La naturaleza siempre saca la cabeza. Quien al cielo escupe, a su cara le cae. O, como recordaba Gregory Bateson –quien hacía notar que la máxima más severa de la Biblia es la que sentó Pablo de Tarso dirigiéndose a los Gálatas–: Dios no puede ser burlado. Si uno niega la ley de la gravedad acabará con los huesos quebrados, o aplastado. Puede uno pasarse diez años sosteniendo que no hay burbuja inmobiliaria, que tal cosa no existe; y al final la burbuja estalla de forma devastadora, arrasando la contextura de la sociedad que la permitió. Puede uno practicar una obstinada denegación con respecto al calentamiento climático, la crisis energética, la hecatombe de diversidad biológica o –más en general— la crisis ecológico-social: el resultado será una situación sin salida, porque habremos dejado pasar las ocasiones que tuvimos de evitar lo peor.
La ley de la gravedad existe. La ley de la entropía existe. Las leyes de la termodinámica y de la ecología restringen las opciones humanas. Llaman eco-pesimismo a lo que es simplemente superación del eco-analfabetismo y rechazo de la eco-denegación.