en la muerte de un imprescindible filósofo gramsciano, por salvador lópez arnal

En la muerte de un imprescindible filósofo gramsciano

 

Salvador López Arnal

 

No es una necrológica; no tengo suficiente serenidad para escribirla en estos momentos. Es una mala, una muy dolorosa noticia que nunca hubiera deseado escribir: Francisco Fernández Buey, amigo, compañero, profesor, maestro de muchos y muchas de nosotros y nosotras, ha fallecido hace apenas dos horas, en la tarde de este sábado 25 de agosto.

Como todos los grandes, no es posible decir nada justo de él en 30, 40 o en 200 líneas. ¿Quién fue, qué fue Francisco Fernández Buey? Entre mil cosas más, una gran, una excelente persona (machadianamente dicho: una buena persona); un filósofo como pocos lo han sido, desde su privilegiado cerebro, su hermosa voz y sus manos hasta su alma más profunda; un profesor inolvidable; un Maestro de estudiantes y ciudadanos; un ecologista antinuclear; un amigo del alma como hemos dicho en tantas ocasiones; uno de los imprescindibles (no es cortesía ni la exageración a él debida); un comunista democrático, un enorme gramsciano comprometido con todas las causas nobles de este mundo “grande y terrible” en el que resistió, pensó, luchó, amó, ayudó y combatió como pocos lo han hecho.

Y hasta el final de sus días, como su compañera Neus Porta, recientemente fallecida también.

 

El 9 de marzo de 2012 me escribía sin perder detalle de lo fundamental. Era atributo esencial de su ser, marca de su inmensa y generosa casa:

“Gracias, Salva. Sí, leí la carta de la hija de D.Ch. [Dimitris Christoulas]. En El País de hoy sale un buen artículo de Almudena Grandes sobre el asunto.

Ya la noticia del suicidio, con la nota que dejó, me conmocionó. Y realmente es uno de esos acontecimientos que hacen pensar en cosas en las que casi nunca pensamos: es la misma Grecia de la que estaban enamorados los alemanes cultos de todos los siglos… pero también son los mismos Irak e Irán, donde nacieron casi todas las leyendas importantes de la historia de la humanidad. Pues bien: fuera del euro, fuera de Europa, fuera de la historia universal… Y alguien tiene que matarse para decirnos con su muerte algo así como que esto es la vieja dignidad de los siglos olvidados.

Parece que tenían razón los marxistas que decían que el capitalismo niega por completo la historia…

Me gustaría estar bien y poder concentrarme al pensar estas cosas.

Te mando un abrazo grande, Paco”

 

Dos meses más tarde me comentaba un encuentro inesperado:

“Te llamaré durante el fin de semana, querido Salva.

Una noticia que te hará gracia. Esta mañana, mientras estaban dando con paseo con Eloy por el parque de Villa Amelia, a doscientos metros de casa, va y me encuentro ¿con quién?: con Julio Anguita, al que no veía desde hace años y que, por lo que me ha contado, presentaba un libro esta tarde en Barcelona y le habían alojado en un hotel de aquí al lado. Hemos estado comentado la situación a la que se ha llegado y recordando, no sin cierta añoranza, otros tiempos mejores…

En fin, así es la vida, tan llena ella de cosas inesperadas.

Un abrazo grande, Paco”

 

El 23 de junio me escribía de nuevo. Me hablaba de otra de sus grandes debilidades, de Walter Benjamin:

“Gracias, Salva. Estos días, con la medicación que me dijo la oncóloga, estoy mejor. He vuelto a salir a dar algunos paseos por las proximidades y el dolor vuelve a estar controlado…

No te puedo ayudar en lo de H.B [Héctor Babiano]. Sí recuerdo haber oído hablar de él a Quim Sempere y a Dolors Folch hace muchos, muchos años. Creo que alguno de los dos (o el mismo Jordi Borja) te puede dar detalles. Por cierto, una de cosas asombrosas que vienen ocurriendo en los últimos tiempos es que los archivos de la brigada político-social en Barcelona, de los que se dijo (cuando los pedíamos los rojos) que habían desaparecido, «aparecen convenientemente» en manos igualmente convenientes cuando conviene. Esto me recuerda algo que escribía Walter Benjamin en las llamadas tesis sobre la historia sobre los perdedores y la muerte… pero, bueno, no nos pongamos tristes.

Te mando un abrazo grande, Paco”

 

Añadía: “Javier Aguilera [un amigo y compañero de Iu de Jaén] me ha mandado una camiseta con el indio Gerónimo de las de las «citas secretas». Le tengo que dar las gracias, pero antes querría encontrar una foto en la que se ve un cartel enorme de Gerónimo que teníamos en una de las paredes de casa y en la que está además Eloy [Fernández Porta] recién nacido… Tempora!!!”

 

El 6 de julio volvía hablarme de Jorge Riechmann, del mundo y de las dificultades para entender algunas de sus nudos esenciales:

“Querido Salva,

Gracias por el mensaje y por tus amables palabras.

Efectivamente, estoy algo mejor. Mañana tengo la «simulación» para la radioterapia, en la [Clínica] Platón, y por la tarde seguramente sabré a qué atenerme sobre la sesiones. Te llamaré por teléfono mañana por la tarde y te daré noticias.

Mientras tanto, y aunque con cierta dispersión, voy leyendo cosas, tomando notas y (cuando tengo fuerzas) escribiendo algo. Sigo las novedades del mundo como puedo e intentando entender lo que dicen los economistas al respecto. La verdad es que cuesta… entender este mundo y entenderles a ellos. Me llegó ayer el último «topo» y entre otras cosas leí tu bondadosa reseña de los «poemas lisiados» de Jorge. Por cierto, hoy estaba Jorge aquí, en Barcelona, comí con él y cambiamos impresiones.

Te mando un abrazo grande y muchos recuerdos para Mercedes y Daniel, Paco”

 

Nos vimos el último 14 de abril. Vino con su hermana Charo Fernández Buey a la plaza de los indignados, la tradicionalmente llamada “plaza de Catalunya”. Celebrábamos un acto republicano. Tuvo la fuerza y generosidad de agradecerme un paso de una entrevista a Julio Anguita que rebelión publicó ese mismo día:

“SLA: Una cosa más: mientras leía sus respuestas he pensado varias veces en un amigo suyo que es también maestro, profesor y amigo mío. Le hablo de Francisco Fernández Buey. Estoy seguro, completamente seguro, sin atisbo de duda que diría otro maestro común, que Paco suscribiría las cosas que usted ha ido señalando. ¿Le importa que le dediquemos esta conversación?

J.A. No sólo no me importa sino que es todo un honor”.

 

Este mismo sábado, 25 de agosto de 2012, se ha celebrado, como todos años, la liberación de París de la ocupación nazi. Por vez primera, si no ando errado, ha ondeado la bandera republicana, la tricolor, una de las pocas banderas en las que Paco Fernández Buey se reconoció hasta el final de sus días. La noticia, dudo si llegó a conocerla, le hubiera emocionado. En lo más hondo. Como a todas nosotras, como a todos nosotros.

Amigo, camarada y compañero de Manuel Sacristán, Francisco Fernández Buey -un día se presentó en una mesa redonda muy masculina como Paca Fernández Buey- codirigió con él una colección inolvidable. “Hipótesis” era su nombre; la editó Grijalbo a mediados de los setenta. Uno de los volúmenes publicados fue la biografía del indio Gerónimo que su amigo y camarada tradujo, presentó y anotó.

Una de estas anotaciones de Sacristán mereció más de una vez su atención, su comentario y su reflexión poliética como él mismo solía decir. Por último, escribía Sacristán, “los indios por los que aquí más nos interesamos son los que mejor conservan en los Estados Unidos sus lenguas, sus culturas, sus religiones incluso, bajo nombres cristianos que apenas disfrazan los viejos ritos. Y su ejemplo indica que tal vez no sea siempre verdad eso que, de viejo, afirmaba el mismo Gerónimo, a saber, que no hay que dar batallas que se sabe perdidas. Es dudoso que hoy hubiera una consciencia apache si las bandas de Victorio y de Gerónimo no hubieran arrostrado el calvario de diez años de derrotas admirables, ahora va a hacer un siglo”. Paco también creía que había que dar batallas que se saben (o parecen) perdidas. Dio muchas en su vida. Nos enseñó con ellas.

Unos versos de Luis Cernuda -no por muy conocidos menos sustantivos- eran muy de su agrado. Yo solía repetírselos con frecuencia. Sonreía. “¡Qué plomo! ¡Otra vez”, pensaría. Pero nunca me lo dijo. No puedo ni quiero dejar de recordarlos ahora. Hablan de él, de su vida, de su historia, de lo que –entre muchas otras cosas- le importó.

 

[…] Que aquella causa aparezca perdida,

nada importa;

Que tantos otros, pretendiendo fe en ella

sólo atendieran a ellos mismos,

importa menos.

Lo que importa y nos basta es la fe de uno.

 

Por eso otra vez hoy la causa te aparece

como en aquellos días:

noble y tan digna de luchar por ella.

Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido

a través de los años, la derrota,

cuando todo parece traicionarla.

Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

 

Gracias, compañero, gracias

por el ejemplo. Gracias por que me dices

que el hombre es noble.

Nada importa que tan pocos lo sean:

Uno, uno tan sólo basta

como testigo irrefutable

de toda la nobleza humana.

 

No sé decir más por ahora. No puedo decir más. ¡Te hemos querido tanto, Paco! ¡Te queremos tanto, Paco!

 

PS1. “Las redes sociales están llenas de pésames y frases de amistad. ¡Que pena!”, me comenta Manel Márquez. “A la buena gente se las conoce /en que resultan mejor cuando se las conoce”.

 

PS2: Mi compañera, la trabajadora social Mercedes Iglesias Serrano, me recuerda un e-mail que envío a sus amigos el 8 de abril de 2012. Dice así: “Dimitris Christulas, 77 años, farmacéutico griego empobrecido por el uso capitalista de la crisis: él sí dio su vida por nosotros, o sea, por vosotros… los agradecidos”.

 

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