Hay al menos dos formas distintas de entender el pragmatismo (dejemos de lado, por un momento, la historia de la filosofía). Uno, respetable, es el respeto por la realidad. No sólo respetable sino aconsejable e imprescindible: el punto de partida de cualquier acción humana es asumir lo que hay.
Otra manera de entender el pragmatismo es entregarse al ideologema maquiavélico vulgar según el cual “el fin justifica los medios” –lo cual, más pronto que tarde, acaba sumiéndonos en la ciénaga inmoralista de la lucha descarnada por imponerse en la dominación, caiga quien caiga.
Estas dos orientaciones no tienen nada en común. Y llamar “pragmatismo” a la segunda supone insultar tanto a Maquiavelo como a John Dewey.