ecosocialismo o barbarie (notas para un debate sobre socialismo en la UAM)

  • Notas para mi intervención en el debate “¿Es el socialismo un cadáver insepulto?”, Facultad de Filosofía y Letras de la UAM, 16 de abril de 2012

 

¿”El socialismo”, en singular? Habría que hablar en plural: socialismos. (También marxismos en plural; y, por supuesto, hay diferentes variedades de capitalismo.)

 

Si se habla sólo de “el socialismo” en singular, enseguida se siente uno en la vecindad de aquel terrible –y sumamente antifilosófico– aserto de Margaret Thatcher: TINA, there is no alternative. Y en ese contexto de discurso lo que tenemos es “pensamiento único”: el socialismo sería lo que se construyó en la Unión Soviética, y como fracasó históricamente y además es indefendible (en términos normativos), la cuestión está zanjada.

 

Así que “el socialismo”, en singular, significará para esta gente una sociedad estalinista o posestalinista: estatalización de todos los medios de producción (o la gran mayoría), planificación central imperativa, y despotismo político.

 

Señalo de entrada que si eso fuera el único socialismo posible, estaría bien declararlo cadáver y darle sepultura. (Para mí, ninguna de esas tres notas pertenecen a la definición del socialismo deseable: luego volveré sobre ello.) Si “socialismo” fuera sólo lo que resume Leszek Kolakowski que era para los jerarcas estalinistas y posestalinistas (“la dictadura arbitraria del partido comunista, en la ausencia de libertades civiles y en la nacionalización de todo, incluidos los conocimientos históricos, las mentes humanas, los medios de comunicación y las relaciones entre personas”[1]), entonces enterremos el cadáver de una bendita y maldita vez.

 

Pero, por supuesto, no es el caso. No sólo la URSS en 1975, por ejemplo, intentaba –seamos benévolos y concedamos el beneficio de la duda— construir un socialismo: también lo intentaba Suecia por esas mismas fechas, y de otra manera lo intentan hoy Venezuela o Bolivia; y no cabe duda de que se trata de sociedades muy diferentes. Podrá uno tener la opinión política que quiera de Evo Morales, pero desde luego no es Stalin.

 

Así que comencemos otra vez. Como en el comienzo de aquel poema de Robert Browning (1812-1833), “El funeral de un gramático”, Let us begin and carry up this corpse/ singing together… (“Andad, amigos, levantemos este cadáver/ cantando todos juntos…”).

 

¿Agotamiento de una tradición? Constatamos desde luego: 1) extinción del pseudosocialismo soviético; 2) degeneración extrema de la socialdemocracia. Lo llaman socialismo y no lo es…

 

Constatamos además: 3) gran debilidad de las propuestas socialistas anticapitalistas no contaminadas de estalinismo (lo que puede representar el micropartido Izquierda Anticapitalista en España, por ejemplo; o el NPA en Francia). Hablo de Europa, claro; otra cosa sería mirar por ejemplo hacia América Latina.

 

¿Qué socialismo me importa, y me parece defendible? Las notas serían: anticapitalista, antipatriarcal, ecológico, democrático. Para abreviar hablo de ecosocialismo. Aclaro que, para mí igual que para muchísima otra gente, el valor socialista básico es la igualdad (pero aclararía también, si tuviésemos más tiempo, que la igualdad no puede desvincularse de la libertad, como bien argumentó –entre otros socialistas antiautoritarios—Cornelius Castoriadis).

 

Incompatibilidad de fondo entre capitalismo y democracia, y entre capitalismo y sustentabilidad. Voy a lo segundo.

 

La naturaleza intrínsecamente expansiva del capitalismo choca contra los límites de una biosfera finita. El capitalismo, con su sueño de crecimiento indefinido de los beneficios (que exige el crecimiento indefinido de la producción y el consumo), es una revuelta contra el principio de realidad.

 

Si crece, devasta (lo ecológico); si no crece, devasta (lo social). Es una máquina infernal. Nos ha situado ya a un paso del colapso civilizatorio.

 

Podemos partir del enorme asunto del calentamiento climático, por ejemplo. Se tome como se tome, tratar de resolverlo (cumplir con los objetivos de reducción de gases de efecto invernadero que dice haber asumido la UE, por ejemplo), aunque sea con herramientas económicas liberales de tipo cap and trade, exige una regulación global de la economía. No andan tan desencaminada la ultraderecha estadounidense cuando denuncia a los ecologistas como socialistas encubiertos (ya saben, sandías verdes por fuera y rojas por dentro), ya que hacer frente –en la realidad y no retóricamente— a nuestros problemas ecológicos exige, de hecho, intervenir decisivamente en la sacrosanta libertad capitalista de decidir las inversiones sin la menor intervención externa.

 

Capitalismo no es igual a mercados competitivos; socialismo no es igual a ausencia de mercados competitivos. En efecto, no debemos dejar de señalar que hay un sesgo ideológico importante en la identificación de “capitalismo” con “economía de mercado” (al menos en el sentido de que son posibles economías industriales no capitalistas donde los mercados desempeñen un importante papel: Oskar Lange, entre otros grandes economistas, andaba escribiendo sobre socialismo de mercado ya en los años veinte del siglo XX).

 

El modo de producción capitalista incluye al menos (a) la propiedad privada de los medios de producción más importantes, (b) la acumulación de capital como principio motor del sistema, (c) decisiones privadas sobre la inversión y la producción, guiadas por la lógica del beneficio a corto plazo, (d) el encauzamiento de los “factores de producción” (naturaleza, trabajo y capital) por las vías del tráfico mercantil, como caso central del más amplio fenómeno de mercantilización progresiva de todas las esferas de la existencia humana, y (e) mercados más o menos competitivos.

 

De este modelo se deriva una irrefrenable tendencia a la expansión económica. Ahora bien: nunca se repetirá lo suficiente que no es posible la expansión económica indefinida dentro de una biosfera finita. El capitalismo, movido por el acicate de la búsqueda competitiva de la máxima ganancia, depreda la biosfera y agota los recursos naturales. Su cultura expansiva –«más es mejor»– se opone frontalmente a la cultura de la suficiencia –«suficiente es mejor»–, de la mesura, de la sobriedad, del autodominio, que caracterizaría a una sociedad ecologizada.

 

Cualquier tipo de desarrollo sustentable, cualquier clase de modo de producción ecológicamente compatible, exigiría tantas limitaciones de los rasgos (a), (b), (c) y (d) que por muchos mercados más o menos competitivos (e) que tuviese (y algunos tendría, desde luego), no veo mucho sentido a seguir llamándolo «capitalismo».

 

Otra forma de verlo: no cabe duda de que hay diferentes formas, diferentes variedades de capitalismo. Es mucho lo que separa al capitalismo fordista y keynesiano de los “años socialdemócratas” posteriores a la segunda guerra mundial (piénsese por ejemplo en la Suecia de los años sesenta del siglo XX) del capitalismo posfordista y neoliberal que se ha ido imponiendo en estos decenios últimos (piénsese en la Gran Bretaña de Margaret Thatcher y Tony Blair). Pues bien: de lo que no puede caber duda es de que un capitalismo de verdad sostenible, si tal cosa fuese posible, sería aún más diferente de todo lo que hemos conocido en los últimos dos siglos que aquellas dos variedades históricas de capitalismo entre sí.

 

¿Por qué sigue siendo necesario el socialismo –el ecosocialismo?

  1. Explotación laboral y alienación cultural
  2. Crecimiento de las desigualdades, tanto intra- como internacionales
  3. Descontrol “fáustico” de la tecnociencia
  4. Devastación ecológica

 

Por ello: ecosocialismo o barbarie. (Si hay que hacer apuestas, yo diría que están treinta a uno a favor de la barbarie. Pero la common decency de la que hablaba George Orwell, la decencia humana básica, debería llevarnos a optar por el ecosocialismo.)

 



[1] Leszek Kolakowski, “Entres ruinas movedizas” (1992), en Por qué tengo razón en todo, Melusina 2007, p. 253.