Somos colectivistas “por defecto”: la intensa socialidad humana nos hace vivirnos, de entrada, como parte del grupo. Formar individuos es antinatural en cierto sentido: una sociedad tiene que aplicarse a ello con todos los recursos –sociales— de la cultura, y aun así cuesta tanto…
Evitar el mal individualismo –el individualismo posesivo, anómico, hedonista, insolidario, narcisista, particularizador, encastillado en el miedo y el sadismo— resulta todavía más difícil. Un verdadero logro civilizatorio.
Hemos de problematizar el anómico individualismo contemporáneo, hacia el que una potentísima maquinaria de propaganda empuja las 24 horas del día, siete días a la semana… No se puede repetir demasiadas veces: alguien para quien lo social sea un epifenómeno, y la vida humana consista esencialmente en lucha competitiva contra los demás, es un idiota en el sentido etimológico de la palabra.
Tener un ego competitivo, acorazado y autoidealizado es una gran desgracia. Aunque la cultura dominante nos incita precisamente a esa clase de cultivo del ego, todo lo que podamos hacer por debilitar al monstruo será poco.
Estás solo y has de luchar contra todos, repite machaconamente Big Brother. Pero no es así. Estás con-viviendo con otros, y podemos hacer cosas juntos.