Ana María, una niña colombiana de nueve años, pregunta a su madre –a quien ve a menudo enredada entre libros, encerrada con libros–: “Pero ¿por qué estudian ustedes tanto si todos nos vamos a morir?”
¡Es una pregunta importantísima! ¿Qué hacemos frente a la muerte y el sinsentido, frente al abismo de la condición humana? Uno diría que esencialmente tenemos diez vías, diez posibles respuestas.
- Engañarnos y cerrar los ojos (por ejemplo, fingiendo que hay un todopoderoso Dios providente y una vida ultraterrena).
- Volcarse en el cuidado de la generación siguiente y los seres cercanos, como han hecho, sobre todo, tantas mujeres bajo el patriarcado.
- Reforzar el ego y huir hacia delante, por la senda de la dominación sobre otros y la acumulación de goces.
- Engolfarnos en distracciones y adicciones que pueden hasta cuajar en “mundos B” (desde los opiáceos a la Second Life virtual) más soportables que el mundo real.
- Ilusionarnos con la “inmortalidad” que resulta de las grandes hazañas (bélicas, políticas, literarias, artísticas, etc.; esto resulta más viable para los varones en sociedades aristocráticas).
- Identificarnos con colectividades como el Imperio romano o la Nación francesa; o incluso, hegelianamente, con el supuesto sentido de la Historia.
- Tratar de deificarnos y hacernos inasequibles a la contingencia. Es la vía del sabio estoico (voluntarista) o espinosiano (racionalista), probablemente no tan alejados entre sí.
- Destruir metódicamente el ego. Esto ya se atisba en 6), pero es sobre todo asunto del budismo en Oriente. Tanto 6) como 7) pueden intensificarse en vías místicas.
- Reconstruirnos, asumiendo la parte inconsciente de nuestra vida psíquica y haciendo retroceder a Tánatos en beneficio de Eros. Es el camino del psicoanálisis.
- Tratar de construir una comunidad humana. Para avanzar en esta vía político-moral hace falta, de todas formas, un trabajo profundo sobre el ego: es decir, mirar también a 6), 7) y 8).
Tener un ego competitivo, acorazado y autoidealizado es una gran desgracia. Aunque la cultura dominante nos incita precisamente a esa clase de cultivo del ego, todo lo que podamos hacer por debilitar al monstruo será poco.