientes del exterior, etc. También podemos, para recordar la importancia del empuje social, cómo la alternativa republicana transformadora pudo ser factible, aunque brevemente, en este país llamado España en 1873 y 1931, a través de un entramado de sociedades, redes económicas, ateneos, espacios de apoyo y resistencia que impulsara, fundamentalmente, el mundo obrero.

Cierto es que, hoy en día, ese actor de cambio, el que puede cebar el empuje social, es mucho más heterogéneo, menos dispuesto a una militancia como forma de vida, bebe constantemente de múltiples señas de identidad, tiene una gran movilidad física y virtual. Es más poroso, incluso más “líquido”. Y eso puede ser bueno, en la medida reducir el peso de religiones políticas cerradas y permitir encuentros desde múltiples referencias atendiendo a necesidades sentidas de la población. El rechazo a la agenda neoliberal y la radicalización de la democracia serían el pegamento que permite la articulación de esta diversidad de actores para construir procesos en el medio plazo. En el debe, sin embargo, de esta cultura más “líquida”, está apostar por agregaciones que son tan flexibles que no llegan a constituir una militancia (en el sentido de dedicación y apuesta por vivir de otra forma), si no vínculos muy inestables, de participación on/off, que no generan cambios reales en la cotidianeidad, si no que sólo crean (que también es necesario) una hiperinflación de descontento conectada por internet. Muy al estilo Facebook, el cual, por cierto, sigue siendo un espacio normado y tutelado como un gran centro comercial, desde gestores que declaran sus simpatías con los sectores más republicanos estadounidenses.

Desde esta perspectiva, Podemos no está al margen de verse convertido en un catalizador lampedusiano que, introduciendo innovaciones, vuelva a dejar la ciudadanía donde está, con su agenda neoliberal a cuestas y con los partidos que salen mucho en la tele como referencia del cambio político. En dicho escenario se aspiraría, bien a una gestión centralizada de esta marca pueda traer algunos cambios (reformas reformistas no rupturistas, que decía Gorz) allá donde se alcance el gobierno. O aspirar a desplazar la agenda y las formas de gobierno del PSOE o de IU. Sin establecer paralelismos, ya que Podemos arranca de un ciclo de movilizaciones que, en principio, no debería intentar aminorar si no extender, conviene recordar lo que ocurriera en 1982 con el PSOE o en el 2002 con la victoria de Lula en Brasil, donde la llegada al poder supuso en ambos casos asumir discursos movimentistas, prometer cambios y, ya una vez instalados, dejar sin tocar estructuras productivas y mediáticas, prebendas y negocios de las élites al mismo tiempo que se colaboraba en la inserción del país en la agenda neoliberal global, tanto la económica como la militar (Comunidad Económica Europea, tratados de Maastricht y Lisboa, resto de privatizaciones y OTAN, en nuestro caso).

Sin una visión integradora y compleja de cualquier partido-ciudadanía como ágora de debate y, a la vez, de actuación política y social, abierta a la ciudadanía desde sus bases y de sus grandes encuentros, es difícil pensar en Podemos como parte emergente y retroalimentadora del ciclo de protestas anclado en la radicalización de la democracia. Ciclo internacional, auspiciado por los nuevos movimientos globales que, más allá de apreciaciones ideológicas, es un espacio que ha ganado, en este país, la suficiente autonomía como para valorar críticamente procesos.

Pienso que cualquier partido que se vea como un fin en sí mismo, como “la llave del éxito” (un lugar identitario, auto-referencial que se ve como palanca ficticia de un cambio global) está abocado al fracaso. En su lugar, precisamos espacios abiertos a la confluencia, sistemas complejos desde los que proponer y actuar (arriba y abajo, por temas y afinidades, por articulaciones ad hoc entre nodos de la red), potenciando la diversidad de forma visible (por género, territorio, animando la creatividad propositiva y deliberativa, junto a y desde las clases más golpeadas) desde los que intervenir desde necesidades sentidas (malestares) y necesidades generales (derechos). Sin ese sistema de herramientas de acumulación y articulación de descontentos sociales (“desde abajo”, dada la cultura del hacer local) poco podrá progresar un partido-ciudadanía como referencia rebelde: o será relegado al papel de otra de las marcas de partidos que salen en televisión; o será abandonado como un experimento necesario (el de los partidos-ciudadanía) que aún están por madurar, por cuajar en alternativas intensamente ancladas en la radicalización de la democracia (Círculos sociales).

Epílogo: algunas reflexiones organizativas acerca de Podemos

Me permito finalmente, a modo de ejercicio práctico, poner unas breves anotaciones sobre el modelo organizativo de Podemos. Destaco la parte del modelo organizativo, por encima de declaraciones éticas e ideológicas, también imprescindibles para determinar la trayectoria de cualquier actor político, porque gran parte de la radicalidad de los partidos-ciudadanía reside en us capacidad de transformación a través de la coordinación de círculos asamblearios: territoriales, sectoriales o transversales a ambos. Para lo cual deciden abordar el protagonismo social “desde abajo” potenciando una serie de dimensiones:

  • a) Horizontalidad articulada. Las decisiones horizontales sobre cuestiones estratégicas (pactos, organización, línea programática) y no reducidas a un núcleo gestor, que combina la devolución del poder hacia abajo con una estabilidad en cuanto a programas y caminos tácticos a seguir conjuntamente. En Podemos se correspondería con una participación de los círculos (territoriales y sectoriales) en decisiones, de forma rutinaria, y no sólo como ejercicios puntuales de democracia (asambleas, pleibiscitos abiertos). Las portavocías serían plurales y rotatorias, reflejando la fuerza de la creatividad en diversidad y la capacidad de empoderamiento que manifiesta Podemos.
  • b) Autonomía abajo-arriba. No limitar las bases sociales (círculos y simpatizantes) a ser espectadoras o brazos ejecutores de lo que viene por “arriba”. Atribuir en Podemos capacidad de proponer y activarse autónomamente, más como herramienta multidimensional de un motor social que como “martillo” que clava bien los designios de círculos o élites que vienen “de arriba”.
  • c) Herramienta de empuje social. En línea con las dos apreciaciones anteriores, entendiendo el poder social como cuestión necesaria para toda transformación frente a la barbarie. Por tanto lejos de considerar los círculos de Podemos como espacios de captación de votos, se debería partir de que las urnas (el poder electoral) pueden ser un instrumento coyuntural y necesario. Pero han de construirse paraguas (directos y a través de políticas públicas transformadoras de cogestión y autogestión) para la experimentación de alternativas sociales (municipalismo, sindicalismo crítico, mareas de protesta y economías cooperativas) a diferentes escales (iniciativas micro, articulaciones meso y entramados macro que faciliten el carácter endógeno o de abajo hacia arriba de estas nuevas instancias y sus agendas asociadas).
  • d) Democracias fuertes. No sólo es cuestión de acción, también de extraer lo mejor de una imaginación que aspira a salirse de los moldes de la barbarie. Podemos debería no tener miedo a enfrentarse a que la deliberación y no el control de representantes sean sus mayores bondades, las decisiones no se acumulen en estructuras piramidales si no que sea un sistema realmente multicéntrico y elementos como las desigualdades por género, territorio y yo diría por otros condicionantes de exclusión social y cultural sean tenidos en cuenta constantemente, sobre todo a la hora de poner en marcha estrategias de articulación política: integrar los espacios de deliberación, físicos y virtuales, en diferentes momentos de los procesos de deliberación, rotar y hacer coyunturales las comisiones de garantías, buscar que decisiones sobre pactos y grandes programas partan de procesos de diálogo y eventual refrendo en asambleas ciudadanas, enfatizar la cultura de democracia fuerte antes que las estructuras eficaces para obtener determinados resultados.

Se trataría, por consiguiente, de alumbrar las bases (empoderamiento cotidiano) para un nuevo poder político, eventualmente apuntando a una red de círculos que confluyen en uno o varios partidos-ciudadanía, dependiendo de la contienda electoral. El poder de las urnas sería un instrumento específico de esos partidos o círculos-ciudadanía que ayudan a cuestionar y construir constantemente qué instituciones, qué sistema productivo para qué necesidades, desde qué límites, apoyando qué derechos sociales, y con qué democracia y valores inclusivos hemos de reconstruir nuestras sociedades. Pero se enmarca conscientemente en una estrategia más amplia y diversa (multiescalar) de construir un poder social que garantice y experimente mundos más justos y sustentables, radicalmente democráticos por tanto.

*(angel.calle@uco.es) Universidad de Córdoba

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https://www.diagonalperiodico.net/taxonomy/term/23224

http://blogs.publico.es/dominiopublico/10611/las-urnas-municipales-y-el-nuevo-ciclo-politico/

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ESTADO ESPAÑOL

Los retos de Podemos y la experiencia del 15M

IÑAKI ARZOZ

Lunes 15 de septiembre de 2014

El 15M tuvo un gran impacto y poderosas consecuencias políticas /1. Levantó la idea de la democracia como poder constituyente, supuso una renovación de los movimientos sociopolíticos como inteligencia colectiva y representó una escuela popular de democracia.

El 15M se convirtió en una escuela de aprendizaje masivo de democracia directa y de sus valores (horizontalidad, inclusividad, noviolencia activa) y de activismo callejero basado en la imaginación de un poder popular destituyente-constituyente. También cambió el imaginario sociopolítico del país e inició el proceso de caída del régimen del 78.

Sin embargo la actividad del 15 M se agoto rápidamente porque desde su mismo nacimiento –en su propio ADN- llevaba las limitaciones que lo han llevado a su extinción o marginalidad. Se pueden apuntar tres problemas encadenados para explicar cómo se extendió y cómo se colapsó el 15M, basándose en tres metáforas gastronómicas:

a) El «efecto soufflé» de la tecnopolítica

El 15M se extendió como un virus por Internet, a través de una réplica masiva: de la iniciativa germinal de Democracia Real Ya a las asambleas de las plazas. Se produjo una apropiación de las redes sociales como herramienta de agitación tecnopolítica.

La réplica fue muy rápida, casi instantánea, y tuvo un impacto incendiario y masivo. Por el contrario, el efecto negativo también acaba por evidenciarse: la réplica por Internet no genera compromisos duraderos. Se produce el «efecto soufflé»: el fenómeno sube muy rápido y baja también muy rápido. Internet y las redes sociales como herramientas tecnopolíticas todavía no generan, por si solas, vínculos resistentes o un tejido presencial equivalente.

b) La «masa crítica» como estrategia

El 15M careció en todo momento de estrategia más allá de la expectativa de desborde político a través de la movilización masiva que llevara a la caída o colapso del régimen. La idea de que se produciría una «masa crítica» de ruptura calentando el horno social desde la calle, era una ingenuidad. Este efecto de desborde no se produjo porque no se podía producir.

Es preciso reconocer que el 15M no contempló en ningún momento un horizonte estratégico ni generó una opción política capaz de contemplarlo. En este sentido el 15M, dado su carácter maximalista y purista, resultaba inoperante, errático y finalmente desmovilizador. La masa crítica revolucionaria no apareció y, como mucho, se generaron no masas sino ciertas «multitudes» (más o menos conectadas, en los términos de Antonio Negri o Howard Rheingold), capaces de mantener una estela de agitación indignada.

c) El «menú a la carta» de la falta de organización

Todos estos problemas y derivas provenían, en gran medida, de una falta de perspectiva política general y de dispersión creciente. El 15M tenía objetivos concretos –a pesar de que se le reprochaba lo contrario- sino que había demasiados objetivos poco priorizados.

Al «menú a la carta» del 15M inicial le faltó criterio para componer ese menú del día con fundamento (democracia real y justicia social, con postre constituyente) capaz de alimentar una propuesta política realista y sostenible en el tiempo. Y, a cambio, el plato que se ofreció fue alguna variante del «pollo sin cabeza» -mucho movimiento sin dirección- al que era imposible hincarle el diente…

Pero el 15M como tal no fracasó, sino que agotó su fase movimentista dando lugar a la nueva fase política y para entenderlo, proponemos la que hemos titulado teoría zombi del 15M.

El 15M ha muerto pero se ha convertido en un zombi y dando mordiscos a nuestro imaginario ha contagiado a gran parte de la sociedad… El virus 15M ha mutado –de catarro a pulmonía- y se ha hecho más resistente y virulento contagiando, desde la periferia del sistema a su mismo interior, gracias a su participación en el juego de la democracia formal, como ha demostrado Podemos concurriendo a las elecciones europeas o utilizando los mass media sin complejos.

Podemos se ha convertido en uno de los hijos (bastardos) del 15M que tienen similitudes y diferencias. Contenidos similares pero también diferencias claras en dicotomías importantes: Movimiento/Partido, Fuera de las instituciones/En las instituciones, Sin líderes/Con líderes. Pero la paradoja es que la operación Podemos solo tendrá sentido si Podemos se parece lo máximo posible al 15M.

El virus del 15M se sigue llamando democracia real, originaria, genuina, directa (horizontal, asamblearia, consejista, inclusiva) pero se modera para proponer una democracia participativa, que equilibra la democracia representativa y la democracia directa. No ha rebajado tanto sus expectativas utópicas, sino que se ha dispuesto a entrar en el juego parlamentario para cambiarlo (confiando a su vez en no ser transformado por el sistema), sin abandonar por ello el elemento fundamental de la movilización ciudadana. Si el objetivo es la ruptura destituyente-constituyente, es preciso el apoyo de ese 15% ó 20%, capaz no solo de contagiar al 80%, sino de activarlo políticamente en el horizonte de un proceso constituyente «real», de carácter participativo.

Podemos aprovechó el caldo de cultivo del 15M para materializar una nueva expectativa política latente durante décadas. Es la opción que se llevó el gato al agua a pesar de apartase de algunos principios del 15M como movimiento, es la que más se parece sociológica e ideológicamente. Podemos se convierte así en el triunfo del 15M como «acción diferida» (Hal Foster), en el siguiente ciclo político…

Los retos de Podemos, desde la experiencia del 15M

Es posible que Podemos no abra pero sí protagonice el momento actual del nuevo ciclo de esta fase política, pero ¿qué primeros retos ha de abordar, desde la insoslayable experiencia del 15M, que éste no consideró o solo lo hizo a medias?

Proponemos una lista de ocho retos prioritarios, para la reflexión y la discusión colectiva:

1) Crear una organización democrática diferente

Crear un partido-movimiento, que supere el movimiento-movimiento (15M), sin caer en la forma-partido convencional, aquella que no nos representa. Un partido que no busque solo la representación por delegación, sino que nos empodere para hacernos participar vitalmente en política. Un partido lo más abierto posible, cuya lógica sea la de la cooperación entre sus participantes y simpatizantes e incluso con gentes de otros partidos y organizaciones, conectado estrechamente a los movimientos sociales , en un circuito de retroalimentación continua. Hay que construir un modelo propio que extraiga lo mejor del 15M, capaz de mutar y adaptarse si los tiempos lo requieren.

2) Consolidar método(s) de toma de decisiones democráticos en la escala de coordinación

Es preciso resolver de manera posibilista y fluida el eje interno de la representación y la participación. Hay que establecer un sólido espacio con reglas sencillas sin dejar que las prácticas informales traicionen su espíritu. Para ello es fundamental asentar la cultura quincemayista del consenso como fase deliberativa, antes de cualquier votación. Tan destructivo es el asamblearismo mal entendido como ortopedia participativa, como el decisionismo burocratizador de la votación constante. La instauración de estos métodos de decisión, equilibrados en las diferentes escalas locales o estatales, como una red operativa, suponen un reto a la vez conceptual y técnico para el cual la ciberdemocracia no debe ser el bálsamo de fierabrás.

3) Construir un liderazgo colectivo

Asumiendo el «pecado original» y la contradicción del liderazgo fuerte que supuso la irrupción de Podemos, hay que construir rápidamente un modelo de liderazgo colectivo, compartido o colegiado. Superar la tentación del caudillismo clásico o del reciente beppegrillismo Hay que generar liderazgos eficaces pero competentes a varios niveles y en todas las áreas, siempre sustituibles y revocables. Para ello hay que plantear una estrategia mediática radicalmente diferente que no se deje devorar o seducir por los vicios del sistema de medios. Y la mejor garantía es la misma democratización de la organización desde el principio en las labores de portavocía o coordinación, pues el mayor peligro que hay que sortear es que los líderes acumulen demasiado poder decisorio en sus manos. Los líderes de Podemos no deben convertirse de «marionetas» al servicio de la organización en maestros de marionetas.

4) Implicar a la ciudadanía, implicarnos con la ciudadanía, políticamente

Uno de los objetivos más importantes si queremos llevar adelante una revolución democrática y popular es la implicación, a diferentes niveles practicables de compromiso, de la ciudadanía en su conjunto. Un partido-movimiento se construye con una multitud de personas que aportan lo que saben y pueden: tiempo, oficios, saberes, dineros, críticas y afectos. Un gran potlatch cotidiano. Hay que atraer a esas pasivas clases medias y sus profesionales, a la clase trabajadora y al precariado, y a los activistas de los movimientos sociales post15M, para que se impliquen de verdad. Pero igualmente importante es que esa nueva iniciativa política de multitudes organizadas e implicadas, con su potencia organizativa, se implique con el conjunto de la ciudadanía y las organizaciones sociales, en sus pequeños problemas cotidianos y en las grandes movilizaciones sociales, siempre desde un enfoque político o politizador. Aunque sea duro a menudo llevar una militancia en una organización política nueva, sería deseable la doble militancia en lo político y en lo social para que, de hecho, no hubiera abismo entre el partido y los movimientos sociales ni maniobras de capitalización de lo social desde lo político.

5) Solucionar el problema de la burbuja tecnopolítica

Para evitar el soufflé quincemayista y el estallido de la organización como burbuja tecnopolítica no hay que posibilitar una preponderancia excesiva al plano virtual frente al presencial. Justamente, hay que procurar que la construcción de un engrasado dispositivo virtual esté encaminado a provocar cambios y acciones reales, aparte de emitir votos digitales. Las redes sociales han de ser expresión viva de la organización hacia dentro y hacia fuera, pero no sustitución de una vida más amplia y rica , con espacios y dinámicas presenciales. Tampoco la utilización de herramientas tecnopolíticas debe llevarnos el delirio digitalista de una ciberdemocracia que genere, no ciudadanos, sino consumidores pasivos, y que además ignore la brecha digital de los excluidos del sistema como las personas mayores y otras. Los círculos deberían ser espacios de encuentro, deliberación y acción complementados y dinamizados por las herramientas digitales en la tarea de conquistar lo público no solo en la esfera virtual, sino a la manera quincemayista, tomando las plazas y las calles y hasta los lugares de trabajo y ocio.

6) Generar un gran espacio de confluencia constituyente desde abajo

Más allá del fundacional lema quincemayista “¡Democracia Real Ya!” -que todavía sigue vigente- en esta nueva fase política, el lema debe ser un urgente “¡Confluencia Real Ya!”, que cada vez reclaman más sectores de la población. Confluencia entre diferentes dentro de la organización, y entre gente de la organización y de otras organizaciones políticas y sociales más o menos afines, buscando siempre la línea del consenso. Y no estamos hablando de las confluencias desde arriba entre los aparatos y las élites para negociar el reparto del poder, sino de las confluencias desde abajo para construir una alternativa social. Si queremos caminar hacia los amplios escenarios de las candidaturas populares y los procesos constituyentes es preciso abrir de manera clara y amistosa la vía de la confluencia, y Podemos debiera ser la protagonista entusiasta y el catalizador de los diferentes procesos, los inicie quien los inicie. Intentarlo debiera ser un imperativo para Podemos y para las organizaciones inspiradas en el 15M, pues la solución de los grandes y graves problemas requieren de una gran mayoría social de ruptura. Más específicamente, la exigencia de confluencia debería impulsar de manera preferente los acuerdos pre-electorales y, si no fueran posibles, derivar hacia acuerdos postelectorales sobre programas básicos. Y, por supuesto, sin olvidar la acción colectiva conjunta.

7) Disponer de una visión estratégica a largo plazo

No podremos avanzar en esta fase política a medio o largo plazo sin disponer de una visión estratégica, madura y coherente, para el crecimiento, la participación social y la acción institucional. En este sentido, más allá de la limitada estrategia quincemayista del contagio general, hay que desarrollar una estrategia quintacolumnista de infiltración total en la sociedad y de captura del poder en la red, en la calle y en el trabajo, que contrarreste el poder omnipresente del sistema.

Para poder desarrollarla es preciso generar un pensamiento estratégico propio, a través de laboratorios estratégicos y células de análisis encargadas de elaborar propuestas, campañas y líneas de acción. Un pensamiento estratégico, no meramente táctico o cortoplacista –solo para ganar elecciones-, capaz de generar estrategias transformadoras de largo aliento para impulsar el empoderamiento social y el cambio profundo. Igualmente, este pensamiento estratégico ha de servir para generar activistas encaminados a microobjetivos. La exitosa campaña electoral de Podemos, con una hábil combinación de la utilización de mass media como la televisión y las redes (eso le faltó al 15M), puede ser un buen ejemplo, pero no el único modelo. Hay que prepararse para los próximos ciclos políticos que se atisban en un paisaje de mutaciones aceleradas y sorpresivas.

8) Fortalecerse emocionalmente, aprendiendo de los fracasos

Hay que aprender de los fracasos y más aún, con toda humildad y cautela, de los éxitos. De los fracasos que pueden convertirse en victorias y de las victorias que anuncian inesperados fracasos. De los fracasos disfrazados de éxito y de los éxitos disfrazados de fracasos.

En este sentido, los activistas de Podemos se tienen que fortalecer emocionalmente para soportar el tobogán de la actual coyuntura, a buen seguro, repleta de decepciones y conflictos, de abandonos y fracasos. Tendrán que templarse bajo el yunque cotidiano en el ciclo vertiginoso de movimientos parciales, para ir avanzando hacia los objetivos de fondo. Regulando las subidas y bajadas emocionales con reflexión y buen humor, con compañerismo y cuidado mutuo, para que ni la euforia ni la melancolía dominen nuestras actitudes ni el juego político en el que nos hemos implicado.

Como señalaba Rosa Luxemburgo, aquella gran derrotada: “La revolución es la única forma de guerra en la que la victoria final solo puede ser preparada a través de una serie de derrotas”. Aquel irónico «de derrota en derrota hasta la victoria final», esconde una gran verdad sin épica. Cuando el gran enemigo es el sistema –el régimen del 78 en primer término y el capitalismo de fondo- hemos de armarnos de tanto valor como humor, para disfrutar, aquí y ahora, de la lucha iniciada, del júbilo y del placer de la revolución.

La amarga lección aprendida de las decepciones de la fase movimentista de esta revolución democrática a nivel global, de Islandia a la Primavera árabe, en la que rebeliones populares e incluso procesos constituyentes acabaron en la normalidad neoliberal, la dictadura o la guerra, debe ponernos sobre aviso y prepararnos para un largo y agreste camino, para el que debemos armarnos también emocionalmente.

Conclusión

Y volvemos a la hipótesis inicial, para reformularla: el 15M habrá sido la primera fase de una revolución democrática si Podemos y otros actores políticos y sociales en confluencia emprenden una segunda fase política, abordando con inteligencia los retos sucesivos y asumiendo con la sensibilidad necesaria las lecciones de la experiencia…

Si no, el 15M habrá sido una simple rebelión ciudadanista, sin mayores consecuencia directas, y Podemos se convertirá en otro partido más dirigido al rescate del naufragio de la izquierda, y esa revolución democrática, capaz de sacarnos de la crisis económica, política y social que tanto sufrimiento causa, seguirá pendiente, aplazada hasta otra ocasión lejana, o quizá perdida para siempre.

Nada está escrito ni predeterminado históricamente o, al menos, no somos capaces de prever aquello que estamos construyendo cada día. Lo que parece claro es que gracias al 15M hemos conjurado una verdadera oportunidad, una expectativa de cambio real, y ahora, gracias a Podemos, una nueva fase política, pero ¿cómo podríamos llevarla a cabo? Ese es el verdadero reto que tenemos que abordar colectivamente en los próximos meses, en un curso político que quizá determine nuestro futuro y nuestras vidas…

Iñaki Arzoz (inakiarzoz3@gmail.com) es activista del 15M Pamplona-Iruña y de la Asamblea del Cambio Social de Navarra. Participante del Grupo de Debate y Formación del Círculo «Comarca de Pamplona-Iruñerria» de Podemos

Notas

1/ Este texto es la redacción apresurada de las notas de la charla ofrecida el 1 de agosto de 2014 en La Tetería la Luna de Pamplona (la antigua La Hormiga Atómica), que inauguró el ciclo «Democracia en movimiento» organizado por el grupo de Debate político y Formación de Podemos «Comarca de Pamplona/Iruñerrria». Para su publicación se ha suprimido la primera parte introductoria sobre el origen del 15M y se ha resumido la parte donde se explicaba la extinción del movimiento.