Un concepto interesante es el de equilibrio metaestable que se emplea en ecología y en biología de sistemas. Se trata de un equilibrio dinámico, que va evolucionando a lo largo del tiempo a través de etapas sucesivas, un “equilibrio desequilibrado”. En suma, un equilibrio que no es equilibrio. Este tipo de conceptos paradójicos (cuyo prototipo es quizá la idea de lo necesario imposible)[1] son, a pesar de las apariencias, los más eficaces y operativos, por ser los que a veces llegan a captar el elusivo y enigmático movimiento de la vida –la vida que podemos y que nos puede…
Déjate caer. Al fondo del lago, al fondo del sueño, al fondo del licor ámbar, al fondo del color negro, al fondo del lenguaje. Déjate caer y confía.
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Nuevas tecnologías: resiste cuanto puedas antes de adquirir el último gadget sin el cual tu vida –te aseguran— está incompleta. Así le das tiempo a que madure tecnológicamente: mejores prestaciones, tamaño menor, precio más asequible… Con un poco de suerte lograrás aguantar hasta que sea sustituido por el siguiente artilugio innovador, y ahí el ciclo puede empezar de nuevo.
(Así, hay quien pasó directamente del cine en súper 8 al vídeo digital, sin demorarse en las cintas de vídeo analógicas. Pero ¿por qué no esperar todavía un poco más, hasta que la siguiente nueva tecnología aparezca en el horizonte? El ideal sería alguien que ni siquiera se hubiera dejado convencer por el súper 8 y siguiese aguardando a la siguiente innovación, sin prisa y sin frustraciones.)
(Por cierto que con respecto a las polémicas intelectuales “de moda” cabe hacer un razonamiento del todo paralelo.)
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En la China antigua existían doce formas distintas de dibujar las cejas con maquillaje; y los aspirantes a la condición funcionarial –en cualquier escalón de la administración pública— tenían que componer poemas, como prueba central en las oposiciones.
El arquitecto Frank Lloyd Wright admiraba mucho el arte oriental, y se refirió una vez expresamente al invento del rollo pintado, mucho más transportable que los cuadros de Occidente y menos invasivo, menos generador de “ruido” visual: se despliega sólo en determinadas ocasiones y nunca llega a saciar por demasiado visto.
En cambio, ¡hay quien cree que el tránsito desde la tahona a la “boutique del pan”, y desde la empresa de transportes a la “logística”, significa progreso!
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El genius loci (la singularidad del lugar) y el love the one you’re with de aquella canción de Crosby, Stills, Nash & Young en su hermoso álbum So far: sólo explorar las conexiones, las ramificaciones y los desarrollos de estas dos ideas da para todo un ensayo sobre el arte de vivir en la era de la crisis ecológica.
Cada momento tiene su propia cima. Y su propia sima… (Fascinante, que estas dos palabras se hallen fonéticamente tan cerca, incluso sean la misma para quienes no distinguen los dos sonidos en su pronunciación del castellano.)
No hay que remendar todos los rotos. No hay que tapar todos los agujeros.
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En el combate contra la entropía del universo, la correcta acentuación, puntuación y sintaxis tienen su papel que desempeñar.
“Si has sido llamado a escribir un libro no dejarás de hacerlo, aunque hayas de esperar sesenta o setenta años o más aún. Si lo llevas en tu interior y le das vueltas en tus pensamientos, no necesitarás precipitarte de inmediato sobre él. No siempre se mantendrá dentro, sino que tendrá que salir como un niño del cuerpo de su madre. (…) Ten paciencia, y no veas en cada espina ya una espiga. Espera: vendrá la hora en que todo saldrá de ti… Lo que tiene que nacer de ti y lo que hay en ti saldrá, y no sabrás cómo o de dónde viene o adónde va. Y finalmente lo encontrarás en aquello que nunca has aprendido y nunca has visto.”[2]
Vive a partir de lo que no has aprendido; muestra lo que no has visto; di lo que no sabes decir.
[Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 32-34. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]
[1] Véase Jorge Riechmann, “Soportar la tensión de lo necesario imposible”, en Resistencia de materiales.
[2] Paracelso, Textos esenciales, Siruela, Madrid 2001, p. 161.