En un “mundo lleno”, el comportamiento no cooperativo no sólo destruye a otros: es también autodestructivo. Ser egoísta sale muy caro cuando las cosas vienen mal dadas. Y ser egoísta no es “natural” en ningún sentido interesante de la palabra “natural”, como los etnólogos y antropólogos saben muy bien.
Aunque he tratado este importante asunto por extenso en un texto que pregunta si “¿Somos los seres humanos egoístas por naturaleza?” (capítulo 9 de La habitación de Pascal, Los Libros de la Catarata, Madrid 2009), recordemos al menos aquí un par de cuestiones básicas. “En las sociedades que viven en el límite de la subsistencia no existe el hambre”, señalaba el antropólogo estadounidense Melville Jean Herskovits (en su obra de 1940 The Economic Life of Tribal Peoples): no porque no se den situaciones de escasez, sino cuando alguien padece necesidad está seguro de recibir ayuda. Sin compartir, estas sociedades “primitivas” no sobreviven.
La humanidad preindustrial no conocía la clase de egoísmo competitivo que la ideología dominante adscribe con alucinante desparpajo a la “naturaleza humana”. Una anécdota de los años cincuenta ilustra bien lo que está en juego. Durante una partida de caza en Sudáfrica, un grupo de blancos conducidos por el explorador Laurens van der Post topó con un grupo de bosquimanos San, una docena entre adultos y niños. Van der Post y los suyos dedicaron unas horas a cazar, de manera que los San pudieran llevar algo más de comida en su viaje «hacia el relámpago en el horizonte», donde estaban comenzando las lluvias estacionales. Uno de los blancos observó que los San no daban las gracias al resultar así favorecidos, y censuró su ingratitud. Pero “Ben, otro de los participantes que comprendía la cultura bosquimana, replicó que dar a otro ser humano comida y agua es sólo comportamiento correcto, pura rutina entre los bosquimanos. Si los blancos se hubiesen hallado perdidos en el desierto y muriendo de hambre, y los bosquimanos les hubieran hallado, de inmediato habrían compartido su comida y agua, incluso arriesgando su propia supervivencia. Y no hubieran esperado que les dieran las gracias a cambio.” (Cito según la entrada de blog de Tom Hartmann, el 4 de noviembre de 2007, que puede consultarse en http://www.thomhartmann.com/blog/2007/11/last-hours-ancient-sunlight-lessons-ancient-people-have-us; la fuente original de la anécdota es el libro de Laurens van der Post The Heart of the Hunter, Harvest Books, New York 1961).