el jardín imperfecto

“Me gusta estar en un cuerpo que envejece. Puedo mirar las montañas sin el deseo de escalarlas. Cuando era joven habría querido conquistarlas; ahora puedo dejarme conquistar por ellas.”[1]

“La salud no es un estado de completo bienestar físico, mental y social (la definición de la OMS que sólo se lograría en el orgasmo simultáneo), sino la capacidad de adaptarse a las dificultades de la vida.”[2]

Lo que podrías descubrir en las grandiosas cumbres y los hondos valles del Himalaya, lo puedes encontrar también en el Cerro de las Perdices, o comoquiera que se llame el teso o colina más cercano a tu pueblo.

Tzvetan Todorov nos recuerda que nuestro padre Montaigne, uno de los fundadores del humanismo moderno, tenía su propia fórmula para designar la condición humana: el jardín imperfecto.

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La gente se ríe, a veces, de que alguien insista en el ruido como forma de contaminación. Lo consideran una frivolidad elitista, una suerte de capricho de estetas. Pero ruido, en nuestras “civilizadas” naciones industriales, quiere decir energía despilfarrada; quiere decir transporte de grandes pesos a grandes distancias; quiere decir exceso de actividad. Por eso, también significa contaminación de la tierra, el aire y el agua, contaminación del tipo más material posible.

El mundo se divide en dos clases de personas: los que frenan en los pasos cebra, y los que aceleran cuando el semáforo acaba de cambiar al rojo. (Los no conductores –la mayoría de la humanidad— somos clasificables por analogía.

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Vivimos en una cultura del atiborramiento: empacho de estímulos, de información, de ruido, de entretenimiento, de mercancías (para quienes pueden pagarlas)… Los restaurantes All You Can Eat en EE.UU., donde la gente puede comer hasta hartarse por un precio fijo, son el paradigma al que tiende a ajustarse todo lo demás.

Virtud política: aprender a vivir frugalmente y amar la diversidad.

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Un poema de Joan Margarit –traducido por el propio autor— para los triunfadores:

“ESCENA EN EL BARRIO DE SANT ROC// Entre bloques de pisos un solar/ lleno de plásticos que el viento arrastra/ como pájaros muertos. Aquí aparca/ un trapero su vieja camioneta/ cargada de trofeos desgastados:/ copas, bandejas de metal grabadas/ con firmas y con fechas. Figurillas/ en actitud retórica. Maravillado/ por tanta sordidez me he detenido:/ el hombre los extiende en derredor./ ¿De qué forma explicárselo/ a quienes hoy recién están cruzando/ entre las rosas de la plenitud?/ Expresan su opinión tan convencidos/ de la luz de su tiempo como yo/ llegué también a estarlo de la luz/ que he intentado salvar en mis poemas./ La vida se construye con metales/ innobles que han perdido ya su brillo./ Pero ninguno de ellos envejece/ de forma más indigna que un trofeo.”[3]

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Mil kilos de conocimiento por un gramo de sabiduría.

Cada instante es un lago –pero, para nuestra desgracia, casi todos tendemos a verlo, la mayoría de las veces, como un charco.

Federico García Lorca: “Yo no escribo poesía como una abstracción, sino como algo que ha pasado junto a mí.” Y el consejo que le da a su hermanita pequeña, Isabel, cuando ésta se queja de lo mal que escribe: “Lee, lee mucho y mira mucho. Míralo todo como si lo vieras por primera vez, y no te preocupes más, a lo mejor un día lo haces. Pero no me aconsejó que escribiera y le diera vueltas a lo escrito.” [4]

Mirar como si se viera por primera vez: ése es sin duda el secreto del poeta, su público secreto.

  •  [Jorge Riechmann, Una morada en el aire, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 75-77. Este «diario de trabajo» va del 18 de agosto de 2002 al 18 de agosto de 2003.]

[1] Tiziano Terzani, Cartas contra la guerra, Integral/ RBA, Barcelona 2002, p. 149.

[2] Richard Smith (director del British Medical Journal), entrevistado en El País, 1 de octubre de 2002, p. 31.

[3] Poema en la revista de creación literaria El caracol del faro 2, Alicante, otoño 2001, p. 9.

[4] Isabel García Lorca, Recuerdos míos, Tusquets, Barcelona 2002, p. 271.