La crisis ecológica es una oportunidad para vivir mejor: pero nos exige cambiar. Repensar, reinventar, redirigir: cambiar.
Una tarea de enorme importancia para la cultura y las artes: enseñar a vivir en lo próximo. Revalorizar el microcosmos, hacerlo hermoso y digno y habitable, sin descuidar las conexiones con el macrocosmos. Así, podemos concebir una nueva estética ecológica para la era solar.
El límite, los límites, no deben verse fundamentalmente bajo el aspecto de la privación o la carencia: el límite es también un recurso, una oportunidad. Partir no del miedo ante las catástrofes, sino de la aspiración a la plenitud vital.
Un ejemplo de mi experiencia como escritor: la fecundidad del “escribir bajo constricciones” (OULIPO). La riqueza imaginativa y verbal que estimulan las formas rigurosas, como el jaiku o el soneto…
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En la segunda mitad del siglo XX, hemos ido avanzando –a trancas y barrancas— hacia una ética ecológica. Están sembradas también las semillas de una estética ecológica, cuyos valores serían: sentido de la medida, sencillez, diversidad, funcionalidad, singularidad, durabilidad, elegancia; aprecio por lo local, la vitalidad de la naturaleza y la fuerza del Sol. “De nada en exceso”, como recomendaba la antigua sabiduría délfica.
La belleza no es un lujo, es una necesidad existencial. La búsqueda de la belleza ha sido siempre un componente esencial de la cultura. Recordarlo en estos tiempos de crisis es quizá más importante que nunca.
En términos planetarios, vivimos apretados (muchos seres en un espacio ambiental limitado); en las ciudades esa vivencia es más intensa. La belleza en nuestros pueblos y ciudades puede compensar en parte esa incomodidad del “vivir apretados” (en términos tanto literales, como en la metáfora ecológica).
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Si lo hermoso –aliado estrechamente con lo útil— no halla acceso a la vida cotidiana de las mayorías, habrá desmedro y desnutrición emocional, e insatisfacción que buscará satisfacciones compensatorias (por ejemplo, a través del consumo compulsivo). Cuidar los espacios públicos como si del más querido jardín privado se tratasen…
En un mundo cada vez más contaminado y hormigonado, despreciar las necesidades estéticas, hacer caso omiso de la sensualidad y la calidad perceptiva, dificulta terriblemente la reorientación hacia la sustentabilidad. Sin belleza no cabe imaginar una vida humana cumplida.“No es una cuestión de imitar viejos modelos, ahora inservibles, sino de contemplar la necesidad de bienestar sensorial en la construcción del hábitat común, de dedicar recursos y creatividad a algo más que al problema de meter más personas y más coches en menos superficie.”[1]
En un “mundo lleno”, necesitamos una suerte de “giro al interior”. Un nuevo “arte de vivir” sin pisar demasiado fuerte sobre la superficie de la Tierra, y una nueva estética ecológica para la era solar que debe comenzar.
René Char, poeta y guerrillero, acaba el más impresionante de los documentos poéticos de la resistencia al nazismo, Hojas de Hipnos, con la anotación siguiente: “En nuestras tinieblas no hay un sitio para la Belleza. Todo el sitio es para la Belleza.”[2]
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Finitud es aquí un término clave. El filósofo y el artista como guardianes de la finitud. De los siguientes tres lemas ético-existenciales, propongo abandonar los dos primeros para vivir según el tercero:
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El imperio de la mercancía; el “fascismo del consumo” al que se refería Pier Paolo Pasolini |
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La engañosa promesa fáustica de la tecnociencia aliada con el gran capital |
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El antiguo imperativo pindárico, inscrito en el moderno proyecto ecológico de autolimitación |
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La imbecilidad adolescente de querer eliminar lo anecdótico: ¿qué es la vida, vivida en primera persona del singular, sino la constelación de sucedidos, encuentros y anécdotas para la que buscamos un esquema narrativo adecuado? Y si a veces se nos da eso que podría llamarse iluminación, ¿qué es sino una anécdota en cuyo corazón golpea el rayo…?
“Todos los hechos públicos son individualizables, todos los hechos privados son generalizables”, apuntó Emerson[3]. Y dentro de cada anécdota está la semilla de lo esencial.
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Para comunicar islas, cabe pensar en algo más que en erupciones volcánicas.
Teoría de la acción comunicativa mucho antes de Habermas: “La razón, en su afán de razonar, tiende a separar unas cosas de otras, y por eso desemboca tan pronto en la abstracción, en la pura abstracción; pero la vida está, precisamente, entre las cosas. La vida, en realidad, no está en las cosas, ni siquiera en los seres, sino en la relación, en la comunicación, en la conversación, en la muy estrecha y amistosa unión de las cosas y los seres.” [4]
La vida está entre.
Pide lo que el otro no puede darte; te dará el tesoro de aquello que no podías esperar.
[Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 45-48. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]
[1] María Sintes Zamanillo: La ciudad: una revolución posible. Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, 1998, p. 55.
[2] René Char, Furor y misterio (edición de Jorge Riechmann), Visor, Madrid 2002; fragmento 237 de Hojas de Hipnos.
[3] Ralph Waldo Emerson, Pensamientos para el futuro, Península, Barcelona 2002, p. 30.
[4] Ramón Gaya, Obra completa, vol. 3, Pre-Textos, Valencia 1994, p. 97.