entrevista en «20minutos»: «la universidad debe jugar un papel activo, de denuncia crítica»

Hoy, 24 de junio de 2014, se publicó en el diario gratuito 20 minutos una entrevista que me había solicitado hace días la periodista Laura Albor. Como suele pasar en estos casos, las respuestas aparecen bastante recortadas… Ofrezco abajo la entrevista completa.

http://cdn.20minutos.es/edicionimpresa/madrid/14/06/MADR_24_06_14.pdf?1403569809

 

– ¿Qué papel debería jugar la universidad dentro de la sociedad en la que se inserta?

 

La universidad es a la vez una institución conservadora e innovadora. Por una parte tiende a reproducir el orden social, y a conservar saberes valiosos; por otra parte genera conocimiento nuevo, y puede constituir un espacio de libre pensamiento, y de debate social riguroso, que –si se da— es muy valioso, especialmente en tiempos de gravísima crisis como los actuales. (Hay reflexión al respecto en los libros Por una universidad democrática de Francisco Fernández Buey, y Para qué servimos los filósofos de Carlos Fernández Liria.)

 

¿Cree que cumple ese rol? ¿La universidad debe situarse a la vanguardia social?

 

Por desgracia, la universidad en nuestro país no viene estando a la altura de estos retos… En primer lugar, el ataque gubernamental contra la universidad pública que se sustanció en el Real Decreto Ley 14/ 2012, hace dos años, sólo ha generado una respuesta muy débil en la comunidad universitaria: lo que significa que la defensa del carácter democrático e inclusivo de nuestra enseñanza superior no es una prioridad, y que se asiente, por activa o por pasiva, a la lenta deriva hacia un sistema neoliberal de universidad-empresa, crecientemente privatizado, en la que ya estamos. Me gustaría recomendar aquí, también, un libro: La universidad comprometida del profesor Vicente Manzano.

 

Además, y todavía más importante, la universidad en su conjunto no se hace cargo de las dimensiones más severas –aunque no más visibles- de la crisis actual, que no es una mera crisis financiera y económica más, sino una crisis de civilización. Esas dimensiones más severas son ecológico-económicas y socio-ecológicas. Estamos en el Siglo de la Gran Prueba (así titulé un libro mío reciente), hacemos frente a posibles colapsos sociales (por las devastadoras consecuencias del calentamiento climático y de una escasez de recursos energéticos y materiales para la que no nos hemos preparado), y los plazos para esto son breves: no es algo que –como demasiada gente piensa— vaya a afectar a los nietos o bisnietos, sino a nosotros/as y nuestros hijos/as. Aquí la universidad, para ser fiel a lo que podríamos llamar su “misión histórica” (vinculada en este caso al conocimiento científico, al pensamiento crítico y al compromiso social), sí que tendría que desempeñar una función de vanguardia. Por desgracia, salvo honrosas excepciones, no está siendo así. (He desarrollado muchas de estas cuestiones en mi blog “Tratar de comprender, tratar de ayudar”, tratarde.org).

 

Pero entonces ¿cuál es el rol que debe cumplir la universidad en la educación para la sostenibilidad?

 

Un papel muchísimo más activo: un papel de denuncia crítica (buena parte de lo que se anuncia como “sostenibilidad” no es más que sosteniblablá y marketing verde), un papel de despertar conciencias (vivimos dentro de una cultura negacionista en lo que a límites biofísicos de nuestro planeta se refiere), un papel de compromiso científico activo (saliendo de los despachos y los laboratorios para participar en los grandes debates públicos, porque el tiempo de que quizá disponemos aún para evitar lo peor es muy escaso) y un papel de autotransformación (porque ecologizar la universidad no quiere decir meramente instalar unas pocas placas solares en el campus).

 

– En la declaración final de la Conferencia Mundial sobre educación Superior se dice que «la educación superior es un bien público» y que su principal responsabilidad es liderar a la sociedad en la generación de conocimientos y aptitudes que permitan hacer frente a los problemas globales a los que nos enfrentamos. ¿Cuáles serían, desde su punto de vista, esos problemas? ¿Con qué mecanismos cuenta la universidad para hacerlos frente?

 

Los principales de esos problemas globales, a mi juicio, son: la crisis energética (manifiesta tanto en el calentamiento global como en el final de la era de los combustibles fósiles baratos –sin reemplazo energético posible que fuese una mera sustitución por otras fuentes), la crisis ecológica planetaria (hecatombe de biodiversidad, destrucción masiva de ecosistemas, acidificación de los océanos, etc), la enorme desigualdad social existente (nunca fue tan grande en la pasada historia de la humanidad), la inadecuación de nuestra cultura (que exalta valores como el individualismo y el consumismo), y la persistencia de enfrentamientos competitivos entre Estados-nación (cada vez más entrelazados con las grandes empresas transnacionales en sus juegos de poder) en un mundo infestado de armas de destrucción masiva. A mi juicio, no podemos hacer frente a esos problemas globales –que se manifiestan a todas las escalas, también las más cercanas para cada uno/a de nosotros- sin cuestionar el capitalismo y el patriarcado.

 

Necesitamos asumir de verdad que somos interdependientes y ecodependientes, habitantes de una biosfera finita donde nos estamos comportando como extraterrestres en guerra contra nuestro propio futuro, y que hemos de cambiar muy profundamente. La universidad pública tiene recursos de diversas clases para hacer frente a la crisis civilizatoria –pero necesita, para eso, reconstruirse a fondo a sí misma.

 

¿Y cómo podría hacerlo?

 

Algunas ideas (que no pueden, por supuesto, sustituir a un programa elaborado con rigor y debatido en la propia comunidad universitaria). 1) Comenzar por decir la verdad, por negarnos al autoengaño, por duro que eso nos resulte después de decenios de denegación: un presidente de Gobierno, o un rector universitario, comenzaría por decir algo así: “Estamos en guerra contra la naturaleza, lo cual es también estar en guerra contra nosotros mismos… Y estamos perdiendo esa guerra. Lo cual nos exige transformarnos a fondo.” 2) Formación politécnica y humanística, incluyendo la combinación de trabajo intelectual y trabajo manual. 3) Intensa democratización del acceso a la enseñanza superior, que ha de ser gratuita. 4) Reorientación de las prioridades en I+D para que reflejen adecuadamente valores de sustentabilidad, solidaridad y biofilia: biomímesis, energías renovables, ecoeficiencia, ecología industrial, análisis de ciclo de vida, cierre de ciclos de materiales, agroecología, urbanismo verde, economía política poscapitalista… 5) Programas de intercambio tecnológico Norte/ Sur. 6) Ecologización transversal de todos los programas de estudio. Introducción en todos los ciclos de enseñanza superior de asignaturas de ecología básica, termodinámica básica y “Gran Historia” (la historia humana en el contexto de la historia cósmica, arrancando hace 13.800 millones de años). 7) Ampliación del programa Erasmus (intraeuropeo), pero también nuevos programas para generalizar intercambios Norte/ Sur en iniciativas de cooperación enfocadas a las necesidades de las comunidades más pobres (en los términos definidos por esas mismas comunidades, no por las ex potencias imperialistas). A esto podríamos llamarlo “Programa Lumumba” en homenaje al dirigente africano asesinado en 1961.

 

Jorge Riechmann es profesor titular en la UAM y miembro de la Comisión de Educación de Ecologistas en Acción/ Madrid. Ha publicado recientemente El socialismo puede llegar sólo en bicicleta