el hundimiento

Dar por perdida la biosfera y el ser humano, y proponer la salvación a través de la tecnociencia, a través de un rediseño completo del medio ambiente y el organismo humano: tal es el arco gnóstico de la delirante hybris que va de la geoingeniería como supuesta “solución” al cambio climático, a las propuestas de human enhancement que formulan ingenieros genéticos y biólogos sintéticos.

Nunca creí que yo aceptaría alguna variante del argumento de “cuanto peor, mejor”, que ha hecho extraviarse a tanta gente de izquierda en el último siglo y medio (en no pocas ocasiones por desbordamiento de hybris hegeliana). Pero a la vista de las perspectivas que afrontan las sociedades humanas con los posibles desarrollos en tecnologías genéticas, geoingeniería, digitalización, energía nuclear, etc. –uno se siente fuertemente tentado a decir: cuanto antes se hundan las sociedades industriales (que se hundirán de todas formas), mejor.

De otra manera: si las sociedades industriales van al colapso –y todo indica que sí–, entonces son inaceptables todas las tecnologías “superfáusticas” que necesitan un supercontrol a causa de los superriesgos que entrañan: pues tales condiciones de supercontrol no se darán en el futuro. Así, hemos de rechazar tanto las centrales nucleares como la ebriedad transhumanista.[1]



[1] El 3 de noviembre de 2014 escribía en un correo electrónico Pedro Prieto: “(…) Ya no podemos comportarnos de forma animal, por muy razonable (no racional) que sea, porque efectivamente, no tenemos escape.

Veo la onerosa central nuclear de Almaraz de 2 GWe (y cuando pasé por allí hace una semana, con una enorme nube de vapor en kilómetros a la redonda, incluyendo la carretera nacional N-V, por la evaporación de los 4 GWt en sus piscinas de evacuación de calor), que forma una niebla tremenda en esta época del año por las mañanas. Imagino sus piscinas de refrigeración activa de las barras gastadas, llenas o casi llenas de dichas barras y sus dos reactores llenos de barras por gastar, ya cercana esta central a su vida útil. E imagino que no tengo escapatoria, viviendo a 40 km. de allí, estando en la dirección de los vientos dominantes (o aunque no lo estuviera). Estoy obligado a no poderme escapar al pueblo y olvidarme. Estoy obligado a exigir que se vayan sacando las barras de las piscinas ‘ya mismo’ y colocándolas en cascos secos, aunque sea mucho más costoso y algo temporal también, para que, al menos en caso de parada eléctrica generalizada y prolongada, no tengamos una fusión como la de Fukushima. Pobres seres vivos de la cuenca del Tajo, pobre Lisboa, pobre de mí. Pobres de los que están aguas abajo de cualquier río, si las depuradoras dejan de funcionar, en un mundo que excreta todo a los cauces y no lo sabe porque supuestamente depura sus detritos (depurar: sacar la mierda del cauce para ponerla en otro sitio). No, no podemos irnos a provincias, dejar este entuerto como está y desentendernos. Yo seguiré en esto, mientras pueda, aunque esté en el pueblo. Se lo debo a mis hijos y se lo debo a mis nietos. Se lo debo a los que vienen detrás…”