Somos unas gotas de agua cayendo sobre una plancha al rojo vivo, ¿verdad? O ese solitario cubo de agua que se afana intentando vaciar el mar… O también –una imagen que viene de un contexto más teórico—podríamos pensarnos como frenos de bicicleta acoplados a un avión a reacción… No es que tales imágenes estén del todo desenfocadas, más bien al contrario. Pero la respuesta adecuada es la contenida en una parábola que suele contar Juan Carlos Monedero, y que yo evoqué en mi libro Fracasar mejor:
El bosque está en llamas. Los animales huyen despavoridos, los grandes animales: ciervos, leones, búfalos, osos, elefantes. Pero un colibrí desciende a un arroyo, toma una gota de agua en el buche, vuela contra el muro de llamas y la deja caer allí. Los demás animales le reprochan su temeridad y le dicen que, además, una gota de agua contra tan grande incendio no servirá de nada. El colibrí les responde: yo ya he hecho mi parte, y voy a seguir haciéndola.