el reló está parao

Un intercambio con la poeta Mª Ángeles Maeso

 

Al hilo de Fracasar mejor -Valdanzo, La Granja y las golondrinas

[Sigue un correo electrónico de Mª Ángeles Maeso:]

En abril nos alegró ver en un ángulo de la ventana de mi habitación que las golondrinas estaban construyendo un nuevo nido, anejo al que ya conservaban del año anterior. Fue una ampliación de la vivienda, habían cerrado la entrada del viejo y ahora tenían la puerta por la nueva casa, donde se alojaron las crías.

Hay muchos nidos por los aleros de las casas y corrales del pueblo. Pero no teníamos ninguno tan cerca para poder observarlas,  a menudo con un nieto en cada brazo. Las hemos seguido en sus minuciosos trabajos y luego en los revuelos para traer comida y meterla directamente en el pico abierto de las crías. Hemos tardado mucho en ver algo más que esos boquitas que nos dejaban abobados.

Hice el regreso de La Granja [donde había tenido lugar la cuarta Universidad de Verano de Izquierda Anticapitalista]  pensando en las burdas respuestas que alcanzaba a dar a tus advertencias sobre la inminente catástrofe que vamos a padecer aferrándome a las caritas de mis nietos y a esa maravilla de trabajos y ternura que nos dan las golondrinas, obligándome a no dejarme arrastrar por la tristeza.

Tenía esa imagen para agarrarme a ellas y abordar la lectura de tu libro Fracasar mejor,  bajo el revuelo de las golondrinas. Y ha sido una experiencia compartida. He ido leyendo tu libro con esa compañía, con el vaivén de los seres que cuidan de otros y vuelan y parecen felices. Ellos respondían a tus fragmentos más tremendos, donde añadía “agorero”.  Y me hacían recordar frases de los gitanos de La Cañada, en las clases de alfabetización. Todos evangelistas que insistían en convertirme:

-Usted me ha enseñado a leer, yo tengo que enseñarle a Dios, porque el reló esta parao. A un pastor americano que se ha muerto le habló dios y le dijo: el reloj está parao, todo el tiempo que os queda es una propina que os doy, el que no se convierta, no se salvará.

Pienso las páginas 81-84 en las que tras augurar la madurez de España para el fascismo propones el suicido con receta de píldoras de cianuro.  Ahí, no, Jorge. Hay mucho fascista, pero mucha mucha mucha gente, desde hace muchos años trabajando en la Coordinadora Antifascista. Mi hija y su chico estuvieron en un reparto el sábado en Moratalaz  porque se esperaba a los nazis, no es para escribir aquí el emocionado final de la solidaridad organizada, el parque lleno de grupos, repartidos por la hierba para saltar al menor atisbo de peligro. Y fue el parque entero, todo el mundo estaba ahí por si acaso y no hizo falta. Pero la gente está dando el callo desde hace mucho tiempo (desde antes de Carlos Palomino, Rayo Vallecano, Bukaneros,  Alfon…). Izquierda Anticapitalista no puede ignorar el infinito trabajo de los barrios como Usera, Vallecas, Villaverde… Tus recetas de píldoras son para gente que ya no cree en la lucha, son miles los que ya las usan:   3.158 los ya se han suicidado, de uno en uno,  por la “crisis”, 119 por los desahucios, un genocidio inducido que provoca nada.  Esa puerta siempre está abierta para salir cuando uno quiera de este mundo, “pero el suicidio hay que recetarlo a los que masacran no a las víctimas”: dando por sentado que tu propuesta va en serio, y bajo el piar de las golondrinas, escribí eso a lápiz  en la pág. 4.

Ellas, las golondrinas, en estos últimos días han alborotado mucho subiendo y bajando desde el alféizar al rincón de los nidos, adonde se asomaban pero sin comida que llevar, las crías también se asomaban a ver a sus padres o a escuchar lo que les decían, algo que yo no entendía.

Ayer, durante el paseo por el monte, pregunto a mis acompañantes: por qué hacen esto. Y ésta fue la respuesta:

-Claro, porque les están diciendo, “venga, venga, venga, que hay que preparar el viaje, que lleva el invierno y aún no sabéis volar. Se hace así, mirad, qué divertido es…”

Este libro lo hemos leído juntas las golondrinas y yo. Ahora que lo hemos acabado celebramos tu esfuerzo por repartir tantas tentativas de esperanza. Somos seres de cuidado, perezosos, egoístas, tentados al nihilismo del no hay nada que hacer, pero mira, les dirían los padres a las crías asustadas, estamos hechos para el vuelo, mirad el mundo, hay vida fuera de esta cueva, vamos, probad,  salid. Fracasad mejor. En tu libro siguen cantando eso y al acabarlo la vida sigue mereciendo la pena. Gracias, Jorge…

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[Y yo contesté:]

El reló está parao, querida Mª Ángeles, te decían los gitanos de la Cañada… Yo expreso algo parecido en INTERDEPENDIENTES Y ECODEPENDIENTES (un ensayo publicado en 2012): estamos en la cuenta atrás (en otro mensaje te copiaré algún fragmento). Pero -y eso es lo tremendo- no lo barruntamos por ninguna clase de problemática revelación sobrenatural, ni somos «agoreros» porque nos levantemos de mal humor o porque envejezcamos mal, sino por el encadenamiento causal de procesos biofísicos que hemos desencadenado nosotros mismos, por ese tictac tictac de partes por millón de dióxido de carbono que seguimos añadiendo cada día, cada hora, viviendo mal -produciendo, consumiendo, viajando mal- como lo hacemos…

La «catástrofe» no es inminente. Por una parte, ya se está produciendo (Sudán fue una primera ‘guerra climática’, los procesos de degradación de las condiciones de vida de la mayoría de la humanidad están en marcha); por otra parte, el «vuelco climático» que tememos no se producirá, previsiblemente, en la primera mitad del siglo XXI. La tragedia: cuando eso quiera evitarse, cuando quiera evitarse el ecocidio acompasado con el genocidio que hoy estamos preparando, será demasiado tarde (por la inercia de los procesos naturales y sociales que, parece, seguimos negándonos tercamente a tomar en consideración). El reló está parao, sí.

Hay muchas situaciones, causadas por los seres humanos, que pueden hacer la muerte preferible a seguir estando vivos. Si uno se encuentra en uno de esos callejones sin salida, tener consigo los medios para un suicidio rápido y no demasiado doloroso es un bien: de ahí la reflexión sobre las píldoras de cianuro. Todo indica que, para mucha gente -para muchos cientos de millones de personas-, esas situaciones serán más frecuentes a medida que avance el siglo XXI. Nada de eso quiere decir que dejemos de luchar -porque no se trata de situaciones inevitables, no se trata de catástrofes naturales: dependen que lo que los seres humanos hayamos hecho o dejado de hacer. Pero estamos en la cuenta atrás…

Claro que uno obtiene una valiosa energía de la contemplación de esos animalillos que cuidan a su prole contra viento y marea, como vuestras golondrinas que obedecen al primero de todos los imperativos biológicos: reproducirse con éxito… Y claro que la idea de que la vida seguirá adelante, la vida como fenómeno biológico, nos consuela en muchos momentos. Pero ¿realmente deberíamos consolarnos con eso, ante la magnitud del desastre que está en marcha?

En agosto pasamos Marta y yo unas semanas en un camping de la Sierra de Guadarrama. Una mañana, una mariposa nos acompañó mientras desayunábamos -incluso gustó con su larga trompa desenrollada una gota de leche de soja sobre la mesita plegable. Luego siguió revoloteando con ese aleteo que en las mariposas se nos antoja siempre despreocupado -con tan mala fortuna que fue a enredarse en una tela de araña, en las ramas bajas del pino cuya sombra nos protegía. La araña tardó segundos en acabar con su vida. Una pequeña tragedia; y un rasgo fundamental del funcionamiento de la naturaleza, ese espacio donde los seres vivos se devoran unos a otros (también el precio de que salieran adelante los pollos de golondrina era la muerte de muchas vidas minúsculas).

De entre las miríadas de clases de seres que pueblan la biosfera sólo uno es capaz de situarse parcial y conscientemente fuera de esa cadena de devoraciones, sólo uno de esos seres puede proponerse no asesinar, sólo uno puede enunciar deseos del tipo «que acaben las sociedades de clases», «que cese la violencia patriarcal» o «que se minimice el sufrimiento de todos los seres sintientes»: el ser humano. Cuando Marx hablaba de dejar atrás la prehistoria de la humanidad no estaba pensando precisamente en eso, pero nosotros podemos leerle con esa falsilla u otras parecidas, a estas alturas de la historia… Por eso, ante la perspectiva de un siglo XXII sin seres humanos (o con una humanidad reducida a una sombra de lo que fue y pudo ser, en lo cuantitativo y lo cualitativo), mirar hacia la naturaleza no nos aporta tanto consuelo.

Gracias por tus reflexiones, querida Mª Ángeles.

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Algunos fragmentos de Interdependientes y ecodependientes (Proteus, Barcelona 2012).

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Estamos en la cuenta atrás

 

El pasado 8 de febrero de 2011, en el diario Público podía leerse un reportaje estremecedor acerca de cómo el deshielo del permafrost siberiano estaba liberando numerosos restos de mamuts –animales extintos desde hace diez milenios–. En aquel remoto Far West (Far East más bien), aventureros, exploradores y logreros desentierran los cuerpos preservados hasta hoy a bastantes grados bajo cero para aprovechar –sobre todo– el marfil de los colmillos, cotizado a más de mil euros el kilo (y demandado sobre todo en China).

 

Habrá quien objete el adjetivo “estremecedor”: ¿ya estamos haciendo alarmismo catastrofista, o catastrofismo alarmista, a costa del cambio climático? A fin de cuentas, ¿no les vendrá bien a los siberianos un clima algo más suave que el que padecen? Tales consideraciones evidencian la clase de miopía que contribuye a empujarnos al abismo hacia el que nos precipitamos: pues el permafrost congelado contiene ingentes cantidades de metano (que proviene de los depósitos submarinos formados antes de la última glaciación)… y el metano es un gas de “efecto invernadero” unas 25 veces más potente que el dióxido de carbono, por lo que su liberación provocaría un intenso efecto de retalimentación, acelerando el calentamiento hasta niveles espeluznantes. El comercio de marfil de mamut constituye un signo ominoso a comienzos del siglo XXI.

 

La pinza de la doble crisis energética que padecemos –final de la era del petróleo barato, y desestabilización del clima del planeta— está atenazando las posibilidades de vida humana decente sobre el planeta Tierra.

 

En lo que se refiere a asuntos como la hecatombe de biodiversidad, el calentamiento climático, o el cénit del petróleo y del gas natural, estamos en la cuenta atrás. La oceanógrafa Sylvia Earle –ex científica jefe de la Administración NacionalOceánica y Atmosférica de EEUU— lo expresa con precisión: “Es la primera vez que tenemos capacidad [científica] para entender los riesgos que sufre el planeta, pero tal vez la última para solucionarlo”[1]. Y los plazos de que disponemos, en relación con estos problemas globales, son muy cortos.


[1] Entrevista con Sylvia Earle: “Sigo buceando en los océanos porque aún respiro”, El País, 5 de octubre de 2010. Vale la pena mencionar que el principal de los “impulsores directos” del “cambio global” –o sea, la causa directa principal de la crisis ecológica mundial, que es una crisis socio-ecológica— es el camnbio de los usos del suelo, que permanece ampliamente fuera de la conciencia de nuestras sociedades (supuestamente tan concienciadas de lo ambiental). Carlos Montes, “Cambio climático, agricultura y biodiversidad”, ponencia en el curso de la Universidad Pablo de Olvida de Sevilla  “Agricultura y alimentación en un mundo cambiante” (VIII Encuentros Sostenibles); Carmona, 5 al 7 de octubre de 2011.

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El tiempo disponible para actuar está menguando de forma dramática

 

Antes decíamos que hoy, en lo que hace al calentamiento climático y al cénit del petróleo y del gas natural, estamos en la cuenta atrás. (También en otras dimensiones de la crisis ecológico-social acaso menos visibles pero no menos peligrosas, como la hecatombe de diversidad biológica que también estamos causando. (…)

Quizá el lector o lectora recuerde la revista Bulletin of the Atomic Scientists, fundada en EEUU por un grupo de físicos atómicos en 1947.[1] Una característica de esta publicación es un reloj que aparece en su cabecera, que desde aquellos años iniciales de la Guerra Fría viene marcando los minutos que probablemente nos separan de un cataclismo nuclear, el cual correspondería a la medianoche. Desde 1947 el minutero cambió de posición 17 veces, con un mínimo de dos minutos en 1953, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética realizaron sus primeras pruebas con bombas de hidrógeno, y un máximo de 17 minutos en 1997. Pues bien, en el número de enero-febrero de 2007, el reloj, que marcaba 7 minutos desde 2002, se adelantó dejando la distancia a la medianoche en 5 minutos. Pero la novedad es que se trataba de la primera vez que el desplazamiento horario tenía lugar en relación con un suceso no nuclear: «Las armas nucleares», se leía en uno de los titulares, «todavía plantean la amenaza a la humanidad más poderosa, pero el cambio climático y las tecnologías emergentes han acelerado nuestra capacidad de autodestrucción»[2].

 

Toda la información científica de que disponemos hoy confirma esa apreciación de los redactores del Bulletin. Cinco minutos antes de la medianoche: pero no por una guerra nuclear sino por la devastación equiparable que en pocos lustros puede venir de la mano del calentamiento climático y el peak oil.

 

La red de científicos Global Carbon Project, como se sabe, vigila la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. En otoño de 2009 advirtió: a finales del siglo XXI la temperatura promedio del planeta podría aumentar en seis grados centígrados, si continuamos emitiendo gases de efecto invernadero de forma descontrolada. En un mundo seis grados más caliente en promedio las zonas habitables para los seres humanos se reducirían drásticamente; la mayoría de la población humana del planeta se convertiría en excedente; las posibilidades de mantener una civilización compleja serían casi nulas.

 

Dennis Meadows, autor principal del informe al Club de Roma Los límites del crecimiento (1972), entrevistado en La Vanguardia el 30 de mayo de 2006 nos advertía: “Dentro de cincuenta años, la población mundial será inferior a la actual. Seguro. [Las causas serán] un declive del petróleo que comenzará en esta década, cambios climáticos… Descenderán los niveles de vida, y un tercio de la población mundial no podrá soportarlo.” De hecho, si la temperatura promedio aumenta en seis grados incluso esa espantosa previsión referida a un tercio de la población mundial será demasiado optimista.[3]

 

Cada año vamos añadiendo a la atmósfera del planeta un par de ppm (partes por millón) de dióxido de carbono, en una progresión ominosa que sólo alteran, circunstancialmente, las indeseadas recesiones económicas… Las 280 ppm del mundo preindustrial se convirtieron en 354 en 1990, año base del Protocolo de Kioto (¡ya por encima de las 350ppm que según muchos científicos, constituyen la “línea roja” a la que habría que regresar!), 386 en 2009 y 389’6 en 2010 (a pesar del mal momento económico por el que atravesaban muchos países –lo cual se traduce en reducción de sus emisiones).

 

Sólo entre 2000 y 2008 las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera aumentaron un 29%. En 2008-2009 la crisis económica ralentizó este crecimiento, pero el alivio ha durado poco: en 2010 las emisiones mundiales del principal gas de efecto invernadero volvieron a crecer con fuerza (casi un 6% respecto del año anterior), retomando la senda de incremento de 2000-2008. El crecimiento acumulado entre 1990 y 2010 es del 49%.[4] Incluso los organismos tan vinculados al statu quo como la Agencia Internacional de la Energía lanzan estremecedores gritos de alarma: así, según el informe World Energy Outlook de 2011, si no se produce un “cambio de dirección absoluto” no habrá ya vuelta atrás a partir de 2017. En ese año, si seguimos con el business as usual (BAU), se emitiría ya la misma cantidad de dióxido de carbono que no se debería haber alcanzado hasta 2035 para contener el calentamiento climático y tener opción de evitar los peores daños[5]. Y sin embargo las últimas “cumbres del clima” –Copenhague en 2009, Cancún en 2010, Durban en 2011— han sido rotundos fracasos…

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[1] Yo tuve el honor de entrevistar a uno de sus redactores, Len Ackland, de paso por Madrid en 1991, para la revista En pie de paz. La web de la revista estadounidense es http://www.thebulletin.org/

[2] Lo recogía José M. Sánchez-Ron: “Paradojas nucleares”, El País, 16 de diciembre de 2007. En enero de 2010 el minutero del Doomsday Clock atrasó un minuto, hasta 6 minutos antes de medianoche (por percibirse algunas señales de acción política contra el calentamiento climático, señales que por desgracia no tuvieron continuidad); en enero de 2012 volvió a marcar cinco minutos. Véase el comunicado de prensa (del 10 de enero de 2012)  http://www.thebulletin.org/content/media-center/announcements/2012/01/10/doomsday-clock-moves-1-minute-closer-to-midnight

[3] Una síntesis de lo que puede venir encima en Ramón Fernández Durán: La quiebra del capitalismo global 2000-2030. Preparándonos para el comienzo del colapso de la civilización industrial, Virus/ Libros en Acción, Madrid 2011.

[4] El estudio del Global Carbon Project (primer firmante: Glen Peters) publicado en Nature Climate Change el 5 de diciembre de 2011, del que da cuenta Alicia Rivera (“La crisis no frena las emisiones de gases de efecto invernadero”, El País, 5 de diciembre de 2011), cuantifica un 49% de crecimiento de las emisiones de dióxido de carbono entre 1990 y 2010.

[5] Informe de la AIE (Agencia Internacional de la Energía) World Energy Outlook 2011, publicado el 9 de noviembre de 2011. Puede consultarse toda la serie en http://www.worldenergyoutlook.org/ . Comentario el mismo día en The Guardian: “World headed for irreversible climate change in five years, IEA warns”. Puede consultarse en http://www.guardian.co.uk/environment/2011/nov/09/fossil-fuel-infrastructure-climate-change?newsfeed=true

Comentando este informe señalaba en enero de 2012 Allison Macfarlane, presidenta del Bulletin of the Atomic Scientists Science and Security Board: “La comunidad global puede estar cerca de un punto sin retorno en lo referente a los esfuerzos para evitar un cambio catastrófico del clima de la Tierra. La Agencia Internacional de la Energía advierte que, a menos que las sociedades comiencen a construir alternativas a las tecnologías energéticas emisoras de carbono en los próximos cinco años, el mundo hará frente a un clima más caliente, una meteorología extrema, sequías, hambrunas, escasez de agua dulce, niveles del mar en aumento, destrucción de las naciones isleñas y creciente acidificación de los océanos. Dado que las infraestructuras energéticas y las centrales eléctricas construidas en 2012-2020 funcionarán durante 40-50 años, si queman combustibles fósiles nos situarán en una senda que ya no resultará posible redirigir. Incluso si los líderes políticos deciden en el futuro reducir nuestra dependencia de los combustibles fóliles, sería demasiado tarde –a menos que actuemos en el próximo quinquenio.” Véase el comunicado de prensa (del 10 de enero de 2012) http://www.thebulletin.org/content/media-center/announcements/2012/01/10/doomsday-clock-moves-1-minute-closer-to-midnight