[Un lector del blog me envía este artículo de Bertrand Russell en 1939, publicado originalmente en el diario Survey Graphic de Nueva York y recogido después en La América de Bertrand Russell (Ed. Taurus). ¡Griacias por la colaboración!]
En los modernos países (nominalmente) democráticos, el poder económico sigue siendo oligárquico (…) El poder económico pertenece a las grandes sociedades anónimas en las que, mediante estratagemas diversas, el accionista ordinario ha sido privado de toda voz efectiva en su gobierno, que se halla en manos de un reducido número de directivos que se autoperpetúan. Según Berle y Means, 2.000 individuos controlan la mitad de la industria de los Estados Unidos. Estos hombres transmiten su poder por herencia o por cooptación; se casan entre sí, deciden graves asuntos de política en conversaciones informales y no tienen necesidad de un cuerpo de gobierno ostensible, dada su solidaridad social.
¿Cuáles son los poderes de esta oligarquía? En primer lugar, deciden cuáles serán los salarios y los horarios de prácticamente todos los trabajadores industriales, porque siempre es seguro que los pequeños patronos seguirán sus pasos. En muchas ocasiones controlan el Gobierno Federal, tanto en lo legislativo como en lo ejecutivo. En la mayoría de los casos controlan la mayor parte de los gobiernos de los Estados y pueden solicitar la ayuda de la policía y de las milicias en los conflictos laborales. Nada se hace para obligarles a obedecer la ley, ni siquiera cuando, como el señor Henry Ford, se jactan abiertamente de no cumplirla. Cuando organizan bandas de criminales que injurian gravemente a indefensos ciudadanos e incluso (en ocasiones) atacan con sus bayonetas a los niños (*), a nadie se le ocurre que deberían ser castigados como lo sería un hombre corriente que contratara a matones con el fin de atacar a un enemigo privado.
(…) La oligarquía financiera controla la propaganda. Los periódicos, que son grandes empresas capitalistas, están naturalmente a su lado. De todos los enfrentamientos entre los trabajadores y la policía o mercenarios a sueldo, se da una información que es, excepto en muy pocos periódicos, muy injusta para con los trabajadores.
(…) Para comprender lo bueno y lo malo del asunto, no es suficiente cobrar conciencia de los pormenores de barbarie e ilegalidad presentes en las acciones de la plutocracia; es necesario, además, darse cuenta de los fines por los que están luchando. Están luchando para preservar su riqueza y su poder, y no les importa qué pueda esto costarles a los habitantes menos afortunados del mundo.
(…) En todas las grandes sociedades, parece ser una política constante que en los malos tiempos las pérdidas recaigan principalmente sobre los más pobres, y en los buenos tiempos las ganancias sean principalmente para los más ricos. La General Motors, por ejemplo, subió en 1935 los sueldos de los empleados ordinarios un 5%, y los de los once ejecutivos superiores entre un 50% y un 100%.
(…) La conducta de la oligarquía financiera no es, en países nominalmente democráticos, en absoluto sorprendente. Toda clase poseedora de un poder excepcional usa este poder tan despiadadamente como le sea posible sin perderlo. Y encubre siempre su uso con frases moralistas que persuaden a los que no piensan lo suficiente de que sus oponentes son unos malvados. Difícilmente hay un ejemplo en la historia de una clase con poder a la que le haya repugnado cometer cualquier crueldad, aun siendo atroz y amplia, para conseguir sus fines. El miedo a la rebelión es la única fuerza suficiente para provocar algún grado de humanidad.
El poder de los 2.000 hombres de negocios más importantes de los EEUU de América es muy grande. Determinan los salarios y los horarios de casi todos los trabajadores industriales. Controlan a los hombres de negocios pequeños por medio de los bancos. Pueden, por norma general, arruinar a un profesional que no les guste (…) Gracias al control que ejercen sobre la prensa, pueden fomentar hostilidad contra cualquiera que intente mejorar las condiciones de los trabajadores. Mediante la corrupción y la intimidación, adquieren dominio sobre los políticos y hacen difícil que un hombre modesto triunfe en la política, o bien que siga honesto si lo logra (…) Con el fin de retener y aumentar sus ingresos increíblemente grandes, no tienen escrúpulos de envenenar el nivel moral general de su país.
La misma situación existe, en esencia, dondequiera que el capitalismo esté combinado con una democracia política. Es una situación que, si se la deja, empeorará inevitablemente, puesto que es resultado de la inmensidad y el control central de las modernas organizaciones económicas que todo desarrollo técnico tiende a incrementar. En un país industrial avanzado sólo hay dos posibilidades: o el poder económico controla al Estado, o el Estado controla al poder económico. Creo que esto debe aceptarse como una tendencia que será irresistible si el progreso económico continúa.
En estas circunstancias, el defensor de la democracia no puede contentarse con la democracia en la esfera política. Mientras sobreviva la oligarquía en la industria, la democracia política será precaria, sino impotente. Preguntémonos cuál es la medida de reforma mínima que bastaría para liberar a la población de la tiranía de sus amos económicos actuales.
El poder económico permanece en lo esencial bajo el control del crédito y de la propiedad de las materias primas. El poder de la plutocracia se vería seriamente recortado si la banca, el petróleo, el mineral de hierro y todas las demás riquezas minerales brutas estuvieran en manos del Estado. Las grandes centrales de energía y las grandes obras de regadío, al estar en manos privadas, confieren a sus propietarios un grado de poder peligroso y deberían pertenecer a las autoridades públicas.
(…) Si la democracia tiene que preservar cierta realidad, debe conseguir el poder económico.
Este cambio, debido en gran parte a la locura de los que lo defienden, ha sido calificado de revolucionario y como si implicara una pérdida para todos, excepto para el proletariado. En consecuencia, tropieza con una resistencia muy extendida, y sus oponentes tienen la posibilidad de amenazar con que no podría ser llevado a cabo sin una revuelta social. Esta situación, que ha sido provocada por una propaganda poco aconsejable, debe remediarse antes de que la transición pueda efectuarse sin desastre. Los cambios necesarios para recortar el poder de la plutocracia serán, si se efectúan pacíficamente, beneficiosos para el 99% de la población; y si el 99% de la población, o incluso sólo a un 70%, se les puede hacer ver esto, será posible efectuar la transición pacíficamente. Cuando la labor de persuasión haya sido llevada a cabo adecuadamente, cualquiera de las medias necesarias podrá ser decretada legalmente y cumplida con un mínimo de fuerza ejercida constitucionalmente por las autoridades. Pero si la labor de persuasión ha sido inadecuada, cualquier intento prematuro de fuerzas, si las partes están igualadas, el más despiadado es el que gana.”