Nucleares o renovables
Hay que optar
Daniel Tanuro
Jueves 2 de mayo de 2013
Hace diez años, los partidarios de la energía nuclear alardeaban globalmente de su «clima-escepticismo». Por el contrario, hoy tratan de presentarse, sobre todo, como ecologistas preocupados en contribuir a la lucha contra el recalentamiento del planeta. Ahora bien, su tecnología, más allá de plantear riesgos inaceptables, va en sentido contrario a la transición energética hacia un sistema de «cero carbono».
El primer argumento climático de los nucleócratas es que las centrales atómicas permiten producir electricidad sin emitir gas carbono, o sea, sin incrementar el efecto invernadero. Es un argumento que ha calado entre los tecnócratas de las organismos internacionales como, por ejemplo, la Comisión Europea, cuyos informes hablan cada vez más de energías «sin carbono» en lugar de energías renovables.
El objetivo de este ardid semántico es incluir la energía nuclear en el «mix energético» (relación entre las distintas fuentes energéticas) de la transición. Ahora bien, este objetivo es falso. Precisamente porque la energía nuclear precisa del uranio y esa fuente energética existe en cantidades finitas en la tierra, no puede ser considerada como «energía renovable» (tendría que ser otro tipo de energía). Y es falso también porque aunque es cierto que una central apenas emite CO2, no se puede decir lo mismo del proceso en su conjunto. La extracción del mineral, su purificación, la construcción de las centrales y, sobre todo, su desmantelamiento, consumen cantidades de energía fósil, contribuyendo de ese modo al recalentamiento. Por lo tanto, la energía nuclear está lejos de ser una energía «cero en carbono».
El átomo y la transición energética
El segundo argumento es más sutil: el recurso a la energía nuclear resultaría indispensable (al menos durante un determinado período)… para asegurar la transición hacia un sistema 100% renovable. Mucha gente se siente sin argumentos ante este razonamiento. Por ello es importante explicar por qué es un argumento falso: en realidad, la energía nuclear dificulta la transición. El átomo y las renovables son como el agua y el fuego: incompatibles. Es necesario optar y hacerlo ya.
Uno de los problemas fundamentales de la energía nuclear es su falta de flexibilidad. Las centrales producen gran cantidad de electricidad y, como ésta no es almacenable, cada kWh producido debe ser consumido en algún punto de la red. Esto nos lleva a dos conclusiones:
- La primera, que resulta imposible establecer una red 100% nuclear, porque no podría responder a las fluctuaciones de la demanda. Como mucho, la energía atómica puede proporcionar una cantidad de electricidad que se corresponda con el mínimo del consumo. Las necesidades suplementarias deben cubrirse mediante instalaciones que se puedan activar en función de la demanda (por ejemplo, centrales de gas).
- La segunda, que como la mayor parte de la producción verde de la electricidad es intermitente (en función del viento, del sol, de las mareas, etc.) la conclusión es evidente: la energía nuclear y las renovables se excluyen mutuamente. Son dos sistemas técnicos radicalmente opuestos. Cada uno de estos dos sistemas puede combinarse con otras fuentes (o con dispositivos de almacenamiento de energía a desarrollar o inventar), pero no pueden combinarse entre ellos.
Sistema energético
Desde el punto de vista de proyecto de sociedad, es importante retener que la incompatibilidad entre la energía nuclear y las energías renovables no está circunscrita a los problemas de la intermitencia y de la continuidad en la producción eléctrica. El problema va más allá, y tiene que ver con la opción, fundamental, entre centralización y descentralización energética y, por lo tanto, también entre estandarización y diversificación técnica.
Cualquier modo de producción se basa en un sistema energético que transforma la energía disponible en la naturaleza para satisfacer las necesidades humanas: un campo de trigo transforma la energía lumínica del sol en energía química; el fuego de leña transforma la energía química en calor y luz; una vela transforma la energía del viento en movimiento de barcos, etc. Una cosa que hay que tener presente es que cada vez que se transforma la energía, una parte de ella se desprende en forma de calor.
La humanidad ha conocido diversos modos de producción y diferentes sistemas energéticos. En general, los sistemas precapitalistas eran sistemas descentralizados y diversificados a imagen de las sociedades que les precedieron. Cuando se desarrolló la centralización y la estandarización, se hizo a escala local o regional. Por ejemplo, el antiguo Egipto desarrolló un notable sistema de gestión de las dos grandes fuentes energéticas que disponía: el Nilo y el Sol. Existió un sistema análogo en otras regiones pero, evidentemente, no era generalizable: inevitablemente, cada sociedad debía contentarse con utilizar los recursos proporcionados por el medio ambiente natural.
Capitalismo y centralización
Con la creación del mercado mundial, el capitalismo redujo considerablemente esta diversidad y descentralización. El cambio se hizo gradualmente, pero con dos saltos cualitativos importantes. En primer lugar, se impusieron los combustibles fósiles. Se quemó carbón para producir movimiento, luz o calor, incluso en regiones en las que hubiera sido más racional utilizar otras fuentes de energía. Sin embargo, cada empresa consumía su carbón para poner en movimiento sus máquinas a vapor y, por lo tanto, el sistema energético seguía siendo relativamente descentralizado. La invención del motor eléctrico puso fin a esta situación y fue de ese modo como llegamos al sistema energético extremadamente centralizado y estandarizado que conocemos hoy en día.
La energía nuclear se integra en él a la perfección: el uranio extraído en Níger o en otros sitios (¡gracias una vez más a la Franceafrique!) se desplaza miles de kilómetros para producir electricidad que vuelve a recorrer cientos de kilómetros.
Ahora bien, con las renovables no ocurre eso. Técnicamente, requieren la descentralización y la diversidad. Estas dos condiciones son necesarias para adaptarse a las fuentes locales y reducir las pérdidas durante su transmisión.
Es cierto, como ocurre de hecho, que se puede importar de Canadá residuos de madera y quemarlos en una central térmica en Bélgica para producir electricidad destinada a ser vendida en Europa. Es posible y puede ser rentable desde el punto de vista capitalista, pero no es racional desde el punto de vista energético. Se objetará que tampoco lo es el recorrido del uranio, y es cierto. En ambos ejemplos el balance energético a nivel del sector en su conjunto es malo e, incluso, puede ser negativo (si la cantidad de energía utilizada es más grande que la cantidad de energía producida). Sin embargo hay dos diferencias:
Renovables, descentralización y proyecto de sociedad
En primer lugar, la central térmica que funciona a base des residuos de madera puede instalarse en medio de una aglomeración ciudadana, lo que permite utilizar el calor producido para la calefacción urbana. Ahora bien, ni los nucleócratas más salvajes osarían proponer instalar un reactor atómico en el centro de una ciudad… Es por eso que dos tercios de la energía de fisión atómica se disipa bajo forma de calor en el aire y en las cisternas de refrigeración.
En segundo lugar, y este es el fondo de la cuestión, el hecho de optar por un sistema 100% renovable obliga, por decirlo de alguna forma, a situar por encima de todo la cuestión de la eficiencia energética. Se puede cerrar los ojos ante esta realidad al mismo tiempo que, como ocurre actualmente, se complementa con renovables un sistema que, fundamentalmente, continúa siendo fósil; pero cuando se trata de elaborar de forma seria un plan para superar completamente el carbón, el petróleo, el gas natural y la energía nuclear en los próximos cuarenta años, esta alternativa no sirve. En efecto, en este contexto vinculante, cada unidad de energía cuenta, de forma que la lucha contra el despilfarro se convierte en una condición sine qua non del éxito.
El profesor de la Universidad de Amberes, Aviel Verbruggen, miembro del GIEC, resume bien el cambio estructural que es necesario operar para salvar el clima de la Tierra: las redes eléctricas, dice, deben evolucionar de una estructura piramidal hacia una estructura multilateral en la que millones de fuentes energéticas renovables descentralizadas estarán relacionadas entre ellas en el marco de una red inteligente. De ahí extrae esta conclusión lógica: la energía nuclear, ultra-piramidal por excelencia, es un obstáculo a la transición energética.
Sin embargo, el profesor se equivoca cuando cree poder convencer a quienes toman las decisiones de que la energía social y eólica es gratuita, que sólo se pagan los gastos de infraestructura mientras que en caso de las fósiles y de la nuclear, también se paga el combustible. En efecto, las energías fósiles no son mas que energía solar fosilizada. ¿Por qué se pagan? Porque las yacimientos pertenecen a capitalistas que transforman los recursos en mercancías. Nada se opone a que estos mismos capitalistas se apropien del viento, de la biomasa y de los rayos solares para venderlos, que es lo que ya están tratando de hacer.
No hay que luchar contra el sistema energético fósil y nuclear en nombre de la eficiencia del coste, sino en nombre de una perspectiva anticapitalista: la gestión racional, ecónoma y prudente del bien común energético por la población organizada en comunas democráticas, propietarias colectivas de los recursos.
20/04/2013
Traducción: VIENTO SUR