el deseo de compartir el dolor sí puede compartirse

Clara Miranda, la esposa de Claudio Rodríguez, decía en una entrevista del año 2000, tras la muerte del gran poeta: Claudio “me enseñó la esencia de la vida. La vida es bella. Me horroriza pensar en lo feo, lo negro, lo oscuro. Es verdad que hay cosas así, y que somos humanos: pero la vida es bella. Claudio era un vitalista. Lo veo recitando poemas y dando saltos, subiéndose a los bancos de la calle a decir: Unos cuerpos son como flores, otros como puñales…

 

Sin embargo, no hace falta ceder a ninguna complacencia morbosa o regodeo tanático para reconocer que la afirmación vitalista de que la vida es bella, si va de consuno con un cerrar voluntariamente los ojos ante “lo feo, lo negro, lo oscuro” de la existencia humana, no puede ser nuestro camino. Gustavo Martín Garzo evoca una frase de Italo Calvino que he recordado muchas veces: vivimos en el infierno, pero no todo es infierno en el infierno, y hay que “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio”.[1] No otro sería el arte de la verdadera política, de la política para que haya humanidad, de la política informada por la conciencia de fragilidad, la aceptación de la finitud humana y el respeto hacia la dignidad del otro.

 

Así, por ejemplo, en la historia de los indios nasa en Colombia, que rescata Manuel Rivas para nosotros. Los nasa, cuenta el narrador gallego, cuando ocupan la Panamericana, van para quedarse hasta que los escuchen. En 1971, en el resguardo de Toribío, tuvo lugar un encuentro decisivo para el despertar de las comunidades indígenas. Constituyeron el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Sin arredrarse ante la represión, fortaleciendo sus vínculos solidarios, siguieron adelante. La plataforma de lucha que aprobaron sigue vigente más de cuatro décadas después. “Por la Constitución de 1991, Colombia es un país multicultural y tienen derecho a la autonomía. Han superado el dominio que por siglos ejercían los terratenientes del Cauca sobre sus tierras. Pero tal vez lo más difícil: han declarado su territorio libre de actores armados. Un territorio en paz, donde el orden es gestionado por la Guardia Indígena, con miembros elegidos y renovados cada año. Y armados únicamente de bastones.”[2]

 

Un texto de John Berger que menciona Rivas puede ayudar en esa tarea de reconocer lo que no es infierno en el infierno, y apoyarnos en ello, y hacerlo crecer: “Hay gran parte del dolor que no puede compartirse. Pero el deseo de compartir el dolor sí puede compartirse.”



[1] Gustavo Martín Garzo: “La ciudad infernal”, República de las Letras 79, Madrid 2003, p. 66.

[2] Manuel Rivas, “Colombia, la identidad del dolor”, El País Semanal, 7 de diciembre de 2014.