Durante el siglo XX nos volvimos adictos a la energía barata. Pero la adicción –cualquier adicción–, aunque sea un buen negocio a corto plazo, lo es pésimo a plazo medio y largo. Y resulta impresionante el cortoplacismo al que este sistema se entrega –particularmente en cuestiones de energía. Así, por ejemplo, en 2011 se anunció al mundo, con gran despligue propagandístico, que se había descubierto un “megayacimiento” de hidrocarburos no convencionales (vale decir: mucho más caros y difñiciles de extraer) en Vaca Muerta, Argentina. Según el especialista Ryder Scott, podían ascender hasta a 22.000 millones de barriles de equivalente de petróleo[1]. Puede parecer mucho… si uno no echa las cuentas. En ese año, el mundo estaba consumiendo 86 millones de barriles diarios; un par de operaciones aritméticas elementales mostrará que el “megayacimiento” equivale apenas a 256 días de consumo mundial, suponiendo que éste no fuera en aumento.