Yo no soy nadie, decía Thoreau.
Qué lástima de todo el mundo, decía la vieja señora andaluza.
Hay que leer esos dos enunciados en clave afirmativa: la positividad de no ser nadie, la libertad de ser nada y ser silencio, el reconocimiento del “fuste torcido de la humanidad” (Kant) para poder tener un saludable miedo de nosotros mismos y así volvernos más capaces de cuidar “lo que no es infierno en el infierno” (Italo Calvino).