Las personas sanamente religiosas resisten frente al desánimo y la depresión, en los tiempos difíciles, no porque hagan cálculos con recompensas post-mortem (como algunos ateos poco reflexivos tienden ingenuamente a pensar), sino porque no se preocupan demasiado de sí mismas y vuelcan su atención en los demás. El «secreto» –nada secreto y bastante obvio– no son creencias extravagantes, sino deshacerse del ego –o al menos relativizarlo.
(Nada de lo anterior implica que no exista la alienación religiosa, ni que ésta no sea frecuente. No me atrevería a estimar qué proporción del total suponen las personas que he llamado sanamente religiosas; seguro que se trata de una minoría.)