diez caminos

Ana María, una niña colombiana de nueve años, pregunta a su madre –a quien ve a menudo enredada entre libros, encerrada con libros–: “Pero ¿por qué estudian ustedes tanto si todos nos vamos a morir?”

¡Es una pregunta importantísima! ¿Qué hacemos frente a la muerte y el sinsentido, frente al abismo de la condición humana? Uno diría que esencialmente tenemos diez vías, diez posibles respuestas.

  1. Engañarnos y cerrar los ojos (por ejemplo, fingiendo que hay un todopoderoso Dios providente y una vida ultraterrena).
  2. Volcarse en el cuidado de la generación siguiente y los seres cercanos, como han hecho, sobre todo, tantas mujeres bajo el patriarcado.
  3. Reforzar el ego y huir hacia delante, por la senda de la dominación sobre otros y la acumulación de goces.
  4. Engolfarnos en distracciones y adicciones que pueden hasta cuajar en “mundos B” (desde los opiáceos a la Second Life virtual) más soportables que el mundo real.
  5. Ilusionarnos con la “inmortalidad” que resulta de las grandes hazañas (bélicas, políticas, literarias, artísticas, etc.; esto resulta más viable para los varones en sociedades aristocráticas).
  6. Identificarnos con colectividades como el Imperio romano o la Nación francesa; o incluso, hegelianamente, con el supuesto sentido de la Historia.
  7. Tratar de deificarnos y hacernos inasequibles a la contingencia. Es la vía del sabio estoico (voluntarista) o espinosiano (racionalista), probablemente no tan alejados entre sí.
  8. Destruir metódicamente el ego. Esto ya se atisba en 6), pero es sobre todo asunto del budismo en Oriente. Tanto 6) como 7) pueden intensificarse en vías místicas.
  9. Reconstruirnos, asumiendo la parte inconsciente de nuestra vida psíquica y haciendo retroceder a Tánatos en beneficio de Eros. Es el camino del psicoanálisis.
  10. Tratar de construir una comunidad humana. Para avanzar en esta vía político-moral hace falta, de todas formas, un trabajo profundo sobre el ego: es decir, mirar también a 6), 7) y 8).

Tener un ego competitivo, acorazado y autoidealizado es una gran desgracia. Aunque la cultura dominante nos incita precisamente a esa clase de cultivo del ego, todo lo que podamos hacer por debilitar al monstruo será poco.