¿debería uno comprar felicidad pagando con autoengaño?

Olvídese usted del capitalismo y los límites ecológicos, y a poco que pertenezca a la minoría desahogada de nuestra copiosa población mundial, podrá vivir contento y abrigar las más altas expectativas acerca del ser humano… Eso sí, habitará usted un mundo de fantasía –como lo hacen la inmensa mayoría de sus congéneres. El valioso libro de Theodore Zeldin Historia íntima de la humanidad (1996) resulta ilustrativo al respecto. Su gran virtud es la exploración atenta y minuciosa de la diversidad humana. Pero su optimismo es barato en la medida en que se funda sobre la ignorancia: sin nada crítico que decir sobre la dinámica de acumulación de capital, y sin noción de límites biofísicos, resulta fácil deplorar el “pesimismo cósmico” y exaltarse sobre las posibilidades de evolución del ser humano. [1]

 

Se produce una curiosa inversión de perspectiva: pesimismo y optimismo aparecen “como un debate sobre nuestra preparación para mirar a cierta distancia, sobre distancias focales” (p. 313). Para Zeldin, el pesimista lo sería porque sólo mira cerca y desatiende los horizontes lejanos. Por el contrario, yo diría que sólo enfocando muy cerca, cultivando cierta miopía espaciotemporal, puede uno apuntarse al optimismo en el Siglo de la Gran Prueba.

 

Pero el libro, insisto, es valioso. “El arte del encuentro se encuentra en pañales”, afirma animoso Theodore Zeldin (p. 499); y se reafirma en su convicción de que “el objetivo más duradero de la humanidad ha sido el de producir más humanidad” (p. 497).



[1] Zeldin, Historia íntima de la humanidad, Plataforma Editorial, Barcelona 2014, p. 313-322